Capítulo III | Él no era como los demas

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Otro día más de escuela rutinaria, pensaba que no sabría de qué hablarían mis compañeros si algún día se quedaran sin celular, pero por suerte no me importaba.

Era como si todos los días, solo fuera para ver de cerca la ignorancia y burlarme silenciosamente de su ridículo show de popularidad y vanidad, que ya sin gracia, se presentaba ante mí.

¿A casó no lo ven? ¿No son capaces de advertir que sus superficiales y vacias charlas no son más que el resultado de años de lavado y violación a la razón por medio de los repugnantes medios de comunicación? Es como si estuvieran ciegos, al admirar a esos tan bellos y esbeltos jóvenes en televisión y en la redes "sociales", que sus ordinarias vidas jamás sé podrian comparar a las de ellos. Llenos de lujo y regocijante ostentosidad, ellos aceptan dichosos comer las sobras de una sociedad que te empuja a creer que eso es lo mejor. Aceptan vivir subordinados ante un estúpido y fatalmente vanidoso, estilo de "vida" al que jamás podrán acceder.

Para variar, fui directamente al último lugar donde chicos de mi edad pasan las tardes.

Entré, y ya de memoria sabia el camino a su encuentro. Tan solo al llegar, sentí que aquella paz llenaba cada espacio de mi fatigada mente, pero los nervios del volver a verlo me erizaba mi piel.

Finalmente me senté a su lado, saque mi cuaderno de dibujo y mi celular.

-Esto te va a gustar, lo se porque a mí me encanta.-Dije seleccionando una de mis canciones favoritas en mi movil.-Se llama Amaneceres tempranos sobre Monroeville.-

Coloque un auricular en mi oído y el otro cuidadosamente sobre el mármol.

-¿No te parece hermosa la interpretación de letra? Casi se puede sentir la pasion y el dolor atraves de su voz.-Suspire.-Es una hermosa canción.-

Perdida en la música, en un tono muy bajo, dibujaba algunos retratos y terminaba otros.

Le hubieran gustado mis dibujos. Seguro él apreciaba el arte, le hubiera gustado ver todos mis bocetos y retratos. No era como esos que no sabía interpretar una buena obra, como esos que no entienden la expresión de un artista, él no pensaba que era 'raro' o 'basura'. Le gustaba la música hecha con sentimiento y pasión, no las absurdas pistas sin sentido que sonaban en la radio y en los medios. Música repetitiva y tonta, de ídolos adolescentes que desaparecen cuando su juventud se lleva su belleza. Rodeados de esa insana histeria de miles de chicas gritando en una ridícula puesta en escena de malos playbacks, pasos de baile incomprensibles y canciones escritas por quien sabe quien, con letras vacías y superficiales.

Eso es música para ellas, basura para mí, lo que es música para mi, son gritos para ellas.

-Se que te gustaba esta música.-Dije en voz baja.

Mis pensamientos me llevaron lejos de este mundo otra vez, y volví a mi casa un poco cansada.

-¿De dónde venís?-Pregunto mi mamá al verme llegar.

-De... por ahí.-Conteste.

-Te pintaste los ojos. ¿Con quién estabas?-

-Con nadie.-

-¿Tenes novio?-Pregunto sorprendida.

-No es mi novio.-

-¿Entonces te gusta?-

-Mamá... no estuve con nadie. Enserio.-Dije seriamente.

-Esta... bien.-

Mi madre, que decir de ella además que es una santa. Se la pasa tal vez a falta de algo mejor en que ocupar su tiempo, en la casa de Dios. Siempre contribuyendo y colaborando con alguna causa eclesiástica, que poco tiene que ver a mi entender con agradar a Dios.

Por un lado es admirable, entregar todo el tiempo, parte del dinero y la fe, en algo que se cree. Por otro lado, ese mismo Dios al que oraba cada día se había quedado con toda su pasión, debilitado poco a poco la relación que tenia con el hombre que había sido su esposo y amante. Convirtiendo a ese ferviente joven y prometedor marido, en tan solo un decoro hogareño que pasa sus horas no laborales en un sofá, tan solo admirando cualquier tipo de vacía programación televisiva que le ofrezca el horario.

Y tal vez, había sido motivo de alguna aventura con una fulana un tanto más joven que él, de la que ella jamás sabría, no por qué yo no quisiera decirle que nuestro automóvil estacionado en una plaza a las afuera de la cuidad, fue además de mi persona, testigo de una inusual escena que incluía al hombre que me había dado la vida y alguna mujer desconocida que lo saludaba con un beso en los labios, si no porque la simple mención de ello, implicaría un desagradable discurso que pondría en tela de juicio la veracidad de mis palabras.

Ese mismo Dios, le estaba quitando la relación con su única hija. Sin obligarla a tal cosa.

Entré a mi pieza y me tire a la cama, solamente para pensar en él toda la noche. Como era, que música le gustaba, que sabor de helado, que color, cualquier cosa. No podía esperar para verlo mañana.

Síndrome de CotardWhere stories live. Discover now