Capítulo 30- Fantasmas

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El descubrimiento de que tenía el mismo aspecto físico que su antepasado, que había muerto casi a su edad y de forma trágica, asustó a Wang Jie más que una de esas horribles películas de terror que evitaba a toda costa.

-Estoy por cumplir los años que él tenía cuando murió. ¿Te das cuenta? -El chico se estremeció, y Zhan notó la piel de gallina de sus brazos-. ¡Qué horrible!

-¿Acaso eres supersticioso, o algo así?

-No, pero... ¡Ay, no quiero pensar! -Nervioso, Wang Jie puso su patineta en el suelo y le dio un fuerte impulso con el pie. Pero el piso era muy antiguo y con enormes losetas que no estaban tan parejas: una de las ruedas se trabó en una saliente y Zhan, que se había quedado mirando al chico casi con un gesto de burla, lo vio salir volando hacia adelante y caer sobre el césped, aunque su pierna golpeó contra las losetas.

-¡Ay, mi pierna! -gritó, y se apretó la rodilla con las manos. La sangre comenzó a correr por sus dedos-. ¡Me rompí la pierna!

Zhan, asustado, corrió hacia la casona a buscar a Lan Kai.

-¡Tío...! ¡Es la maldición de Lan Yi Bo...! -Wang Jie estaba más asustado que dolorido-. ¡Voy a morir a su edad!

-¡Pero qué dices, muchacho tonto! Te caíste por imprudente. ¡Ya te habíamos dicho que aquí los caminos son antiguos, y no puedes andar rápido!

Wang Jie no estaba de acuerdo con su tío: le encantaba circular por esos trayectos desiguales, para poder hacer alguna pirueta y pasar saltando por encima de las irregularidades del camino, pero el truco no le había salido. Era la maldición de Lan Yi Bo que estaba comenzando a perseguirlo. El chico era intrépido para algunas cosas, pero muy asustadizo para otras, y entre esas estaba todo lo que tenía que ver con fantasmas y apariciones, y la historia de su tío abuelo lo había impresionado. Pero descubrir, en las fotos familiares, que ese chico era igual a él, lo llenó de terror.

-Voy a llevarte al hospital -le dijo Lan Kai. Uno de los jardineros ayudó a colocar al dolorido chico en el asiento delantero del auto de su jefe, y cuando partieron rumbo al centro médico, Zhan volvió al estanque de los koi.

Abandonada, al borde del camino, estaba la patineta de Wang Jie, con las ruedas hacia arriba.

Zhan la levantó: era bastante pesada, y en su parte inferior se podía ver, sobre un fondo verde, la figura de un buey que despedía fuego por los ojos. En una esquina, tres grandes caracteres chinos: 王一博.

«¿Wang Yibo? Y por qué puso ese nombre en la patineta, si no le gusta que lo llamen así?», pensó Zhan.

Wang Jie era un enigma: parecía ser bastante inteligente y capaz, por la forma en la que había ayudado a su tío con los repuestos para la moto, pero al mismo tiempo era rebelde, arrogante y lleno de una energía explosiva y destructora. Ese proceder disgustaba a Zhan, que parecía haber olvidado las épocas en las que se escabullía por la puerta de las nubes y había vivido grandes aventuras en el mundo de la cultivación.

Sin pensar, colocó la patineta en el suelo, apoyó un pie en ella, y con el otro se impulsó despacio. La sensación era muy buena: no iba muy rápido, pero sintió una ligera brisa sobre su cara, que lo hizo reír. Distraído, no se percató de que el auto de Lan Kai entraba por el camino de grava, y el dueño de la patineta lo observaba con el ceño fruncido:

-Mira a ese tonto, tío. Deja el auto afuera, porque en un rato vas a tener que salir para el hospital con él...

***

El golpe de Wang Jie no había sido grave: una radiografía comprobó que no tenía ningún hueso roto, pero le hicieron un gran vendaje y le indicaron tres días de reposo con la pierna en alto.

El chico estaba más tranquilo, sabiendo que no iba a morir, y ayudado por su tío se fue directo a la cama. Estaba cansado por los nervios, y con sueño por los analgésicos que le habían dado en el hospital, y durmió un par de horas. Al día siguiente molestó a todo el mundo en la casa, gritando como un loco cuando necesitaba algo, que era más o menos cada cinco minutos. Estaba harto de estar quieto.

-Querido, ¿por qué no le pides a Zhan que venga a verlo? -La esposa de Lan Kai era muy tolerante, pero su sobrino político le quitaba la paciencia a cualquiera-. Tiene su misma edad, y tal vez logre entretener a Wang Jie.

-No lo creo, querida. -el hombre le hizo una enérgica señal negativa con la cabeza-. Ellos no se llevan muy bien.

Pero la pareja se sorprendió cuando, un rato más tarde y con la patineta debajo del brazo, Zhan golpeó a la puerta de la casona y pidió permiso para visitar al chico.

-¡Mi patineta...! -Wang Jie extendió los brazos, y cuando Zhan se la devolvió, la abrazó como si fuera su más preciado bien en el mundo-. ¿No se rompió con la caída?

-No. Está perfecta; ni siquiera se rayó.

-Qué suerte. Es mi patineta preferida.

-¿Sí? ¿Por qué? -Zhan estaba parado a un costado de la cama, en donde el chico, apoyado en varias almohadas, estaba sentado con la pierna en alto y una bolsa de hielo sobre la rodilla. Wang Jie se percató del detalle y le señaló una silla que había al otro lado de la habitación:

-Primero siéntate, si quieres... -Wang Jie había tratado bastante mal a Zhan, pero se sentía solo y aburrido, sin poder hacer nada más que estar quieto en la cama, y si quería que se quedara, debía disculparse, cosa a la cual no estaba acostumbrado.

En silencio, Zhan fue a buscar la silla y se sentó cerca de los pies de la cama, un poco incómodo pero tratando de ser cortés.

-¿Te duele? -le preguntó, señalando su rodilla herida.

-No, no... Casi nada -Era ahora o nunca: Wang Jie casi se atragantó con su disculpa-. Gracias por preguntar, y por traer mi patineta... Sé que no me porté muy bien contigo... ¿Podrías disculparme?

-No hay problema. -Zhan no se creyó la disculpa del chico. Cuando lo miró, volvió a ver ese fuego en sus ojos, tan iguales y tan distintos a los de su querido Bo.

La puerta de las nubes Where stories live. Discover now