Marigold

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La mayoría de sus clientes son gente importante, Martín lo toma como un motivo para enorgullecerse, aunque nadie este de acuerdo con lo que hace, su encanto atrae peces gordos, y eso no es algo menor. Su carrera, su casa y su auto, todo lo terminó pagando de la misma forma, ¿por qué no iba a sentirse orgulloso?

El rechazo general de su familia es un tema de perspectiva, nada más. Y apenas les demuestre todo lo que puede lograr en una noche, esta seguro de que van a entender lo ridicula que es su preocupación.

¿Que es peligroso? Nada es peligroso para Martin, algunas de las esposas de sus clientes podrían discutir que él es lo más peligroso que hay en cualquier fiesta de hecho, y el felizmente les daría en la razón.


— Sos lo mejor que han visto -las afirmaciones usualmente le avergüenzan, pero ayudan, y su reflejo si parece un poco más seguro luego de que las dice- Sos grande, y vas a hacer que el bastardo firme los papeles hoy mismo. Vas a tener la vida hecha Martín.


Su reflejo no responde nada obviamente, pero se ve como un diez de diez, así que Martin esta satisfecho cuando sale del loft en el que vive, directo al auto estacionado de su cliente actual.


La fiesta es en una casa enorme, Martin nunca ha visto nada tan grande antes. Las mesas de comida son eternas, y no reconoce el nombre de ninguno de los aperitivos que hay en oferta. Nadie esta comiendo, pero luego de hacer esto por tanto tiempo sabe que eso no tiene nada de raro. Nadie quiere engordar o parecer ansioso por la comida en un lugar así.


— Damas y caballeros, quiero invitarlos a ver una demostración en vivo -el dueño de la casa es un hombre mayor, con una barba perfectamente blanca que no va mas alla de la línea de su mandíbula. No hay ningún cabello fuera de lugar, y sus ojos son brillantes y azules. Martín no es del tipo que persigue ancianos por su fortuna, pero la idea si pasa por su mente, fugaz, errática, como una brisa de verano


El champán se le está yendo a la cabeza probablemente.


— El adivino está en el salón principal ahora, y si gustan pasar a verlo, ha prometido ofrecer la fortuna de quienes consulten con él.


— Deberíamos ir —el cliente no es joven ni viejo, pero parece un niño excitado tomándolo del brazo a tirones sutiles pero insistentes.— Vamos Tincho, escuchaste lo que dijo el abuelo? Es el que conoció viajando!


— Si, si —dice Martin, forzándose a mantener un tono jovial. Aún queda demasiada noche por delante.— ¿pero de verdad crees en esas cosas? Suena un poco absurdo.


— No es absurdo —refunfuña el cliente, tirando un poco más fuerte.- el abuelo cree de verdad, no digas esas cosas aquí.


— Ah, claro claro. Perdón.


El adivino es notorio de la forma en que una verruga es notoria en medio de la piel. No es horrible exactamente, pero no esta de traje, ni se sienta apropiadamente. Su pelo castaño apenas parece peinado, y usa zapatillas desteñidas.

Nadie mas parece ofendido pero Martin si lo está: Por lo menos podría haber intentado parecer algo ¿o no? Por último podría haber arrendado un pantalón de vestir.

El abuelo le puso una mesa redonda, con manteles y tazas y un mazo de cartas, todo muchas veces mas valioso que el mismo adivino, al menos si uno juzgara por la apariencia.

Sus ojos están en él apenas cruza el umbral de la puerta, entrecerrados en su dirección, como si Martin ya lo hubiera insultado o algo así.


— ¿Se conocen? —pregunta el cliente en un susurro que suena a ansiedad.— No me digas que es uno de tus clientes. Me prometiste que...


— ¡No! No lo conozco —su murmullo es ruidoso por la indignación, pero cuando Martin mira al rededor nadie los está mirando.


Ni siquiera el adivino, que está de nuevo concentrado en el mazo de cartas. A su lado esta la nieta del anciano, sonriéndole a todo el mundo, su vestido de lentejuelas refleja cada una de las luces del candelabro, como si ella misma fuese parte de la iluminación.


— ¿A quién le gustaría leer su suerte primero? Si se acercan y toman asiento, Manuel puede leerles las cartas o las palmas de la mano, lo que prefieran.


— ¡Martín quiere! —dice el cliente, dándole una palmadita.— justo estábamos hablando de eso verdad?


— Ah, si, claro


Manuel, el adivino, lo mira fijamente. Lo ve separarse del bastardo que aceptó como cliente, sentarse frente a él y ofrecerle su mano, todo con una expresión impenetrable que Martín desprecia automáticamente.


— ¿Bueno, y? —pregunta Martín, después de un rato de mirarse en silencio. Los murmullos hacen que sienta los oídos calientes de vergüenza.


— No eres lo que esperaba —dice Manuel en un susurro tan bajo que Martín casi cree que no pasó.


— ¿Perdón?


— No. Nada. —dice Manuel, esta vez más alto, antes de tomar su mano entre las suyas.


Muchas cosas pasan al mismo tiempo. Los dedos de Manuel son ásperos y fríos, tiene un anillo grueso que Martín no había notado a primera vista, y cuando lo siente rozar el borde de su mano, sus pensamientos saltan como chispas incoherentes en su cabeza. El mundo se inclina hacia el lado, más brillante y callado que nunca, como si fuera una imagen falsa que solo existe en torno a él y Manuel.

El centro de su estómago sube hasta su garganta, atorado en el jadeo de sorpresa que se le escapa.

En su cabeza, Manuel deja escapar un sonido muy parecido, un "oh" distante que se derrite entre sus propios pensamientos.

Lo siguiente que sabe, es que su mano esta fria, sola, y aún levantada en la mesita redonda mientras Manuel lo mira, una mezcla de horror y sorpresa perfectamente visibles en su cara.


—¿Qué pasó? —su voz suena como si hubiera estado corriendo una maratón, pero la vergüenza es un pensamiento lejano en ese momento.— ¿Que hiciste?


— Yo... —Manuel lo estaba mirando como si hubiese visto un fantasma. Quizá los dos tenían la misma expresión, o al menos eso sentía al verlo hasta que Manuel vomitó el resto de sus palabras— No duermas con él hoy, tiene una pistola.


— ¿Qué?


Martin miró a su alrededor entonces, todo el mundo los estaba mirando con la boca abierta, las cartas estaban regadas por el piso, y su cliente estaba retrocediendo entre la gente, como intentando desaparecer.

Miró de nuevo a Manuel, y vio claramente el momento en que sus poderes le dijeron lo que iba a pasar, pero aún así se lanzó a molerlo a golpes, con o sin tacto mágico.

Horas más tarde, luego de varios gritos y una bolsa de hielo firmemente sujeta contra su ojo, Manuel le ofreció acompañarlo a su casa y explicarle al menos un ochenta por ciento de lo que acababa de pasar.

MAKE IT WORK - DRABBLESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora