Saltzman Von Daurella

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¿Y tú?

¿Qué guardas bajo la armadura?

¿El corazón o la herida?

Al llegar a casa y luego de saludar a Harold, un nuevo guarda de seguridad que mi padre ha contratado a medio tiempo para resguardar el portón de su mansión, me encuentro con el escarabajo amarillo chillón de mi abuela estacionado cerca de la fuente principal, donde siempre suele dejarlo cuando llega de visita.

Mi abuela Carlota es...

La madre que nunca tuve, o al menos así lo veo yo.

Ella es la que iba siempre a mis recitales de niña, cuando apenas crecía en mi ese sueño de ser una bailarina de ballet, quizá no una profesional, pero si una bailarina. Ella es quien siempre me apoyó económicamente hablando cuando de pagar mi escuela de danza se trata, ya que mi padre dejó bastante en claro que de su bolsillo no saldría ni un solo centavo para hacer algo de lo que nunca sacaría ningún provecho.

Mi abuela siempre rodaba sus ojos y tomaba mi mano por encima de la mesa, dándome una sonrisa que me aseguraba que con ella todo saldría bien.

Mas tarde en esas noches limpiaba mis lágrimas y observaba la noche pasar por mi ventana, preguntándome porque mi padre le tenía tanto odio al arte.

Mi hermana Sofía es igual de apegada a mi abuela que yo, sin embargo, ambas tenemos una conexión gracias al ballet, y mi hermana y ella lo tienen gracias a la música.

Mi hermana tampoco es muy fanática del camino que nuestro padre ha ido imponiendo para nosotras.

Un camino fácil, que tampoco nos hemos ganado por merito nuestro.

Admiro la casa por fuera, tomando aire en grandes bocanadas esperando lo peor para la cena. Estoy segura que el oledor de culos ya le habrá dado la noticia a mi padre.

Oledor de culos, también llamado Caleb; no es su culpa, es su trabajo mantener al tanto a mi padre sobre todo, pero igual lo odio.

No es merecedor de mi agrado.

La puerta se abre antes de que pueda abrirla, Sofía sale de la casa, cerrando la puerta tras de ella silenciosamente.

—Yo que tu no entraría por esa puerta—susurra.

—¿Por qué lo dices?—susurro de igual manera, toma mi muñeca y me conduce por el lateral de la casa.

—Mi padre esta furioso, está esperando a que traspases esa puerta para pegar el grito en el cielo—abre la puerta trasera que da a la cocina.

Mi corazón comienza a latir desbocado en mi pecho.

—¿Y la abuela?—pregunto en lo que abro la puerta.

—Estaba distrayendo a papá en lo que "yo venía a buscar a Diane para que sirviera la cena", él sabe que no faltaba mucho para que llegases—continúa susurrando.

El recibidor está en completo silencio, y si se continua hacia la derecha se pueden escuchar las voces de la abuela y mi padre en la sala de estar, comienzo a subir las escaleras agradeciendo la alfombra costosa que mamá había elegido al remodelar hacia un par de años.

—Te debo una—le susurro antes de alejarme de ella.

Hace una seña con su mano y comienza a entrar a la sala de estar.

—¡Lo siento!—dice, con dramatismo fingido—. Diane estaba alimentando a Kivu, por eso he tardado tanto, lo lamento.

Puedo escucharla hasta que llego al final de las escaleras, abro la puerta de mi habitación, encontrándome a Kivu plácidamente dormido en mi cama.

Caída libreWhere stories live. Discover now