37° Capítulo

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Al llegar a uno de los barrios más pobre de la ciudad, comprendí el porqué del rechazo que este lugar le causaba Selena.

Maneje con sumamente cuidado por aquellas calles no pavimentadas, llenas de grandes agujeros, algunos repletos de agua sucia con piedras sueltas a su alrededor. 

Las aceras eran angostas y prostitutas en cada esquina, la gente te miraba con disgusto, mientras que otras te saludaban con afán para lograr obtener la venta de algún producto de dudosa procedencia. 

Como era de esperarse, la policía rara vez entra a estos callejones sin salida y las personas ajenas a este sitio ingresan bajo su propio riesgo. Rece, no sé ni cuantas oraciones, y le pedí a Dios ser mejor persona si me sacaba vivo de este sitio. 

Al final de la calle estaba la casa número 20 color celeste con un portón de acero algo descolorido y en la puerta había una placa metálica donde decía “Hogar dulce hogar”.

Con gran nerviosismo toque la puerta de madera, donde sale casi de inmediato un señor canoso de avanzada edad que al explicarle las razones de mi visita no dudó en invitarme a entrar. 

— ¿Conque eres el nuevo propietario de la casa? 

— Sí, señor —respondí observando detalladamente el interior de la vivienda. 

La cual no contaba con grandes lujos; un televisor en la sala, junto con la mesa principal; el cielo raso, el piso, junto con las paredes, eran de madera, donde colgaban algunos cuadros de paisajes con fotos pequeñas de la familia, y al fondo de la propiedad, estaba la cocina de leña donde emanaba un rico olor de comida recién hecha, lista para ser servida.

— ¿Quieres que te sirva algo de tomar? —escuché decir al hombre frente a mí. 

Y antes que pudiese contestar apareció Selena con rostro enojado. 

— ¿Qué haces aquí?

La volví a ver con asombro por su aspecto descuidado, su rostro cansado con grandes ojeras y su pelo recogido junto con su ropa barata, dejaba ver lo mal que lo estaba pasando. 

— ¿Crees que nunca te vendría a buscar para pedirte perdón? —conteste cínicamente. 

— ¿Acaso conoces a este señor? —pregunta su padre arrugando el entrecejo.

— Este es el desgraciado que me acusó de ladrona… —grita delante de mí. 

— Cometí un error, es muy cierto —objete con tono serio y algo disgustado por la forma en que me estaba tratando. —Pero… no me merezco que me crucifiques de tal forma. —finalice levantándome del sillón.

— ¿Escuchaste eso papá? — cuestiono ella con voz entrecortada. 

Su progenitor gruñe algunas palabras de aprobación que poco distingo por lo suave de su voz.

Selena comienza a llorar desesperada y con orgullo intenta limpiarse las lágrimas, siendo esto último, misión imposible, pues las finas gotas de agua salen de sus ojos sin parar. La miró desconcertado, sin comprender el porqué de su enojo, si le estaba pidiendo perdón. 

— Selena me equivoque, lo admito… ahora entiendo el porqué lo hiciste. Y te pido tu perdón… —imploro con tono suave para calmar su actitud. 

— ¡Largo de aquí! —grita señalando la puerta principal. 

Los demás miembros de la familia aparecen como por arte de magia, unos salieron de la cocina y otros de los cuartos. 

Miró confundido a su padre, pero él no hace ni dice nada por rechazar la solicitud de su hija.

— Luisma —grita Greivin apenas me ve. 

—Hola, campeón —abriendo los brazos para saludarlo.

— ¿Acaso es…? —pregunta un hombre joven, mirando a Selena.

—Sí, es esté, el desgraciado que me mintió —contesta abrazando al otro niño. 

A lo que se volvió hacia mí, empujando mi cuerpo hacia la salida. 

— Si no sale por las buenas, yo te saco por las malas —gruñe el muchacho. Que mirándolo bien, puedo aducir que era su hermano menor. 

Lo ignoró y le fulminó con la mirada como si todo esto fuera una broma, acarició sutilmente la cabeza del niño que aún me sujetaba por la cintura. 

— ¡Cálmate Fernando!, así no se solucionan las cosas —vocifera su madre detrás de él —creo que ellos necesitan hablar a solas. ¿Verdad Selena? —A lo que ella afirma entre sollozos y mordiéndose los labios.

— Vengan niños a comer, deja a tu madre con ese… Señor —refiriéndose a mí en forma despreciativa.

— Sí, abuela —contestan ambos, caminando hacia la cocina.

— Y usted también, Fernando

— ¡Pero mamá! —reclama el joven caminando a su dirección. 

—Hija, vamos a estar en la cocina, por cualquier cosa que necesites… —dice su padre levantándose de su asiento y mirándome de arriba hacia abajo.

En cuestión de minutos estábamos solos con un silencio interminable. Ella permanece sentada en un sillón roto y yo en el otro, mirando su belleza al natural desde lejos. 

Intentó romper el hielo varias veces, pero ella no contesta, poniéndome más nervioso.

***

SELENA

Cierro los ojos tan fuertes como pudo, intentó ocultar mi rostro empapado de lágrimas de su mirada dudosa. Aún lo amaba, no cabía duda, mi corazón se estremece al verlo y me grita que vuelva con él. Pero mi mente me lo niega, recordando el mal momento que viví a su lado. 

Quise ponerme de pie y correr hacia mi habitación; que era el único lugar en el que me sentía segura de sus ojos verdes.  Pero el caballero me detiene, obligándome a abrirlos delante de él, con su cara de ángel y su cuerpo formado. 

Sin salida y con gran desilusión lo miro a los ojos.

—¿Por qué me mentiste? 

Él se echa para atrás y arruga el entrecejo, para después preguntar en tono fuerte

— ¿De qué hablas mujer…? Yo nunca te he mentido, todo lo contrario siempre fui sincero y honesto contigo, muy al contrario tuyo.

—¿Todavía crees que me robe ese dinero? —cuestionó abriendo los ojos como platos al ver su cinismo. 

— ¡Eso ya no importa!  Porque ahora entiendo, el porqué lo hiciste. 

— Según tú ¿Por qué lo hice? 

— Por tu familia. Para que ellos no quedaran en la calle —opina Luis Manuel, tranquilo, mientras estira la mano para entregarme la carpeta donde están los títulos de las propiedades.

— ¿Y eso?

— Esto es tuyo… —responde él sacando los papeles del portafolio.

SOLO TÚ (EDITANDO) Where stories live. Discover now