Capítulo 13.

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Terminamos de desayunar y convencimos a Estefania para que se tome el día libre.

—Si los señores se enteran me van a matar. —Suspiró a punto de cruzar la puerta.

—Se libre —la alenté imitando el acento español.

—No se van a enterar. —Ivan se encogió de hombros.

—Si nos traes helado a la vuelta, obvio —le recordé.

Ella se rió.

—Se portan bien. —Nos señaló.

Ivan y yo asentimos al mismo tiempo.

—De tramontana —le aclaré.

—De tramontana —se lo anotó mentalmente —. Nos vemos, se cuidan —se despidió finalmente.

—¿Qué pinta ahora? —me tiré en el sillón a penas cerramos la puerta —. ¿Me dejas traer a alguien? —le consulté a Ivan.

—¿Traer a alguien? —Frunció el ceño.

—Si, un rato nomas, lo extraño mucho. —Jugué con mis dedos.

—¿Lo extrañas mucho? —Levantó una ceja —. No podes —se negó.

—¿Por qué no? —Me levanté del sillón —. Por favor, Ivan —le rogué —. Te juro que no te pido más nada, hago lo que vos quieras, no sé. —Agarré su mano suplicandole como una nena.

—¿Tan desesperada estás? —Alejó su mano con brusquedad.

—Si, porfis, dale —supliqué.

—Ya te dije que no. —Bufó.

—¿Por qué? —Lloriquee.

—Porque no. —Pasó por al lado mio y se sentó en el sillón.

—Entonces me voy yo. —Me crucé de brazos enojada.

Giró su cabeza para mirarme enojado.

—Bueno, traelo. —Rodó los ojos —. Pendeja caprichosa —murmuró.

—Yo sabía que ibas a recapacitar. —Le di un beso en el cachete y subí arriba corriendo.

Agarré mi celular y llamé a mi papá.

—Hola mi vida —me saludó —. ¿Qué andas haciendo?

—Pa, ¿queres venir? Viste que te conté que se iban de viaje, Ivan no tiene problema en que vengas, ya le pregunté, al toque dijo que si —conté animadamente.

—¿Estás segura? —dijo dudoso.

—¡Si! Posta te digo, dale vení —lo animé.

—Bueno corazón, ya estoy yendo para allá ¿queres que lleve torta helada? Esa que te gusta a vos —propuso.

—Si, dale, te esperamos. —Corté antes de que se arrepienta —. Je. —Salté feliz.

Me cepille los dientes y me até el pelo ya que por fin estaba seco.

Volví a bajar dando saltitos, le erré en el último escalón y casi me hago percha.

—¿Estás más pelotuda de lo normal o soy yo? —consultó Ivan.

—Que flashas. —Me levanté del piso y fui a sentarme al lado de él. Esta mirando un video de Mr Beast —. Bue, re picado —exclamé cuando le regaló un tesla a un random.

—Puede hacer lo que se le cante el orto —dijo Ivan.

—Mal, que intente ser inmortal como Dalas —dije divertida —. Te imaginas que Mr Beast haga un video de estos y el premio sea ser inmortal —hablé como si hubiera tenido la mejor idea del mundo.

Ivan miró mi expresión y sonrió levemente.

—Sos re flashera. —Volvió su vista a la tele —. No es mala igual. —Asintió indiferente.

—Amigo, es una re idea —susurré prestando atención al video.

Sentí como su mirada se posó en mí. Giré mi cabeza para verlo. Una expresión relajada y una leve sonrisa pintaba sus labios.

—¿Qué? —susurré confundida.

—No, nada. —Negó con la cabeza.

—Sabes que podes decirme. —Sonreí.

—Me siento acompañado —confesó —. Desde que llegaste ya no me siento tan solo. —Rascó el puente de su nariz nervioso.

Mi sonrisa se agrandó con ternura.

Ya paso un mes desde que llegué.

—Mi vida. —Apoyé mi cabeza en su hombro —. A penas llegué tenía el re miedo de estar sola. Pero cuando te vi me quedé más tranqui. —Agarré su mano entre las mías observándola —. Aunque me trates como el orto. —Pasé las yemas de mis dedos por sus uñas —. Deja de comerte las uñas. —Lo reté, otra vez.

—Déjame —se quejó sin quitar su mano.

—Mira como tenes acá. —Rocé sus cutículas.

—No me molesta —susurró.

—¿Seguro? —La acerqué para mirarla con más detenimiento.

—Te dije que si. —Hizo un movimiento y me terminó metiendo el dedo en el ojo.

—¡Ahia! —chillé tapandome el ojo —. Me quedé ciega, Ivan, ¡ciega! —me quejé sintiendo como me lagrimeaba el ojo.

—A ver, abrilo. —Me miró atento.

—No puedo. —Lloré.

—Dale, estúpida. —Agarró mi cara para que lo miré —. Saca la mano —ordenó.

Hice un puchero y saqué la mano de mi ojo.

—Pero no lo puedo abrir —susurré.

—Si que podes, no seas maricona —dijo en voz baja haciendo que mis pelos se ericen.

Lo tengo extremadamente cerca y me pone más nerviosa.

—No me hables así —pedí.

—¿Así cómo? —susurró con su carita toda linda.

—No me mires. —Cerré los ojos intentando evitarlo —. Ya no me duele más —mentí para alejarlo. Levanté mi brazo y me tapé la cara.

Sentí como suspiró.

—Dale, Candela, mostrame —pidió.

Saqué mi brazo y pestañee repetidas veces hasta que lo pude abrir.

—¿Ahí ves? —susurré sintiendo como la lágrima se deslizaba.

—Si, veo que sos re mami. —Deslizó su pulgar por mi cara para secarme las lágrimas.

—Gracias, ya sabía igual, no hacia falta que me lo digas. —Me rasqué la nariz.

Ivan miró mi nariz con un leve deje de ternura. Cuando reaccionó se separó con una fingida mueca de asco.

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