Capítulo Cinco

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(Canción: Sweather Weather de The Neighbourhood)

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Repiqueteo los dedos sobre la mesa del comedor, mirando de soslayo la puerta de su pasillo de vez en cuando.

Más de las que admitiría en voz alta.

Más de las que me gustaría.

Al menos, tengo el consuelo de que no soy el único que lo hace.

Nara se gira cada vez que escucha algún ruido a su alrededor, perdiendo momentáneamente el ritmo del juego, provocando que muera el muñequito que tiene que controlar. Aún así, no deja de hacer ninguna de las dos cosas. Kairi, que está tumbado en el sofá a su lado, la observa divertido, a lo que ella parece molesta. Mi hermano no es el mejor en disimular las risitas.

—¿De qué te ríes? —le pregunta enfadada, consiguiendo que su voz suene más aguda de lo normal.

En respuesta, Kairi suelta otra risita de las suyas y Nara frunce el ceño, cruzándose de brazos. No puedo verle la cara entera, pero apostaría el triste billete de diez euros que tengo en el bolsillo de que está sacando ligeramente el labio de abajo y que le está temblando, porque es lo que ocurre siempre antes de que haga una rabieta.

No ocurre demasiado a menudo, menos mal.

Mamá, por suerte, estando de espaldas y centrada en hacer las tortitas que Nara ha insistido tanto en desayunar, les llama a ambos la atención con un chasquido de lengua. Tengo que reprimir como puedo la sonrisa cuando Kairi automáticamente esconde el móvil y se endereza sobre el sofá con torpeza mientras que Nara frunce aún más el ceño y la mira de vuelta con los ojos de cachorro abandonado al que es imposible negarle nada.

—Kairi deja de meterte con tu hermana —dictamina, enarcando una ceja.

Nara sonríe al instante que la escucha, pero tan rápido como ocurre, borra la sonrisa cuando la atención de nuestra madre recae sobre ella.

—No sonrías tan rápido, señorita —añade, señalándole con la espátula—. Dile a Ryu que te ayude a poner la mesa.

La miro de golpe al escucharla.

—Oye —me quejo—. Que no soy invisible.

—A veces, hijo, lo pareces —comenta con pesar.

—Yo también te quiero —refunfuño, levantándome de la silla.

Lo único que recibo en contestación es una sonrisa de boca cerrada antes de que me vuelva a dar la espalda, concentrada en que las tortitas no queden poco hechas, pero tampoco tostadas, ni muy gordas ni demasiado finas y, por supuesto, que sean lo más circulares posible.

Oigo los pasos suaves de cierta personita a mi espalda y no necesito girarme para saber que tengo a Nara pisándome los talones, así que al sacar el mantel del cajón se lo entrego mientras que yo me encargo de coger las tazas del armario de arriba junto a los platos.

Nara, por razones obvias, intenta estirar el mantel sobre la mesa, pero no lo consigue demasiado bien. Así que tengo que dejar toda la vajilla sobre la encimera y estirar la bola de tela que hay sobre la mesa del comedor antes de colocarla.

Los cubiertos, por otro lado, los acerca Kairi que ha sido capaz de pillar la indirecta, aunque tiene el móvil con él mientras coloca un cuchillo y un tenedor en cada lado del plato sin despegar los ojos del vídeo que se está reproduciendo.

—Cuando duermes... ¿cómo lo haces? —pregunto al volver a sentarme.

Kairi levanta la cabeza de golpe al escucharme, pero vuelve a centrar su atención sobre el cachivache en cuanto quien sea que esté viendo empieza a gritar con energía.

Inesperadamente tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora