Capítulo V | Sindrome de Cotard

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El fin de semana fue largo, no podía volver a verlo con ninguna excusa. Mi madre se habría dado cuenta.

Aunque a veces no lo creía, era astuta y no le iba a llevar mucho tiempo saber donde pasaba las tardes. Pero aunque lo supiera, posiblemente lo habría negado, a veces prefiere mirar hacia otro lado para evitar el conflicto.

Para ella vida es perfecta, no hay nada por que sufrir.

...

Finalmente llego, el lunes. La escuela era como siempre insípida, pero a la salida corrí de nuevo a su encuentro.

Como siempre solitario, en su lugar esperaba.

Mis ansias de verlo eran poco más que incontrolables, solo deseaba sentir otra vez su tranquilidad, su silencio, su arte, su paz. Matar en su compañia la soledad y la desepcion.

-Este lo termine ayer.-Le dije tomando el dibujo del ángel sobre el mausoleo. -Pero me olvide de dejártelo.-

Observe detalladamente el dibujo y al pensarlo, no creí justo darle un retrato de la perspectiva que diariamente veía desde su lugar. Cambie rápidamente de opinión.

-¿Sabes qué? Este es mejor.-Guarde la hoja. Arranque otro de mis dibujos, lo doble en dos y lo coloqué cuidadosamente cerca de su foto, junto con las rosas, el esmalte de uñas y algunas otras pequeñas cosas que había dejado junto a su lapida con el correr de los días.

-Ahh, traje los poemas que te dije... no son muy buenos, pero creo que te pueden gustar.-

Saque de entre los papeles cortados, hojas arrancadas y algunas flores secas, una hoja pentagramada.

-Nunca, se los mostré a nadie.-Dije desdoblando la hoja.-Te voy a leer uno, se llama 'Síndrome de Cotard'.-

Algo tímida, comencé a leer el manuscrito. Tenía algunos grafitos alrededor y el papel estaba algo maltratado. Lo había escrito una noche de soledad, era muy intimo y personal. Nadie debía saber de su existencia, nadie debía saber como me sentía realmente. Era muy penoso, como descubrír mi alma, desnudarla al juicio del atroz mundo exterior. Ello expresaba lo que muchas veces sentía ante esta nueva sociedad que poco a poco se hundía en su decadencia.

Síndrome de Cotard. El diccionario de medicina lo define como una enfermedad mental en la que afectado cree estar muerto. Asi me sentí, muchas veces en mi vida. Camino por las calles como si no estuviera allí. La gente pasa a mi lado y parece no percatarse de mi existir, esquivan la mirada, susurran a mis espaldas.

Miró las vidrieras con esas ropas tan modernas y elegantes, y pienso que jamás voy a verme así. Chicas hermosas, esbeltas y sonrientes, en enormes cartelones plásticos como sus senos y labios. Hermosa juventud artifial y ciega, tan buscada y anhelada por la vanidad del dinero.

No se por que, pero en mi interior hay algo que me hace diferente, elegí no pertenecer a esta sociedad que aumenta su capital a costas del hambre de millones. Que crea modelos de 'felicidad' que en realidad los vacía por dentro para adornarlos por fuera.

Tal vez no soy una muerta entre vivos, estoy viva entre muertos que creen estar vivos. Las infelices vidas de los muertos, las controlan unas cuantas frías corporaciones, que les dan la falsa sensación de elegir como "vivir", cuando en realidad son esclavos. Están obligados a decir, pensar y hasta sentir, algo que le muestran en una pantalla con bonitos colores.

Eso, no es estar viva para mi. Tal vez para ellos si, por eso me miran tan extrañados al caminar junto a ellos.

"Diferente es bueno" dicen, cuando en realidad solo lo hacen desde a fuera, sabiéndose igual al resto.

Ser diferente es un pecado y él seguro lo habría sufrido también. Rechazado por los muertos que lo rodeaban, él se mantenía fuerte eligiendo vestir de oscuridad y sentir de verdad.

Inesperadamente, mi celular sonó fuertemente en el lugar, interrumpiendo mis pensamientos. Un mensaje de mi mamá, me decía que hoy tenía que volver a casa temprano. Me enoje mucho, pero tenía que obedecer.

-Me tengo que ir.-Dije un poco triste.

Antes de poder siquiera moverme, una gota cayó sobre la hoja que sostenía. Mire al cielo, estaba nublado y gris. Un fuerte trueno me advirtió que la lluvia estaba a punto de desatar toda su furia sobre mi.

Rápidamente guarde mis cosas y me levante del suelo, la tormenta ya se había desatado, puse mi mochila en mi cabeza y comencé a correr a un mausoleo techado. Desde ahí, podía ver como Eric se quedaba. Todas las flores, dibujos y cosas que había dejado para él, estaban a merced de la lluvia.

Corrí un poco, solo unos pocos pasos antes de volver la mirada atrás. No quería dejarlo solo otra vez.

Síndrome de CotardWhere stories live. Discover now