XVI

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Si bien requiere de un esfuerzo enorme, Eleven, haciendo uso de sus poderes, logra llevar a Henry todo el camino de vuelta al castillo. Esta vez, es ella quien lo deposita en su cama y, por lo tanto, es ella la que busca a las criadas y les ordena que hagan «lo que sea que hacen para calmar sus dolores».

   Las muchachas, no obstante, tan solo la observan con expresión impasible y le aseguran que la ingestión de las granadas es únicamente posible, como es lógico, cuando él se encuentre despierto.

   —Y sabremos cuando lo esté —le asegura una de ellas, parada bajo el marco de la puerta de la habitación de Henry; Eleven, sentada en una silla al lado de la cama, le da la espalda—. Ahora, ¿desearía acompañarme al comedor? La cena está por ser servida...

   Ella ni siquiera la mira al responder:

   —No, gracias. Permaneceré aquí.

   —A nuestro señor no le gustaría que pasase hambre...

   —En ese caso, tráeme la comida aquí —replica a la par que aparta un mechón de cabello rubio de la frente de Henry—. No voy a dejarlo solo.

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Para su gran alivio, Henry no tarda demasiado en despertar: unas dos o tres horas luego, sus ojos azules se asoman por debajo de sus párpados, la somnolencia evidente en su mirada. Eleven, sumida en sus pensamientos, no lo advierte al instante.

   —¿Eleven...?

   Sobresaltada al oír su voz, se pone de pie al instante, sus manos apresurándose a posarse sobre sus mejillas.

   —¡Henry...! —exclama en un susurro—. ¿Cómo te sientes?

   Él le sonríe débilmente y coloca una mano sobre una de las suyas, reteniéndola allí. Como si eso fuera poco, inclina el rostro, persiguiendo el calor de su tacto.

   —Hm, he estado mejor —murmura él con voz ronca, para luego aclararse la garganta.

   —Oh, ¡un momento! —Se aparta de él para tomar el vaso de agua sobre la mesada y acercárselo—. Ten.

   Lo ayuda a acomodar las almohadas detrás de sí para favorecer una posición erguida. Henry asiente y se lleva el vaso a los labios. Pese a haber estado dormido durante varias horas, no parece tener demasiada sed, pues lo aparta de sí enseguida; Eleven lo recibe sin comentario alguno y lo devuelve a la mesa.

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   —Te ves cansada —comenta él tras comerse las granadas proveídas por una de sus sirvientas—. ¿Te causé muchos problemas?

   La pregunta le saca una sonrisa seca, porque , claro que le ha causado un montón de problemas, de entre los cuales el haberlo cargado durante cerca de una hora es el menor de todos.

   —No —responde, sin embargo, porque no tiene energías como para desenmarañar el complicado tejido de acontecimientos que la han llevado a este punto.

   Henry luce escéptico ante esto, una ceja enarcada en una clara muestra de incredulidad.

   —Curioso —murmura, sus dedos tamborileando sobre su regazo cubierto por sábanas—. La última vez que entraste a mi cuarto, lo hiciste demandando respuestas... ¿Dónde está esa enérgica Eleven ahora?

   Se toma un momento para reflexionar acerca de la verdad contenida en su afirmación: ciertamente, segundos antes de encontrarlo estaba más que decidida a obtener respuestas al precio que fuese necesario.

   Y ahora, no obstante...

   Baja los ojos a sus brazos, cubiertos por una holgada camisola blanca.

   —Creo... que ya sé todo lo que necesitaba.

   —¿Oh? ¿Y qué sería eso, si puedo preguntar? —No le pasa desapercibido el tono deliberadamente casual que le imprime a su voz.

   —Este lugar... te está canibalizando. —No es una pregunta.

   El silencio de Henry lo dice todo. Eleven niega con la cabeza y deja escapar un soplido.

   —Increíble...

   —No es exactamente así —objeta él.

   Eleven frunce el ceño y se inclina hacia él para tomar una de las mangas de su camisa entre los dedos; con un rápido movimiento, deja al descubierto la piel ennegrecida.

   —¿Y qué es esto?

   —La respuesta de esta dimensión a algo que no le agrada —contesta él sin dudar un segundo—. No es algo que ocurra todo el tiempo...

   Eleven presiona los labios en una fina línea. Henry no hace intento alguno por apartarla de sí o ocultar sus heridas.

   —¿Y qué fue... lo que hiciste?

   Si bien su sonrisa es burlona, Eleven alberga en su interior, por razones no del todo claras, la certeza de que no es de ella de quien se está burlando.

   —¿Acaso necesitas preguntarlo?

   —Necesito oírlo de ti —insiste ella con suavidad.

   Silencio. Henry se acomoda mejor y le lanza una mirada insondable.

   Y entonces...

   —Este lugar es bastante reacio a quedarse confinado a una sola dimensión luego de todo lo que tú y yo hemos hecho. —Eleven no protesta porque no la está acusando; es una simple verdad la que enuncia—. Y yo... estaba sellando los huecos de la barrera entre dimensiones.

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Una de las preguntas cuya hipotética respuesta la ha atormentado durante estos días pasados ha sido, lógicamente, una concerniente a la veracidad de las palabras de Will.

   Y ahora, con esta simple afirmación de Henry, Eleven cae en la cuenta de que nunca necesitó formularla: siempre ha sabido la respuesta. Y no es algo nuevo, no es algo que la tome por sorpresa ni la asuste..., porque siempre ha estado ahí.

   Hay tanto que podría decir ante esta verdad irrefutable, ciertamente: podría exigir una explicación, negarse a aceptarla, señalar absolutamente todo lo que está mal con él y con estos sentimientos que lo han empujado a buscarla años luego y entrometerse en su vida con la irrevocabilidad de una tormenta largamente vaticinada...

   Sí, podría hacer todo esto y más, y su reacción no sería ni desmedida ni injusta ni irracional, pero...

   Pero la verdad es que hay solo una cosa que desea hacer.

   Con la paz que esta decisión que acaba de tomar le ha concedido, deja su silla para sentarse, finalmente, en la cama, en el espacio mínimo entre el cuerpo de Henry y el vacío, y apoyar su frente contra la suya.

   —¿Eleven...? —El aliento de Henry acaricia su boca y su nombre en sus labios suena como nunca antes lo ha oído, como algo entre una pregunta y una petición.

   Pero Eleven no está interesada en responder ni dar, a decir verdad; a estas alturas, tras todo lo que ha vivido, tras todo lo que ha sobrevivido, solo desea tomar.

   Y es por eso que simplemente cierra sus ojos... y lo besa. 

Cuatro semillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora