cuatro

142 19 27
                                    

Los siguientes días del receso de otoño fueron lentos y callados.

Harry se sentía como un idiota por haber ido a la Mansión Malfoy. Realmente no sabía por qué había decidido eso, porque claro estaba que la familia del rubio no le daría información, solo que por un momento pensó, ¿que habían cambiado? Las muertes siempre cambian a las personas, para bien o para mal. Él aún no había superado lo de Cedric, no podía pronunciar su nombre y no había noche en que no soñara con su muerte; eso sin contar las veces que se distraía en las clases pensando en qué pudo haber hecho mejor para que sobreviviera el Hufflepuff.

Luego estaba Draco y su maldita presencia que lo sacaba de quicio, que lo recriminaba a cada minuto por lo sucedido, pareciendo disfrutar de poder regañarlo como si fuera su padre.

¿Por qué no le tocó a mamá ser mi ángel?, pensó aquella mañana.

—Quizás porque era una sangre sucia.

Harry tomó un libro que estaba en el escritorio a su lado y le arrojó con todas sus fuerzas, pero al ver que al rubio no le hacía nada, la rabia se apoderó de él y comenzó a arrojarle todas las cosas que encontraba a mano: cuadernos, periódicos, plumas, hasta la silla. Sólamente se detuvo cuando Sirius asomó su cara por la puerta para ver de dónde venía ese estruendo.

—Harry...

—Lo siento, yo- —se giró hacia Draco, quien estaba apoyando su hombro en el borde de la ventana con una sonrisa ladina. Miró al suelo y vio todas las cosas desparramadas—. Lo ordenaré enseguida.

—Harry... —repitió Sirius, pero el chico no respondió y se puso a juntar uno por uno, sin magia, intentando no perder el control, porque o rompería el resto de la habitación o lloraría hasta el cansancio y no quería hacer ninguna de las dos. No frente a ellos. No frente a Draco.

Sirius permaneció un momento más, en el marco de la puerta, observando a su ahijado juntar las cosas, hasta que se dio vuelta y lo dejó continuar.

Al verlo irse, Harry se recostó en el escritorio y se tomó la frente con la mano.

—Vaya, que haces berrinches —comentó Draco, caminando por encima de las cosas que aún quedaban en el suelo.

—No quiero discutir. Me duele la cabeza —se masajeó la frente.

—Porque te la pasas con esa maldita barrera alta.

—No quiero que escuches mis putos pensamientos.

—¿Para qué? ¿Para que no sepa de tus planes de mierda que tienes? ¿Para que yo-

—No actúes como si tu no harías lo mismo si yo fuera tu guardián—le acusó Harry con un dedo—. Eres insoportable, no respetas ni una puta cláusula que proponemos.

—Yo no propongo nada, ese eres tú.

—¿Ves? ¡No colaboras con nada! —su corazón ya latía con fuerza de impotencia— Te metes todo el tiempo en mi cabeza-

—Sabes que no tengo control de eso.

—...eres un cretino cuando estoy con los Weasley —siguió enumerando con los dedos, alzando el brazo bruscamente hacia arriba para enfatizar cada uno de sus puntos—, te burlas todo el tiempo de mi como si no fuera un maldito adolescente que, adivina qué, ¡COMETE ERRORES!

—¡Pues tú no puedes cometer errores!

—¡¿Por qué no?! —gritó sin importarle que Sirius lo escuchara.

—¡Porque tienes que terminar con la guerra! Solo tú puedes derrotar al Señor Tenebroso.

—Me importa una mierda la guerra y el idiota de Voldemort.

La sombra del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora