Obertura (II)

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Multimedia: vaso griego con las bacantes y Penteo.

Las princesas salieron de la Acrópolis por la puerta Elektra, bien entrada la noche. El vino suministrado a Ágave por las bacantes en la fuente Dirce había hecho su labor entre los guardias, los cuales dormían la borrachera apoyados en la muralla. De la ciudad baja subía, atenuado, el resplandor de muchas antorchas, enfilando el camino del sur, hacia el rio Asopo y la llanura que separaba Tebas del Citerón.

La noche, sin luna, obligaba a aguzar la vista al descender por la senda que partía de la puerta en los muros. Pronto se vieron inmersas en una riada de mujeres, excitadas y curiosas, preguntándose unas a otras sobre el carácter de los ritos a que habían sido convocadas. Las tres princesas no se cuidaban de ocultar su identidad y las demás, al reconocerlas, tampoco disimulaban risitas algo insolentes y burlonas, señalándolas.

-¡Mirad! ¡Las tres Cadmeas que negaban a su sobrino la categoría de dios! ¡Se han convertido en adeptas, en ménades como nosotras!

-¡Bienvenidas sean! -decía otra más conciliadora- ¡Al hijo de dios le agradarán sus conversiones!

La multitud de devotas caminaba a paso vivo, a la luz de las antorchas, pero aun así tenían por delante al menos una hora de camino. Hacia la mitad del trayecto cruzaron el puente sobre el rio Asopo, cuyas aguas fluían tumultuosas, con un sordo rumor. A partir de allí, algunas bacantes del séquito del dios, introducidas por Dioniso en la ciudad baja y aleccionadas para conducir a las que iban a iniciarse en los ritos, comenzaron a entonar canciones de alabanza mientras marchaban, acercándose cada vez más a la montaña.

Al cabo de otra media hora llegaron a las estribaciones del Citerón y comenzaron un penosa ascensión hacia la multitud de luminarias que brillaban, desperdigadas, en la parte alta del monte. Subían entre matorrales, peñas, encinas y abetos, por un paisaje más agreste y peligroso todavía por la nocturnidad. Pronto comenzaron a escuchar extrañas músicas, rítmicas y voluptuosas, hasta que desembocaron en un amplio rellano cubierto de hierba, despejado de árboles y con algunas afloraciones rocosas, ante la entrada de una gran cueva.

El espectáculo era singular y exótico pero no bullicioso ni desordenado o caótico. Antorchas colocadas en lugares estratégicos, mantenían iluminado el sitio. Sentadas en algunas peñas, un grupo de mujeres ejecutaba una rara y pulsante música, sostenida por el ritmo constante y sincopado de los panderos, los crótalos y las sonajas, mientras las flautas dobles desarrollaban melodías adornadas con tonos orientales. Algunas bacantes jóvenes danzaban a tiempo, contorsionando su cuerpo de manera asombrosa o moviendo sus caderas voluptuosamente. Otros grupos de mujeres conversaban tranquilamente tendidas sobre el césped mientras saboreaban poco a poco el líquido de unos cuernos utilizados como copas o tomaban algún alimento de canastas colocadas frente a ellas. Todo permanecía como en un compás de espera.

Aquellas mujeres vestían, sobre sus túnicas, la nebris o piel de cervato cruzada, aunque algunas lucían pieles de leopardo o pantera. La mayoría engalanaban su cabeza con coronas de hiedra o pámpanos de vid. Bastantes de ellas tenían su cuerpo tatuado y algunas jugaban con serpientes amaestradas. También se veían varias con máscaras de exagerados y grotescos rasgos. A su lado, descansaban los tirsos, recubiertos en parte de hiedra. Un aroma a incienso se desprendía de las hogueras en las que arrojaban, de cuando en cuando, puñados de aquella fragante resina aromática.

Algo aparte, un grupo de hombres de dudosa catadura, algunos con cascos de cuero que incorporaban un par de cuernos cortos, afilaban las puntas de lanza usadas para sustituir las piñas secas en el extremo del tirso. La mayoría llevaba el torso desnudo y se vestían con pantalones de piel de macho cabrío. En la oscuridad podrían haberse tomado por fantásticos seres semihumanos. Aunque el rellano parecía ser el punto de concentración de aquella masa, las luces desperdigadas por los alrededores, dejaban entender que se trataba de un numeroso ejército de seguidores. Negras siluetas de las acémilas, asnos y mulas utilizadas para el transporte de los enseres comunes, se apreciaban entre las peñas y matorrales.

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⏰ Last updated: Nov 09, 2022 ⏰

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La EsfingeWhere stories live. Discover now