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─ Debemos regresar – exigió Düsan una hora después. – Notarán que no estamos en cualquier momento.

─ Tranquilo, ordené a los sirvientes que se aseguraran de que nadie se diera cuenta – respondió Darius con simpleza.

─ Estamos poniendo en peligro las órdenes del Rey, sin mencionar que te estamos poniendo en peligro a ti hermanito – siguió insistiendo. – Y todo por cumplir sus caprichos.

─ Estoy a tu lado, no hables como si no estuviera presente – respondí enojada, aunque en el fondo estaba comenzando a arrepentirme de este viaje.

─ Hablaré como me de la gana, por culpa de tu obsesión infantil con este lugar estamos a una hora del campamento y sin protección alguna.

─ Tu no eres quién para juzgar las obsesiones de otros hermano – Darius, que hasta el momento se había mantenido delante de nosotros redujo el paso para ponerse a la par mía. – Él lleva cinco años tratando de descubrir la ubicación del umbra clausurae.

Una expresión de sorpresa se entendió por mi rostro antes de que pudiera detenerla.

─ Cosa que nunca vas a encontrar por cierto. Es solo un cuento que los padres cuentan para que los niños obedezcan, No entiendo cómo es que sigues perdiendo tu tiempo en eso Düsan.

Darius volvió a su posición original después de eso.

─ ¿De verdad crees que ese lugar existe? – pregunté con cautela.

─ Se que existe

La seguridad en su voz era preocupante.

─ ¿Y tú? – me regresó la pregunta. – ¿Crees que el Recinto de las Sombras existe?

Me encogí de hombros. – Jamás he escuchado de alguien que haya estado ahí.

Después de eso nadie dijo nada, el silencio nos rodeó tranquilizante. Pero las memorias fueron tan ruidosas que lograron sobrepasar el silencio.

─ ¿Dónde están los demás niños?

Al bajar de la carreta, nos habían llevado dentro de un gran castillo. Estábamos en un salón grande con pisos brillantes a blanco y negro. Había dos puertas, una grande de madera y otra que se escondía en la pared como si funcionara con magia.

La mujer que había hablado antes estaba recargada ligeramente contra la puerta mágica.

Un soldado se arrodilló frente a ella antes de hablar.

─ Son todos los que encontramos, Madre.

Ella lo miró un momento antes de alzar la vista hacia nosotros.

─ ¿Cuántos son?

─ Solo siete.

La mujer hizo un gesto con la mano y el soldado regresó a su lugar de inmediato.

Se acercó a nosotros arrastrando su largo vestido rojo que solo dejaba visible su rostro y sus manos enguantadas.

─ ¿Cómo se llama? – preguntó al detenerse frente a mí.

─ Su nombre es Kaia, mi señora – contestó uno de los soldados.

Ella se agachó quedando a mi altura y me sonrió. Su sonrisa era muy bonita.

─ Dime Kaia, ¿Quién es tu familia?

─ Mi mamá se llama Eliza Lohengrin y mi papá Ezra Lohengrin – estaba emocionada, tal vez ella me regresaría con mi familia.

La mujer se levantó con un gran suspiro.

─ Respuesta equivocada, querida.

La observé alejarse hacia el soldado que había hablado antes. Le susurró algo al oído antes de salir por la puerta de madera a paso ligero.

El soldado caminó hacia mí. Asustada di un paso atrás., a él no le importó. Me tomó de la mano llevándome por la otra puerta.

Nos separamos de los demás niños.

Me mantuve callada a pesar de que tenía miedo. Mis manos temblaban y quería salir corriendo, pero el soldado me tenía agarrada muy fuerte.

Abrió una puerta al final del pasillo y me aventó dentro.

─ Bienvenida a tu nuevo hogar.

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⏰ Última actualización: Dec 24, 2022 ⏰

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