Capítulo III:

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Cambio radical:

¿Decepción?
Sí.
Creo que esa es la palabra correcta para definir la amarga y dolorosa sensación que experimenté esa noche cuando te vi.
¿Y lo peor?
Lo más curioso.
Es que ni siquiera fue por ti, sino por mí. Porque aun sabiendo que no cumplirías tus promesas, que tus sentimientos carecían de empatía y que tus palabras, las mismas que expresaste con total convicción ese día estaban totalmente vacías. Me negué a creerlo. Me mentí a mí.
Mientras apuro el último trago en el vaso te veo caminar por la casa como si fueras el propietario y no un invitado más.
Saludando a todos con esa sonrisa petulante e integrándote de inmediato en la sociedad, pero supongo que tiene que ver con el ambiente.
Las fiestas nunca fueron lo mío y aun así... aquí estamos.
Levantándonos de este alejado sofá para ir a por otro trago que sea capaz de silenciar lo que queda de mi orgullo y subconsciente porque no importa lo que hallas hecho, ni por lo que haya tenido que pasar.
Porque la verdad es que te extraño y quiero verte. Porque sé en dónde encontrarte y porque sé que sabes que en cualquier momento voy aparecer.
Porque es lo que hacemos.
Es lo que hago.
Y no es algo fácil de cambiar.
Al desplazarme por entre la gente te veo impaciente mientras examinas a todos con la mirada y compruebas en tu reloj mi hora de llegada.
Y eso me detiene.
Mis pulsaciones se aceleran, la alegría me invade y me llena. Porque sé que soy yo eso que buscas, que esperas.
Observo con detenimiento como te desplomas en un sofá y te alborotas frustrado el cabello porque aún no me has podido encontrar y normalmente a estas horas ya estaríamos camino a otro lugar.
La sonrisa toca mis labios. Tú dejas caer la cabeza mientras el juego de luces te baña y juro que solo me dan ganas de besarte. Correr hacia ti y abrazarte. Asegurarte que estos días sin ti no tuvieron sentido. Que te perdono. Que volvamos hacer lo que éramos antes.
Pero no lo hago. No me muevo.
Me limito solo a observarte mientras el resto del mundo desaparece y mi subconsciente me grita que debo alejarme.
No sé qué me pasa contigo.
Tienes algo. No me lo voy a negar. Me atraes, me retas, me pone a prueba y me deja con ganas de más. Haces que a pesar de toda la mierda que vivimos tenga esperanzas en un futuro juntos. Que lo quiera volver a intentar.
Sé que lo único que conseguiré son golpes. Sé que no los vales y que debería dar media vuelta y no volverte a buscar.
¡Y es lo que hago!
Me lo repito una y otra vez mentalmente, porque en lugar de ir por esa maldita cerveza mis pies han decidido llevan directo a ti.
Y por más que la lógica me diga que me detenga, esa parte de mí, la irracional que se aferra a ti y me impide dejarte ir ha decidido ignorarla.
Y temo por ella. Porque cuando se rompa sé que no harás ni siquiera el intento por arreglarla. No eres capaz de hacerlo por ti. No espero que lo hagas por mí.
Hasta que la veo.
Una vez más la realidad me abofetea con fuerza para que despierte de mi ensoñación y acepte la verdad.
Y verdad es... que no soy yo. Esta vez le tocó el turno a la rubia de ojos claros que se envuelve en tu cintura mientras le comes la boca sin reparar en los demás.
Y me quiebro.
Me cuarteo un poco más.
Las lágrimas se acumulan en mis ojos mientras trato de pensar en lo que hice mal.
¿Tal vez esto sea mi culpa?
Quizás... me precipite. Malinterprete las señales.
¿Pude haber entendido mal?
Sí, definitivamente debí haber entendido mal.
Me siento tan estúpida...
La ira y la frustración me invaden y comienzo a caminar.
Atravieso el umbral y el aire fresco de la madrugada me golpea con fuerza en la cara, pero me da igual.
Sigo mi camino hasta la parada de ómnibus más cercana y me dejo caer un uno de los banquillos mientras las lágrimas se comienzan a deslizar.
Enciendo mi celular y le testeo un mensaje rápido al taxista con la ubicación actual para que me pase a buscar.
Por inercia entro en la galería y me quedo ahí. Suspendida entre las fotos que albergan tantos recuerdos a los que me gustaría regresar.
Y otra vez las lágrimas vuelven.
Comienzo a llorar.
Tal vez hallas hecho sacrificios y hallas tenido que aguantar cosas como mis inseguridades ante tus actitudes de mierda o mis crisis de ansiedad, pero lo cierto es que yo también y con cada una de ellas me agrieto. Cada una me rompe un poco más.
Escucho tu voz y enseguida te enfoco.
Te vez increíble en esos jeans ajustados que sabes que adoro quitar. Y la veo a ella.
Esbelta, bonita, segura...
Y me dan más ganas de llorar.
Antes de darme cuenta ya han desaparecido, seguramente rumbo al motel al que las sueles llevar y frente a mí, veo la compra del boleto que en unas horas voy a tomar.
