IX

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Recorren, si no todos los estands, un buen número de estos. Y aunque Henry le asegura que puede comprarle lo que desee —Eleven prefiere no preguntar con qué dinero—, ella rechaza su oferta en cada oportunidad.

   Esto es, hasta que empieza a sentir hambre, horas luego.

   —Los puestos de comida están hacia allá —señala Henry con un movimiento de su cabeza.

   Su familiaridad respecto a la ubicación de todo en el mercadillo navideño la lleva a preguntarse si ha venido aquí antes, mas no tarda en descartar la idea: ¿para qué lo habría hecho?

   —¿Qué querría comer?

   —¿Damos una vuelta primero? —sugiere ella, dubitativa.

   —Por supuesto.

   Hay un montón de opciones, tanto saladas como dulces, y todas se ven sumamente apetecibles. No obstante, es un puesto en particular el que le saca una sonrisa: uno repleto de galletas de jengibre en forma de corazón, con bordes glaseados y diversas frases en alemán e inglés. Además del característico «Ich liebe dich», Eleven tan solo reconoce las escritas en su lengua materna: «Feliz Navidad», «100 % soltera», «Te amo»...

   —Más que Navidad, parecen galletas de San Valentín —ríe, divertida, apuntando con su mano libre a uno de los corazones.

   Antes de que Henry pueda dar su opinión, sin embargo, son abordados por la tendera: una mujer regordeta y de mejillas rozagantes con una sonrisa gigante adornando sus labios.

   —Hallo! Kann ich Ihnen helfen?

   Eleven reprime una mueca y balbucea, víctima de una repentina timidez:

   —L-lo siento, no hablo...

   —¡Oh! ¿Inglés? —inquiere la señora con un marcado acento que Eleven no reconoce—. Recibir mucho' extranjero' por estas épocas... Bueno, yo turca, así que no poder hablar... —La mujer se ríe de su propio chiste—. ¿Quieres corazón de jengibre? —le pregunta, aprovechando que ella continúa sin emitir palabra—. ¿Para novio? —agrega, lanzándole una mirada pícara a Henry y guiñándole un ojo a Eleven segundos luego.

   Esto la devuelve a la realidad; suelta la mano de Henry de golpe y la utiliza para señalarlo con el índice.

   —¡Él no es...! —Avergonzada, decide mejor cortar el malentendido de raíz explicando su situación—: Me casé el año pasado...

   La tendera forma una letra o con su boca y asiente. Aliviada, Eleven se prepara para rechazar su oferta, cuando la mujer vuelve a hablar:

   —¡Felicidades por boda! Hacen una muy pareja linda... ¿Galletas?

   Eleven siente que podría morirse allí mismo, mas cualquier palabra queda ahogada ante la vibrante risa de Henry. Por instinto, gira la cabeza abruptamente en su dirección.

   Tal vez porque nunca lo ha visto reír —al menos de esta manera, completamente despreocupada y ligera, como si no pasase sus días solo en una dimensión hostil—, no puede despegar la vista de sus hoyuelos.

   —Me llevaré esa de allí —dice Henry al fin, ya más sosegado, pero con una sonrisa complacida en el rostro.

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Tras caminar un rato más y detenerse en otras tiendas, terminan dirigiéndose hacia un sector rodeado por árboles decorados con luces y guirnaldas de diversos colores, donde también se encuentran disponibles un gran número de mesas. Aparentemente, es ahora que empieza a haber más gente, la cual se concentra en la sección gastronómica, atraída por la promesa de platos calientes para mantener el frío a raya.

Cuatro semillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora