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Amber acababa de enviar dos misivas a Londres. Se había despertado especialmente temprano para responder a la carta que le había mandado Bella, pero también lo había hecho porque necesitaba contestarle a su esposo su primera y única correspondencia.

Debía admitir que estaba asombrada tanto por el escrito como por el contenido del mismo. En resumen, Jhon estaba decidido a que los gemelos reanudarán su educación con la guía de un tutor.

Le había dado tres opciones diferentes para que escogiera entre los maestros que ya previamente había entrevistado. El señor Kennen Glass era un hombre viejo y anticuado pero siempre se llevaba bien con los niños, en especial con los más pequeños, además de que era un profesor bastante alabado en casas de nobles. La segunda opción era Lionel Holden, quien se inclinaba más por las artes y la ciencia que por otras áreas del conocimiento y debido a sus intereses había viajado por el mundo cientos de veces, haciéndolo idóneo para lo que Amber y Jhon querían en el futuro para sus hijos. Y el último candidato era Roger Coates, el favorito de su esposo.

El señor Coates había trabajado para los marqueses de Londonderry, una de las mejores familias aliadas de la corona. El hombre había educado con excelencia a todos los barones herederos del título, lastimosamente el más reciente heredero ahora contaba con veinte años por lo que sus servicios no eran requeridos de emergencia y el tutor se daba una vida con muchos lujos extravagantes, por lo que sus ahorros eran muy bajos y la paga que se le ofrecía bastante buena como para rechazar la gran oportunidad.

Amber estuvo a punto de escribirle a Jhon que él solo podía encargarse de Arthur y Marc y por eso la había echado de casa, pero el tema tenía que ver con sus bebés y ella no podía desligarse de ellos así como así. Por supuesto que le preocupaba saber el tipo de maestro que tendrían y que estarían muy bien cuidados. Por ello, prefirió apelar a su lado razonable y le indicó a su esposo que estaría feliz si el señor Coates o el señor Holden eran elegidos para el puesto y que en últimas era su decisión la que contaba.

Sus palabras fueron concretas y casi se arrepiente al final de la misiva cuando le escribió que esperaba estuviera bien. Sin embargo, cuando el cartero ya se había marchado con los sobres en su portafolio con destino a Londres, decidió que no era para tanto, y que si la había ignorado deliberadamente todos estos años también iba a pasar por alto aquella última frase.

Descubrió que se había equivocado al día siguiente.

Junto con la diaria carta con la hermosa caligrafía de Isabella, le entregaron un sobre de parte de Jhon. Antes de abrirlo se preguntó si había habido algún inconveniente con los maestros, pero para su total conmoción, Jhon Belmond le estaba agradeciendo su pronta respuesta y también se interesaba en su estado salud.

La única sensación que la recorrió fue el recelo. ¿Desde cuándo ese hombre se interesaba por otra cosa que no fuera el trabajo? Podía asegurar sin miedo a equivocarse que en los pasados cuatro años, Jhon nunca había mostrado interés por ella. Ese cuidado que alguna vez le profesó se había esfumado mucho tiempo atrás.

No le contestó.

Desde que estaba en Cambridge había dejado de sentirse culpable por lo sucedido con su esposo. Isabella le había recalcado mil veces que no la odiaba por haber besado a Barwick en su momento y mucho menos porque ninguno le hubiera mencionado el incidente a la rubia. Darien tampoco había tocado el tema en todos estos años y seguía comportándose como un hermano con ella.

No iba a permitir que Jhon perturbara esa paz y perdón propio que había conseguido en unas cuantas semanas en aquella casita. Le había hecho mucho daño a Jhon y había intentado remediarlo de todas las formas posibles, pero si él no deseaba pasar de página, no podía obligarlo a cambiar.

Historias Cortas - Misterios de Londres III (COMPLETA)Where stories live. Discover now