Capítulo 1

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Desde detrás del tronco de un árbol desnudo, Niamh observaba con ojos curiosos el cisne que nadaba sereno en el centro del ancho río a medio congelar. Sus patas se movían con elegancia bajo el agua, dejando a su paso pequeños remolinos en la superficie. Concentrada, Niamh se sumergió en los detalles de la criatura: el plumaje blanco y puro, la forma en que su cuello se curvaba con gracia y el brillo de sus ojos oscuros.

Un suspiro suave se escapó de sus labios cuando, poco a poco, su propio cuerpo comenzó a cambiar. Su piel humana cedió espacio a plumas, sus extremidades se alargaron y afinaron hasta convertirse en alas blancas. Ahora, Niamh tenía la apariencia de un cisne, un reflejo perfecto del ave que observaba con tanta atención.

Con su nueva forma, avanzó con torpeza sobre la nieve y el hielo que cubrían la orilla del río. La superficie helada del agua la recibió con un abrazo gélido mientras avanzaba con esfuerzo en dirección al ave. Sin embargo, en un instante, el cisne alzó el vuelo, alertado por la presencia de Niamh. A pesar de su asombroso cambio, los animales siempre parecían sentir la verdadera naturaleza de las brujas, como su madre le había enseñado.

Recordó las palabras de su madre, Sorcha, pronunciadas hace un par de años cuando Niamh había manifestado sus poderes por primera vez. "Los animales son sensibles a la magia", le había dicho. A diferencia de los humanos, los animales veían más allá de las ilusiones y los engaños, percibían la esencia mágica que fluía en la sangre de las brujas.

Niamh regresó a la orilla, sus plumas goteando agua mientras recobraba su forma humana. El frío la envolvía, pero la sensación de haber logrado su transformación con éxito la llenaba de satisfacción. Corrió hacia su pequeña casa en el claro del bosque, el vestido empapado pegado a su piel.

La casa, construida con piedra y barro, tenía un techo de paja y se dividía en dos habitaciones. Una albergaba la mesa central, los estantes rústicos y la chimenea con una banqueta de madera frente a ella para disfrutar del calor que brindaban las llamas, los utensilios de cocina rudimentarios se encontraban colgados de las paredes junto a una amplia variedad de hierbas y especias, mientras que la otra habitación servía como dormitorio y tenía poco mas de dos camas y un pequeño baúl que albergaba ropa vieja.

La puerta se abrió de golpe, dejando entrar una ráfaga de aire helado que amenazaba con apagar el fuego crepitante en la chimenea. Sorcha, su madre, se encontraba junto a esta, removiendo la comida en el interior de una olla sobre el fuego. Sus ojos se posaron en Niamh, y su mirada se endureció al ver el estado del vestido empapado.

—¡Descuidada!— reprendió con voz firme—. ¿Qué te tengo dicho de meterte al rio? ¿Es que planeas enfermarte?

Sorcha retiró la olla del fuego y se dirigió a traer ropa seca para su hija. Niamh, con su naturaleza curiosa y su afán por experimentar con su magia, a menudo dejaba un rastro de vestidos arrugados, desgarrados o empapados después de sus transformaciones. Era una realidad que a veces hacía que Sorcha frunciera el ceño, consciente del esfuerzo que significaba confeccionar cada pieza de tela en su pequeño hogar.

—Y no te olvides de llevarte la capa contigo si planeas volver a salir—advirtió mientras le entregaba una muda de ropa.

Niamh hizo una mueca mientras se cambiaba.

—La capa me da picazón—se quejó—. No quiero llevarla.

Sorcha frunció el ceño.

—Si no quieres llevarla, entonces te quedarás en casa estudiando.

Sorcha comenzó a poner la mesa y pidió a Niamh que llamara a Aisling, su hermana pequeña, a cenar. La niña gritó el nombre de la otra a todo pulmón hasta que su hermana salió de la habitación, donde había estado descansando debido a la fiebre que la había aquejado. Se acomodó en su asiento, todavía con una expresión pálida y débil en su rostro.

Sorcha miró a su hija y le preguntó con suavidad: ¿Cómo te encuentras, cariño?

—Un poco mejor, mamá—Aisling respondió con voz débil pero esperanzada.

Sorcha sonrió con ternura y colocó un plato de comida frente a su hija. Ella sabía que la fiebre era un síntoma común cuando los poderes se manifestaban. Entonces Aisling compartió que esa mañana había encontrado su planta en flor y Sorcha supo que los poderes de su hija habían despertado, y por lo visto Aisling dominaba la naturaleza, aquello puso a la mujer de buen humor. Con la ayuda de la pequeña, finalmente podrían cultivar lo que necesitaban para sobrevivir.

La noche cayó, y Sorcha dejó a las niñas durmiendo en su cama. Este ciclo se repetía cada última luna llena del año, marcando los compases de su vida con un ritmo desgarrador. Ella partía en busca de un bebé, solo para perderlo a las pocas semanas de mudarse cerca de otra aldea, debido a que la zona se volvía peligrosa por las partidas de búsqueda de la inquisición impulsadas por la desaparición de una mujer embarazada del poblado. Con un suspiro resignado, salió de la casa, dejando a sus hijas en la calidez del hogar.

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⏰ Last updated: Aug 10, 2023 ⏰

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Graznidos y cenizasWhere stories live. Discover now