Capítulo IV:

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Equivocada:

¿Cuántas grietas puede aguantar una persona justo antes de romperse?
¿Cuánto es capaz de soportar y tolerar solo por permanecer al lado de ese alguien que considera especial?
¿Cuánto más está dispuesta a dejar pasar?
Eran esas las preguntas que volvían a su mente una y otra vez mientras cubría con capas y más capas de maquillaje las tonalidades azul violáceas que se esparcían sobre su clavícula, cuello y parte inferior de la cara.
Las mismas que sus cremas caras, incalculables cuentas de banco y atuendos lujosos de diseñador no era capaces de borrar.
¿Lo odiaba?
Sí, pero no más de lo que se odiaba a si misma por haber permanecido a su lado aún después de lo ocurrido. Por no haberlo denunciado a las autoridades cuando sucedió por primera vez. Por seguirlo justificado. Por mentirse a sí misma hasta convencerse de que aquello era temporal y que un día de esos iba a cambiar. Por no dejarlo de amar.
Le había entregado todo: su inocencia, su belleza, su juventud, su amor incondicional... ¿Y a cambio de qué? De migajas del tiempo libre que no empleaba en sus amigos, viajes y cenas de negocios o reuniones interminables que parecían nunca acabar, dinero, joyas, un respetable apellido, una buena posición social... Nada de eso lo compensaba porque para ella la vanidad nunca fue sinónimo de felicidad.
Ni siquiera recordaba la última vez que habían dado un paseo juntos lejos del lente de la cámara, de los paparazis, de ese mundo de apariencias en donde lo único que importa es el que dirán.
Había soportado tanto: las borracheras, los ataques de ira y mal humor, el limitarse y alejarse de su familia y amigos solo porque él consideraba que eso era lo mejor. Incluso tolerar el alago y los comentarios subidos de tono con varias de las mujeres que atendían el servicio, a través de las redes sociales y en eventos de talla internacional.
Habían sido tantas las noches en vela y tantas las lágrimas derramadas que creyó que a esas alturas nada que proviniera de él le podría afectar, pero estaba equivocada.
Escucharlo mofarse con tanto desprecio y facilidad del trabajo que tanto le apasionaba y había costado ganar terminó por quebrar otro de los escasos pedazos que aún conservaba.
Solo que esa vez no había llorado.
En el momento exacto en el que destilo su veneno sintió esa típica punzada en el pecho y como las lágrimas acudían a sus ojos, más sin embargo ninguna de ellas fue liberada esa noche. Ninguna de ellas se precipitó.
Es como si ya no sintiese nada. Como si sus sentimientos estuviesen en off.
Los toques en la puerta y el anuncio de que en breve aparecería su esposo para dar inicio a la gala la tomaron por sorpresa haciéndola salir de su ensoñación.
Rápidamente se apresuró a dar los últimos retoques y una vez finalizado el proceso se inspeccionó una vez más frente al espejo para asegurarse que no habían huellas ni ninguna otra marca visible que pudiera llamar la atención de sus invitados y por las que tuviera que inventar excusas o dar alguna improvisada justificación.
Todo por no hacerlo quedar mal y dar una buena impresión.
Todo aquello en nombre de eso a lo que suele llamar amor.
La puerta volvió a sonar.
Y después de apagar las luces y cerrar la espaciosa y confortable habitación comenzó su interminable camino hacia las escaleras en donde se podía vislumbrar un poco a lo lejos aquella conocida silueta que acaparaba toda la atención.
Con cada paso que daba crecía un poco más la sensación de asfixia, de miedo, de tensión. Aumentando su ansiedad y generando aún más inseguridad.
Creía que en cualquier momento alguien lo notaría. Que tal vez su maquillaje no había sido lo suficientemente bueno. Que sería solo cuestión de tiempo antes de que salieran a la luz todas sus mentiras.
Sus manos comenzaron a sudar y sus pies a caminar un poco más rápido de lo habitual.
Estaba a punto de entrar en pánico.
Pánico de que la verdad cobrara fuerza, de que fuera escuchada y observada. Pánico de que el castillo de naipes que hasta ese momento había construido se fuera a desmoronar.
Porque eso implicaría perderlo todo. Perderlo a él.
Y aunque estaba dispuesta a dejar ir muchas cosas no estaba preparada para separarse de él.
Nunca de él.
Una multitud de gente la recibió nada más llegar y colocándose obedientemente a su lado se aferró a su brazo para comenzar el descenso hacia el gran salón en donde daría inicio la celebración.
La inesperada intromisión de uno de ellos los hizo detenerse a medio camino justo a pocos pasos de la aglomerada sala y frente al hermoso espejo que habían elegido juntos como regalo de aniversario en aquel viaje a las Islas Caimán para compensar uno de los tantos maltratos de aquel mes. 
Y se vio reflejada allí, junto a él.
En una copia exacta y fiel de su proceso de metamorfosis.
Las lágrimas quisieron volver a sus ojos, pero en cuestiones de segundos las contuvo.
Desvió la mirada y en su lugar plantó en sus finos y delicados labios lo que creía podía llegar a ser un ligero intento de alguna sonrisa antes de despedirse del joven y retomar su camino.
Porque a pesar de todo lo amaba.
Lo suficiente como para fingir delante de todos y eclipsar los golpes y malos recuerdos con la esperanza de que en algún momento estos pudieran ser sustituidos por otros mejores.
Y sabía que estaba mal...
Sabía que era un error y que si seguía así algún día su cuerpo no lo soportaría.
Pero qué podía hacer... si decía estar enamorada y amarlo tanto o más que a su propia vida.
Porque aún si no era él su verdadero amor, si resultaba ser otro el amor de su vida estaba dispuesta admitir que se había equivocado... No de amor, pero sí de vida.

Mi reflejo en el espejoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz