Prólogo

10 2 1
                                    

En el corazón de un bosque ancestral, donde los árboles se entrelazaban formando arcos misteriosos y las sombras danzaban con la luz de la luna, una mujer embarazada caminaba en trance. Sus pies descalzos se hundían en la tierra húmeda mientras avanzaba entre la espesura. La brisa nocturna susurraba secretos antiguos, y la tenue luz de la luna envolvía su figura con un halo plateado.

En el centro de aquel bosque encantado, una figura enigmática se alzaba de pie. Era una mujer de aspecto imponente, vestida con túnicas blancas que ondeaban al compás del viento. Sus cabellos oscuros caían en cascada sobre sus hombros, y sus ojos brillaban con una intensidad sobrenatural. La mujer en trance, atraída por una fuerza invisible, se acercaba cada vez más a la figura misteriosa, cuya voz resonaba en el aire, un cántico ancestral que parecía tejerse con la magia de la naturaleza misma.

Se trataba de una bruja.

Un círculo de runas adornaba el suelo, dibujado con precisión y maestría. Era un pentagrama que parecía cobrar vida con la luz de la luna, y en su interior, la mujer embarazada quedó atrapada como en un hechizo.

La escena era cautivadora y aterradora a la vez. La mujer yacía extendida en el centro del pentagrama, como un tributo a los dioses. La bruja, con un movimiento sereno y exacto, se postró frente a ella antes de tomar un cuchillo ceremonial y alzarlo hacia el cielo, atrapando la luz plateada de la luna en su afilada hoja.

El entorno que las rodeaba era una sinfonía de sonidos y olores naturales. El canto de los grillos se mezclaba con el susurro del viento entre las hojas, y el aroma dulce de las flores nocturnas impregnaba el aire. Las estrellas brillaban como diamantes en el firmamento, observando el extraño ritual que se desenvolvía en la penumbra del bosque.

La bruja continuó su canto mientras descendía con cuidado el filo del cuchillo sobre el vientre de la mujer. Un estremecimiento recorrió el aire cuando el cuchillo trazó una línea luminosa en la piel, y en un instante, la vida y la muerte se entrelazaron en un acto sobrenatural.

El llanto de un bebé llenó el aire, y la bruja, con un gesto suave, extrajo al recién nacido del vientre de su madre. La niña, ajena a la extraña ceremonia, miraba con ojos curiosos a la mujer de cabellos oscuros que la sostenía en brazos. Le acarició la frente con ternura y, con una mirada enigmática, trazó un símbolo con sangre sobre ella.

Finalmente, la bruja cesó su canto, y el bosque quedó envuelto en un silencio denso. Fue entonces cuando pronunció una única palabra, un nombre que parecía nacer del mismo viento que soplaba entre los árboles: "Niamh".

La bruja se alzó, sosteniendo al bebé en brazos, y abandonó el lugar con paso sereno, desvaneciéndose como una sombra en la noche. La mujer yacía todavía en el centro del pentagrama, su aliento apagado por el rito, siendo el último rastro de lo acontecido. 

Graznidos y cenizasWhere stories live. Discover now