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Jennie
Seis meses después...

—¿Puede creer que es mi cumpleaños mañana, señora Jenkins? —pregunté mientras salía de la ducha— Diez años... —me senté en el tocador mientras la señora Jenkins frotaba una toalla en mi cabello mojado.

Me sonrió en el espejo mientras bajaba la toalla y tomaba un cepillo.

—Bueno —dijo— Será tu cumpleaños en solo una hora —sonrió con emoción— Tu papá ha echado a perder esta noche permitiéndote quedarte despierta hasta tan tarde.

La señora Jenkins puso la secadora en mi cabeza y lo peino hacia atrás con mi cepillo. Acomodó mi diadema negra sobre mi cabeza, las puntas de mi cabello rizándose ligeramente contra mis hombros.

—Ahora, ¿supongo que quieres usar el vestido azul otra vez? —negó— Al menos tenemos uno nuevo. Uno especial para tu cumpleaños. Uno para niñas mayores.

—¡Sí! —dije emocionada. Había estado desesperada por usar ese vestido. Puse mi mano en su brazo— Pero ahora que tengo diez, ¿puedo usar las otras medias? —contuve el aliento, cruzando los dedos de mi otra mano, saltando de un pie a otro, rezando que dijera un sí.

La señora Jenkins se inclinó y besó mi cabeza.

—Claro, jovencita. Eres una niña grande ahora.

Chillé y corrí a mi armario. Agarré las medias a rayas blancas y negras hasta la rodilla que mi papá me compró el año pasado. Todavía olían a nuevo. Cuando las vio después que llegaron con el correo, me dijo que eran muy adultas para mí. Pero dijo que podría usarlas en mi cumpleaños. Cuando cumpliera diez. Porque sería un día especial para mí.

Sería una niña grande.

—¿A dónde vamos? —pregunté a la señora Jenkins mientras empezaba a ponerme mi vestido y medias nuevas. Cuando estuve vestida, miré mi nuevo vestido azul. Era más ajustado que los otros. Más corto también, y la falda se abultaba en mis muslos. Incluso había un cinturón negro alrededor de mi cintura. Lo até y me miré en el espejo. Mis ojos se abrieron como platos. ¡Me veía tan adulta!

—Es una sorpresa —la señora Jenkins me trajo una taza de té— Toma, bebe esto —tomé el té caliente de su mano y me senté en mi tocador. Me llevé a la taza a mi nariz. Cerré los ojos y olí el familiar aroma del té Earl Grey; mi favorito. No bebería nada más.

Tomé un sorbo, luego otro, y lo dejé en la mesa. La señora Jenkins salió a la puerta. Cuando regreso, tenía una caja.

—Sigue bebiendo el té, Jennie —insistió y se detuvo ante mí.

Bebé más del té.

—¿Qué hay en la caja?

La señora Jenkins la dejó en mi regazo. Había un lazo azul atado en la tapa.

—Es de tu papá.

Demasiado emocionada para contenerme, abrí la caja y quité el papel azul para revelar un zapato de cuero negro. No, no un zapato, sino una bota hasta arriba del tobillo. La tomé. Tenía cuatro broches dorados al costado. Pero la mejor parte era el pequeño tacón. Papá nunca me dejaba usar tacones; decía que no era para niñas.

Pero estos tenían tacones... porque me dijo que a los diez años ya no era más una niña.

—Son hermosos —susurré mientras sacaba la segunda bota y las miraba juntas. Un par.

La señora Jenkins me quitó las botas de la mano y se arrodilló.

—Vamos a ponerlas en tus pies —levantó mi pie. La señora Jenkins se detuvo, con la bota en mi pie— El té —dijo— Quiero ver esa taza vacía antes que vayas abajo.

Tea Time! ❥ ᴊᴇɴʟɪsᴀWhere stories live. Discover now