UN MALENTENDIDO, UNA REPUTACIÓN QUE MANTENER Y UN TRATO QUE ACEPTAR.
Candace siempre lo ha tenido todo, hasta que un día decide cambiar su estudiada rutina y toda su vida se ve envuelta en un sinfín de cambios. Encuentra a su novio en la cama con ot...
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Candace
No se ha movido. Lo sé sin necesidad de voltearme a verle. Intento convencerme de que me da igual, pero la verdad es que no me da, y por mucho que me obligue a seguir caminando sin pensar, mi cabeza solo tiene espacio para él.
Me giro furiosa y camino de vuelta todo lo rápido que mi pies y el insufrible dolor me dejan. Estoy tan cabreada que llego sin aire y con el rostro cargado de ira. Sus ojos se abren como platos al verme acercarme a esta velocidad inhumana, pero se relajan en cuanto me dejo caer a su lado volviendo a recuperar el aliento.
—Había perdido la esperanza... —susurra sin dejar de observarme.
—Casi había llegado —le fulmino con la mirada— Pero alguno de los dos tiene que tener cabeza, y al parecer me ha tocado a mí. No pienso agenciarme una muerte por hipotermia.
—El cuerpo humano aguanta mucho más de lo que imaginas —reprime una sonrisa— No puedo decir lo mismo de mi corazón si no llegas a aparecer.
Evito el contacto directo con sus ojos, que a estas horas de la noche son de un chocolate intenso, como una buena taza caliente, justo lo que mi cuerpo me pide ahora mismo. Un escalofrío recorre mi cuerpo y Felipe pasa el brazo por mis hombros y me pega a su cuerpo. Esta vez no me esfuerzo en separarme. Estoy agotada y ya no puedo seguir luchando contra mí mucho más. Sigo queriendo su cercanía, sigo necesitando su tacto y sigo deseando escuchar que también ha significado para él.
—Deberíamos volver, hace mucho frío para que solo lleves ese vestido bajo el abrigo.
Asiento con la cabeza cuando en realidad solo quiero decir que nos quedemos un poco más, que no me quiero mover de esta posición donde puedo escuchar los latidos de su corazón y sentir la calidez de su respiración en mi nuca. Pero en cambio, me separo y me enderezo en el duro y frío portal en el que nos encontramos.
Felipe se pone de rodillas frente a mí y no me queda más remedio que volver a mirarle a los ojos, esos ojos que tantas sonrisas me han sacado y que ahora solo me producen dolor. Creo que debe verlo en ellos, porque baja la mirada cabizbajo y me acaricia la pierna hasta llegar al tobillo. Levanta mi pie y lo coloca en su pecho, manchando su esmoquin con la suela de mi zapato.
Sostengo la respiración cuando la tela de la falda se sube dejando mi piel a la intemperie y sus manos me acarician hasta llegar al broche del tobillo, el que sin dejar de mirarme desabrocha con cuidado. Se deshace de mi tacón con delicadeza y lo deja en el suelo sin soltar mi pie, el que ahora está completamente desnudo, como mi alma cada vez que me mira.
Llevo horas con él puesto, caminando de un lado para otro, seguramente me ha caído alguna bebida encima o alguien me ha pisado, pero, aun así, a Felipe no parece importarle sujetarlo entre sus manos y masajearlo con los pulgares, algo que sin duda acaba de conseguir poner mis ojos en blanco por placer.