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Tenía a Augustine entre mis brazos besando mi rostro repetidas veces, causándome cosquillas —en el rostro y en el corazón—. Estaba sentada en mi regazo, con la piscina de nuestra casa soñada a sus espaldas y el sol adornando su preciosa figura en traje de baño... Aunque nada resaltaba más que su sonrisa, y nada brillaba más que sus ojos.

—Eres una pesada. —Me quejé en broma, pues, nada me gustaba más que ella comportándose así, dejando salir todo lo que sentía en pequeños gestos cursis como bombardearme con besos.

—No puedo evitarlo, es que te amo. —Soltó una corta risa para luego besarme de manera aún más acelerada, haciéndome reír fuerte.

—¿Me amas? —Pregunté con una sonrisa coqueta.

—Te amo, Danielle.

Y luego de una risa corta e inocente de su parte, me decidí a besar sus labios... Pero el sonido de la alarma me detuvo antes de que pudiera lograrlo, y ya no tenía a Augustine entre mis brazos, sino a una tonta almohada.

—Maldita sea.

Apagué la bendita alarma y solté el suspiro más largo de mi día... Y apenas eran las 6:30 a.m. El cielo estaba gris, haciendo juego con mi ser ahora mismo.

—Maldita sea.

Me di vuelta en la cama, cubriendo mi cabeza con las sábanas, pensando "podría faltar a clases hoy, mis alumnos me agradecerán el día lluvioso libre"... Y luego recordé que hoy tenía que dar un examen, al mismo tiempo en que mis superiores me evaluaban a mí y que de esto dependía mi título universitario.

—¡Maldita sea!

Maldije por tercera vez, levantándome de la cama con furia. Al quedar frente al espejo de mi habitación sentí que mi reflejo desarreglado y triste se burlaba de mí. "Púdrete tú también" le dije y le mostré el dedo del medio, para luego meterme al baño. Allí dentro el reflejo no era mucho más agradable, por lo que lavé mi rostro con agua fría, limpiando los besos que Augustine me había dado instantes antes en el mundo onírico, y maldiciendo por cuarta vez.

Luego de secarme, bajé a hacerme un desayuno nutritivo... claro, si consideramos que un café negro, dos tostadas con queso y un cigarrillo barato son algo nutritivo. Después me vestí con unos mom jeans, una camisa blanca, un sweater oversized de color rojo y mis Converse negras porque no hay manera de lograr que me ponga zapatos.

Delineé mis ojos, cepillé mis dientes, peiné mis salvajes cabellos castaños, y al colocarme mis lentes logré verme decente... o algo así. Lo suficiente como para darle clases a una manada de adolescentes hormonales. Y no es como que yo fuera muy vieja, tengo veinticuatro; pero la diferencia entre una mujer de veinticuatro años que está terminando su carrera universitaria haciendo prácticas docentes, y un adolescente de diecisiete años cuya única preocupación es pasar el examen de Filosofía y evitar que una chica le rompa el corazón, es bastante notable... Aunque, ni siquiera yo pude evitar que una chica me rompa el corazón, así que tal vez debería ser más justa con ellos.

Seguido de un viaje de treinta minutos en autobús mirando el cielo nublado y rogando por que no volviera a llover —mi pelo ya estaba sufriendo la humedad del ambiente—, me encontré frente a la secundaria en la que hacía mis prácticas, una suave brisa golpeó mi rostro y movió mi cabellera. Acomodé mi mochila sobre mi hombro izquierdo y me adentré en el edificio. Sentí que estaba arrastrando mis pies pero no lograba levantarlos del suelo. Mi cuerpo se sentía pesado, frío, como una carga que tenía que llevar sin opción, sin lugar a negarme. Sin escape.

Miré mis pies, y estaban caminando normalmente; mi cuerpo también se movía normalmente... Era sólo la sensación de pesadez en mi pecho que invadía todo mi espíritu.

an almost love storyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora