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Ayer me miraste. Sentí como si un rayo de electricidad se clavara en mi carne, recorriendo cada nervio hasta prender fuego a mis entrañas. ¿Acaso ya te has dado cuenta de la manera en que te observo, de cómo mis ojos te devoran con la misma ansia con la que anhelo que me devores?

Vivo consumido por el deseo de ser tuyo, como una marioneta en tus manos, esperando a que me uses, a que me desgarres y me destruyas, a que arranques de mí todo vestigio de humanidad. No hay palabras que puedan expresar la locura que despiertas dentro de mí. Por ti, mi corazón late con una violencia tal que parece querer estallar, golpear mis costillas hasta romperlas, queriendo escapar de mi pecho. Mis dientes rechinan como un mecanismo oxidado, movidos por la excitación que me consume cada vez que me siento a contemplarte, imaginando cómo me desollarías con la misma calma con la que saboreas esos dulces.

Allí estás de nuevo. Sentado en un columpio con una bolsa de frugeles.

¿Realmente saben tan bien?

Estoy tan seguro de que el hierro en mi sangre podría deleitarte mucho más que esos caramelos de sabor artificial. Imagino la escena: te sirvo un plato de mis tripas, todavía palpitantes, y lo acompañas con una sopa espesa y humeante, donde aún flotan un par de mis cabellos arrancados con violencia. El caldo se teñiría de rojo, mezclando el sabor metálico de mi sangre con mi sudor frío.

Si tan solo me dijeras que me quieres en tu boca, yo estaría para ti. Mi cuerpo podría ser tu banquete, si sólo lo pidieras. Muero por ver la expresión en tu rostro mientras devoras todo de mí, mientras masticas mi piel, mis huesos, y en ese acto grotesco, te aturdes con mis gritos, con mis súplicas de dolor y placer.

Por favor, Dios, escucha mis plegarias.

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@sopaipillaswithpalta

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