Capítulo 2

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Horas antes.

—Pararemos en la gasolinera, tengo que llenar el tanque.

La llamada en curso obtuvo mi atención, por consiguiente le dí un vistazo al marcador de gasolina que pese a la oscuridad pude ver su estado. No fue hace muchas horas que Connan recargó y hasta entonces seguía considerablemente lleno. Suficiente para llegar a casa e incluso dar algunas vueltas más. Me resultó extraño por un breve instante. En fin, le reste interés encogiendo los hombros, pensé que tal vez quería asegurarse de llegar a casa o a lo mejor tendría una salida en el transcurso del día y prefiere evitar dar esa vuelta si ya le queda de paso. Es todo un listillo.

Connan cortó la llamada y tiró su celular en el posavasos vacío sin quitar la mirada del camino. Mi impaciencia me hizo estirar la mano de prisa hasta alcanzar el volumen del estéreo.

La canción que sonaba en ese momento me gustaba. Una sonrisa pícara se adueñó de mis labios.

—Si no te quitas el pantalón te lo voy a romper —el silencio duraba tan poco que era incluso molesto que hubiera segundos de ellos, más cuando una melodía así no debía ser ignorada—. Yo solo quiero chingar contigo, no quiero volver —el verso podía ser bueno, pero no en la voz de Gabe ni mía sonando al unísono.

Connan nos observó como si fuésemos unos locos y raros. Lo acepte y lo deje, ¿Qué más podía hacer?, era su auto, odia ese estilo de música y acababa de salir de una fiesta en la que pasó cinco horas seguidas escuchándola. Hubiera jurado que no debía algún karma, era tan santo que terminó sonriendo, movió la cabeza de un lado al otro y no nos cayó. Oh, mi pobre chico estaría escuchando bandas de rock si yo no ocupará este asiento. Ternurita.

—Actualízate hombre —quise molestar, interrumpí mi concierto solo por ello.

Dando palmadas en mi muslo y moviendo la cabeza seguí el ritmo de la canción, una gran parte de mí estaba negada a ser consumida por el sueño y como no hay nada más divertido que hacer a estas horas de la madrugada mientras transitas un largo viaje. Ahora entendía a mi padre que siempre quería seguir la fiesta en casa, saltaba de alegría cuando era una infanta y nos corrían del salón porque el tiempo de renta había llegado a su límite y no se podían pagar horas extras. Yo gustosa habría seguido con la fiesta, pero no había manera de solucionarlo. Al menos nuestros amigos recién casados la pasaron bomba.

Baby, yo voy a ser tuyo hasta el día que me maten —era muy consciente del pedazo de carne humano y vivo que calentaba el asiento trasero así que me vi muy obligada a cantar esa línea lo más bajo que pude e intente que mi mirada penetrase a Connan, si existía otra manera de hacerle saber que era una frase en su honor, no la supe ni antes ni ahora.

Me hizo saber que lo captó. Alzó las cejas, incrédulo.

Hay de música a música. Desde la que te hace llorar y la que te hace perrear. No hay problema en escuchar los dos desde mi criterio. Y cuando está la última ya puesta, quién soy yo para negarme a al menos cantar.

Un bostezo se adueñó de mí sin permiso. Vire hacia la ventana mientras tapaba mi boca. No me lleve una sorpresa al no ver absolutamente nada hacia afuera que no sea el poco pedazo de carretera que era alumbrada por las luces del auto.

—Hasta que esa tortura acaba —soltó un largo suspiro, ni que le fuera tóxico respirar mientras esa música esta puesta.

—¡Hey! —no puedo evitar quejarme—. Será la nueva religión, deja al conejo malo.

—Pero qué nombre —se horrorizó.

—¡Pero qué cosas canta! —espetó Gabe y cambió la conversación en un santiamén—. ¿Creen que tengan servicio? —su cabeza se entrometió entre los asientos delanteros a pesar de que podíamos escucharlo con claridad desde su lugar trasero—. Me urge ir al baño.

Silencio | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora