Capítulo 10.

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Eric estaba asomado a los ventanales del palacio mientras intentaba idear un plan para ir él mismo en busca de su hermano. Dudaba de las acciones de Evangeline, y no sabía si quería volver a contactar con las Sirenas. Si ella era una de las personas más influyentes de la organización, era inevitable que pudiera enterarse de alguna que otra petición que le pudieran hacer.

Una idea se asomó por su mente. Sonrió, y corrió hacia el teléfono que se hallaba en el mismo despacho donde habló por primera vez con Evangeline. Marcó un número, y en cuanto contestó, dijo:

—¿Louise? ¿Te acuerdas de mí? Soy Eric Cavendish, el príncipe heredero. Siento haberte llamado a estas horas a tu teléfono personal, pero me gustaría que te reunieras conmigo tan rápido como sea posible. ¿Podrías traer la máscara de Evangeline?

Al siguiente día, Eric se levantó temprano para preparar la sala de reuniones. Dejó que sus sirvientas limpiaran y prepararan un gran y nutritivo desayuno para su nueva y esperada visita. Él solo se encargó de colocar ordenadamente los cubiertos y eligió el sitio donde se sentaría Louise. Aprovechaba que en esa mañana su tutor tenía unos asuntillos de los que encargarse antes de volver a palacio.

Estaba nervioso, y confiaba en su puntualidad. No conocía muy bien cómo se organizaba el trabajo en Las Sirenas, pero suponía que era como los detectives privados de las tantas novelas de misterio que se había leído de pequeño y durante su adolescencia. En el fondo, la idea de salir a buscar a su hermano le llenaba de entusiasmo; él mismo podría convertirse en un espía, o en un infiltrado como lo hacían los personajes de sus novelas favoritas.

Las puertas se abrieron, y los guardias dejaron pasar a una muchacha cuyos cabellos podrían estar hechos de fuego. Llevaba consigo un bolso de cuero.

Louise, lentamente, se sentó donde el príncipe Eric le indicó y apoyó el bolso sobre su regazo para sacar y dejar sobre la mesa la máscara de médico de la peste que utilizaba Evangeline para infiltrarse en los Piratas. Él solo se limitó a recogerla y dejarla en la silla vacía de al lado.

—Por favor, sírvete. Puedo notar que no has dormido bien. —Ella se frotó un poco los ojos y asintió—. ¿Es por alguna razón en concreto? ¿Te ha costado mucho conseguir la máscara?

Louise miró su plato, y empezó a tomar con delicadeza los huevos fritos. Después de un par de bocados y un pequeño sorbo de té, habló:

—Debido a la desaparición de Alexander hay muchísimos documentos que gestionar: que si se ha visto por el sector seis, que si lo vieron con uno de los nuestros... Es un caos. —Hizo una pausa para limpiar con un pañuelo de seda sus labios rosados—. No fue muy duro, anoche se lo dejó —respondió a la pregunta de la máscara.

—¿Entonces puedo tomarlo prestado por un tiempo?

—Evangeline tiene hoy turno de noche. Tendría que devolvérsela antes de las seis en punto. No me apetece tener un hueso roto; ya sabes cómo es ella.

Eric asintió; parecía una buena hora, y además tenía toda la mañana y parte de la tarde para cumplir con su objetivo. Solo esperaba que su tutor no le encargase ningún tipo de tarea demasiada tediosa y le fastidiara el plan.

***

Alexander no quería salir de su habitación; sabía que en cuanto pusiera un pie fuera Varian estaría lanzándole miradas perversas y haciendo gestos obscenos con las manos después de haberlo pillado con Lizz. Aunque, él solo la estaba ayudando porque quería desabrocharse unos cuantos botones de la camisa. No estaba haciendo nada, ni tenía intención de hacer algo después.

Se sacudió la cabeza.

En algún momento tendría que enfrentarse a la realidad, y eso conllevaba a las bromas del joven. Abrió la puerta, nervioso y con los ojos cerrados, y dio un par de pasos antes de abrirlos.

Mar de Cobre (COMPLETO)Where stories live. Discover now