Prólogo

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Chaeyoung - 5 años

Hubo exactamente cuatro momentos que definieron mi vida. Este fue el primero.

Kobe, Osaka Japón
Hace doce años

— 저는 가고 싶다! 저는 지금 집에 가고 싶다! (Jeoneun gago sipda! Jeoneun jigeum jib-e gago sipda!) — grité lo más fuerte que pude, diciéndole a mi mamá que me quería ir en ese mismo instante. ¡Quería volver a casa!

— No vamos a regresar a casa Chaeyoung. Y tampoco nos vamos a ir de aquí. Ahora esta es nuestra casa —me contestó en nuestro nuevo idioma. Se hincó frente a mi h me miró directamente a los ojos—. Chae _dijo con dulzura—, ya sé que no te querías ir de Seúl, pero le dieron a tu papá un nuevo trabajo aquí, en Osaka. —Aunque me acaricia el brazo con su mano, no me consolaba. No quería estar en ese lugar, en Japón. Quería regresar a casa.

—일본어 그만해! (ilbon-eo geumanhae!)— grité. Odiaba hablar en otro idioma. Desde que salimos de viaje de Corea a Japón, mamá y papá ya no me hablaban en nuestro idioma. Decían que tenía que practica.
¡Pero yo no quería hacerlo! Mi mamá se levantó y alzó una caja del suelo.
—Estamos en Japón, Chae. Aquí hablan japonés, aprendiste hablar Japonés desde que aprendiste hablar Coreano. Es hora de que lo uses.
Me mantuve firme fulminando a mi mamá con la mirada mientras se alejaba hacia la casa. Miré la callecita en la que vivíamos ahora. Tenía ocho casas, todas grandes pero diferentes. La nuestra era roja, con ventanas blancas y un porche enorme. Mi cuarto era amplio y estaba en la planta baja. Eso sí me parecía más o menos cool. Por lo menos hasta cierto punto. Nunca había dormido en una planta baja; en Seúl, mi recámara estaba arriba.

Observé las casas. Todas estaban pintadas de colores brillantes: azul claro, amarillo, rosa... Después vi la casa de al lado. La que estaba justo al lado, incluso compartíamos un pedazo de pasto. Las dos casas eran grandes y también sus jardines, pero no había ninguna barda o muro que las separara. Si quisiera, podría correr en su jardín y no había nada que me lo impidiera.

La casa era de un blanco brillante y la rodeaba un porche. Al frente, tenían mecedoras y un gran columpio. Los marcos de las ventanas estaban pintados de negro y había una ventana enfrente de la de mi habitación. ¡Justo enfrente! Eso no me gustó. No me gustaba que pudiera ver su habitación y que ellos pudieran ver la mia.

Había una piedra en el suelo. La pateé y observé cómo rodaba por la calle. Me di la vuelta para seguir a mi mamá, pero en ese momento escuché un ruido. Venía de la casa de al lado. Miré hacia la puerta principal, pero nadie salió. Estaba subiendo los escalones de nuestro porche cuando vi movimiento a un costado de la casa; era en la ventana de la habitación de la casa de al lado, la que estaba frente a la mía.

La mano se me quedó congelada en el barandal y vi que una niña con un vestido azul claro salía por la ventana. Cayó sobre el pasto de un brinco y se limpió las manos en las piernas. Fruncí el ceño, con las cejas inclinadas hacia abajo, y esperé que la niña alzara la cabeza. Tenía el cabello castaño, amontonado sobre su cabeza como un nido de pájaro. A un lado del chongo, llevaba un gran moño blanco.

Cuando alzó la vista, me miró directamente. Después sonrió. Me ofreció una enorme sonrisa. Me saludó con la mano deprisa, corrió hacia adelante y se detuvo frente a mí.

Extendió la mano.

—Hola, me llamo Myoui Mina, tengo cinco años y vivo en la casa de al lado.

Miré a la niña fijamente. Tenía un acento extraño que hacía que las palabras sonaran diferente a como las había aprendido en Corea. La niña, Mina, tenía la cara manchada de lodo y calzaba unas botas de lluvia amarillas. A un lado de las botas habia un gran globo rojo.

A thousand Kisses Where stories live. Discover now