La Tiranía Carmesí

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A estas horas, cuando el Padre Sol termina su jornada y está al irse, la gente de este pequeño pueblo escondido entre las montañas, se encierran en sus casas aterrados por el infierno que se cierne sobre ellos. El único quien recorría las irregulares calles de grava, era el silbido del viento, frío cual la muerte, dejaba a su paso silencio y una angustiante pesadumbre. Y entonces, entre las montañas, por sobre los árboles, comenzaba a alzarse la luna llena. Teñida de un rojo infernal, bañaba las tierras bajo ella con una tenue luz carmesí. Color dado por —dicen los antiguos.— la sangre derramada de aquellos impíos que osaron mirarla en pleno firmamento.

Las criaturas del bosque se sintieron revitalizadas por la cálida mirada de la dama nocturna. Aun entre la frondosa maleza, se podían ver los ojos de las bestias, brillantes como miles de rubíes en la oscuridad, acompañados por coléricos gruñidos.

La Tiranía Carmesí se alzaba imponente por los cielos, los aullidos que le acompañaban a coro, auguraban un fatídico por venir.

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