El taxi llega.
Pero al notar mi semblante supongo que entiende que no estoy en mi mejor momento y que a diferencia de otros días hoy no vamos a flirtear.
Me subo sin decir una palabra. Sin mirar atrás.
Arranca y agradezco que durante todo el camino no haga ningún comentario al respecto, que respete mi silencio y se abstenga a preguntar.
Al llegar le entrego el dinero y me bajo sin más.
Lo escucho llamarme, mientras forcejea con el cinturón de seguridad. Supongo que por los 100 dólares de propina que le he dejado, pero aun así no me detengo.
Apuro el paso y en lugar de detenerme junto al ascensor sigo rumbo a las escaleras evitando así que me logre alcanzar.
Se los merece por haber mantenido a raya su curiosidad.
En cuanto abro la puerta me reciben de golpe todos nuestros recuerdos juntos y se hacen inminentes mis ganas de llorar.
Con urgencia me dirijo al cuarto para recoger algunas de las pertenencias que voy a necesitar y salir de ahí lo más rápido posible.
Entonces lo escucho...
Mi celular suena.
Desbloqueo la pantalla y al ver tu nombre en ella la vuelvo a bloquear.
Más lágrimas acuden a mis ojos mientras me desplomo sobre la cama para volver a llorar.
Pasan los minutos... las horas.
Y me mantengo de ese modo. Hecha un desastre, escondida entre las sábanas, llorando a mares mientras me intento calmar.  Hasta que la pantalla se ilumina nuevamente y el celular vuelve a sonar.
Leo tu nombre en la llamada entrante y me veo tentada a contestar, pero me detengo a mí misma antes de descolgar.
Porque sé que de hacerlo. De llegarte a escuchar, tu voz sería suficiente para fingir que nada de esto ha pasado, que nunca salí a buscarte, que jamás estuve en esa estúpida fiesta, que no te vi con ella, que desconozco en donde estás.
Sería capaz de creer cualquier mentira que saliera de tus labios por muy estúpida que fuera, aun sabiendo de antemano la verdad con tal de permanecer contigo un rato más. Porque sé que mañana cuando despiertes y veas que no soy yo con la que has dormido te vestirás corriendo y saldrás de ahí mientras te inventas excusas que dejarás en mi móvil, en mi puerta, con mis amigas, hasta que ceda y repitamos todo una vez más.
Porque sabes que soy débil, y te amo. 
Porque sabes que no importa cuánto daño me hagas, al final encontraré la manera de perdonarte. Te volveré a justificar.
El teléfono suena una vez más.
La ira y la frustración se apoderan de mí haciendo que el objeto se estampe de alleno contra el hermoso espejo de vidrio que cubría la pared lateral.
Y me veo.
Reflejada en algunos de los pocos fragmentos que aún se mantienen en su lugar.
Y me desplomo.
Me dejo caer en el suelo mientras contemplo mi reflejo en los miles de pedazos de cristal que se esparcen por todo el lugar.
Y lloro.
Lloro por todas esas veces que me mentí frente a ese mismo espejo. Una y otra, y otra y otra vez... Hasta que lo creía. Hasta que me convencía tan bien de ello que lo hacía real.
¿Y para qué?
Para que volvieras, repitieras los mismos errores y te fueras sin más.
Para que volviera a quedarme sola con todas esas mentiras que por más que quise no pude hacer realidad.
El teléfono sigue sonando.
Supongo que porque estás acostumbrado a que te conteste de inmediato. A que esté a tu disponibilidad.
Solo que esta vez es diferente. Esta vez no me inmuto. Lo dejo sonar.
Me acerco un poco más a los fragmentos que se esparcen por el suelo para poderme detallar.
Y me observo.
Los pequeños reflejos me muestran en lo que me he convertido. Lo que he permitido que hagas de mi por preferir lo que puedas darme antes que a mi estabilidad emocional.
Y lo entiendo.
Entiendo que me quieres y te quiero, pero de maneras totalmente diferentes.
Entiendo que gran parte de esto es mi culpa y que no vas a cambiar.
Que todo esto duele. Y que dolerá aún más.
Que soy una adicta y tú eres esa maldita droga por la que recaigo y que, aunque sé que me hace daño siempre me deja con ganas de más.
Que esto es tóxico y nocivo.
Que necesito alejarme.
Que tal vez nunca te olvide, ni te supere, pero necesito dejarme de aferrarme.
Soltarte.
Avanzar.
Pero también sé que no puedo hacerlo sola.
Que va a llevar tiempo.
Y que tal vez no lo pueda lograr.
Es por eso que sé que subirme a este avión sin teléfono, sin equipaje, con solo 500 dólares y la certeza de que no te volveré a buscar es la única forma que tengo de impedir que me encuentres. De evitar que iniciemos este ciclo vicioso una vez más.
Es mi forma de decirte adiós.
De ponerle un fin a esta relación que jamás debió empezar.
Este, es mi cambio radical.

Mi reflejo en el espejoWhere stories live. Discover now