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Ángel decidió que sería egoista con sus propios deseos y que haría lo que le viniera en gana para descargar el estrés. Sin embargo, primero le hizo una pequeña visita a su nueva mejor amiga, la que lo esperaba con una cara furiosa.

Inmediatamente entró por las puertas se fijó en la decoración del lugar, que no variaba en lo absoluto con el sótnao donde ella anteriormente tenía a Angie. Tal vez porque era el mismo sitio, o quizá porque era un buen montaje.

No le dio demasiada importancia porque se escapaba de su interés.

¿Conoces ese sentimiento en el cual se te hace imposible reprimir siquiera una sonrisa?

Ángel sí. Lo conocía a la perfección y era un maestro en dominarlo, aun así, ¿por qué quitarle la diversión a la expresión? ¿Por qué luchar contra un sentimiento tan geniuno como lo era la crueldad?

Entonces, no luchó. Él nunca dijo que fuera una buena persona agregando su granito de arena en un mundo de hiervas podridas y ramas secas. Él era una de esas ramas, cayendo hacia bajo, con la vida escurriendose contra el arbol. Sus labios se curvaron en una sonrisa terca, dejando sus relucientes dientes blancos a la vista que probablemente opacarían al sol.

Su madre solía decirle que era una manzana podrida por disfrutar del dolor ajeno. Resultó ser que una vez lo encontró mirando con deleite como un pajarito perdía la vida mientras él no hacía más que levitar a su alrededor.

Tal vez era cierto.

En la silla la chica se retorcía, sus manos intentando zafarse del agarre ferreo de las sogas que la mantenían cautiva. Aparentemente, llevaba ya unas horas intentandolo ya que las marcas rojas no hacían más que resplandecer.

La sonrisa parecía pender de un hilo grueso que la volvía tensa, terrorífica. Debajo de los pliegues había una tensión crepitante que Chelsea no percibía, como tampoco oía los pasos que se acercaban lentos, metodicamente y coordinados hacia ella.

Otra vez una pregunta brilló en los confines de su mente cuestionable. ¿Como alguien no podía darse cuenta del inminente peligro que se acercaba a ellos cuando el aire parecía enturbiarse a su alrededor?

Sea cual fuese la respuesta... a Ángel le valía un carajo.

Para cuando por fin paró sus pasos delante de ella, ya Chelsea se había cansado de intentar cortarse las muñecas y veía al hombre delante suyo con el ceño fruncido.

-¿Y tú quien se supone que eres?- Inquirió entonces la chica, luego, sus ojos revisaron alrededor-¿Y dónde mierda estoy?

Ángel la miró en silencio, uno que tensó hasta los huesos más lánguidos de ella. El silencio es peligroso, decidió entonces reconocer. Mientras menos escuchas, más temes a lo desconocido. La ansiedad se entreteje en tu estómago cuando no conoces lo que no oyes, le dijo Nháyéleh una vez. Supongo que realmente tenía razón y en su locura la acompañaba un resquicio de cordura.

Ladeó su cabeza, mirando como su precaria valentía se iba en un chasquido.

-¡Sueltame, bastardo!-Decidió entonces gritar, alterada y él solo la miró en silencio unos minutos,

-Cuidado con las palabras que sueltas, Chelsea. Solo una persona fue capaz de decirme bastardo más de una vez-Dijo, su voz profunda-Esa fue mi madre y la maté por ello.

Chelsea se estremeció, e incapaz de mantenerse en silencio, gritó palabras coloridas a oídos sordos. Luego, él se malditamente rio abiertamente en su cara.

En las manos de Ángel.  (+18)  Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora