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Soy fiel creyente de que el primer amor no se olvida. Mi primer amor fue Augustine, la mujer más hermosa que mis ojos han tenido la dicha de mirar... Y la desdicha de ver alejarse.

Sus cabellos eran tan largos y negros como las noches que pasaba acariciándolos con las yemas de los dedos, sintiéndome la mujer más afortunada del mundo. Eran suaves, como las miradas que me dedicaba con esos preciosos ojos pequeños, tan negros y atrapantes como sus cabellos. Su piel no sólo tenía un tono acaramelado, también un sabor tan dulce que sentía que moriría de diabetes si le daba un beso más.

Siempre le daba un beso más.

Su figura esbelta era la más sensual que había visto jamás, hasta me avergonzaba no tener un cuerpo digno de la portada de una revista. Yo siempre cubría mi estómago con ambas manos, y evitaba quitarme la ropa para no dejar en evidencia mi palidez y las estrías de mis muslos... A ella parecía no importarle, pues, me desnudaba con delicadeza repitiéndome lo hermosa que era, y yo no podía evitar llorar por la Diosa que tenía encima de mí, amando cada parte de mí.

Y ahora no puedo evitar llorar porque mi Diosa está encima de alguien más, amando cada parte de él... Y yo, yo estoy encima de una rubia, de quien no amo absolutamente nada.

Sé que no soy una santa, pero todos tenemos nuestras maneras tóxicas de lidiar con rompimientos y sentimientos.

—No te amo, Christine —le dije—. No quiero usarte.

Creí que con esas simples palabras la estaba invitando a irse de mi cama. De mi casa. De mi vida.

—Pero yo sí.

—¿Qué?

—Úsame, Danielle.

En un ágil movimiento se acomodó encima de mí, y me miró profundamente con esos grandes ojos azules. Sensuales ojos azules.

—Quiero que me uses. —Sin esperar una respuesta de mi parte, comenzó a besarme como si fuera a desvanecerme en cualquier momento. Las lágrimas caían por mis mejillas y ella las limpiaba con sus suaves manos.

En otra vida, sus caricias habrían saciado el hambre de mi alma.

—Yo amo a Augustine. —Separé mi boca de la suya, que aún me buscaba. Difícil me era separarme de ella... Juraba que la boca de Christine era capaz de soltar hechizos sin pronunciar una sola palabra, de hipnotizarte y atraparte cual trampa mortal—. Esto no es bueno para ti.

O tal vez no lo era para mí.

—No eres quién para decidir qué es bueno o no para mí. —Me besó nuevamente, enredando sus largos dedos en mis cabellos castaños. Mis manos, desconectadas de mi corazón (y de la lógica), viajaron ansiosas por todo su cuerpo, acariciándolo y acercándolo más al mío, sintiendo su calor.

Una de sus manos dejó mis cabellos para posarse en mi rostro, tomándolo casi con violencia. Una sensual violencia.

—Úsame, Danielle. —Me besó casi tan intensamente como antes, para separarse en un instante frustrándome— Quiero que me folles.

Su voz sonó ronca por el deseo, sus ojos azules habían oscurecido, y ahora sus uñas estaban clavadas en mi rostro. Dolía, pero no quería que parara. 

Me aferré a sus caderas y solté un suspiro cargado de deseo, y fue cuando ella intensificó el agarre en mi rostro, dejando rasguños en este.

—Fóllame, Danielle. —La necesidad latiente en sus venas la obligó a rogarme, casi con enojo; lo que encendió una llama dentro de mí. Una llama que... ya era tarde para apagar.

Tomé su cuerpo entre mis brazos y lo arrojé a la cama con belicosidad.

—¿Aceptarás las consecuencias de eso? —Pregunté entremezclando mi aliento con el suyo, acto que nos provocaba a las dos de la misma manera.

—Aceptaría hasta la muerte de tus manos.

an almost love storyWhere stories live. Discover now