Tiempos Mozos

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El zumbido de la electricidad es constante, incluso cuando el pitido de los monitores lo interrumpe, Manuel puede sentir la energía de todo menos su propio cuerpo. Esta amarrado, es el procedimiento estándar, y lo sabe, pero aún así su corazón se acelera al tirar de sus manos.

Lo último que recuerda es cruzar el portal de Martín, pero no esta en el laboratorio, y el mundo no está a punto de explotar. O al menos no parece que lo esté.

Sus ojos se sienten como si estuvieran llenos de arena, pero puede ver bien, y puede levantar la cabeza lo suficiente como para entender que está en un hospital.

Uno extrañamente familiar.


— ¡Qué haces! ¡Oye, niño, vuelve acá! ¡Seguridad!


El grito viene seguido de un forcejeo y una discusión que no entiende mucho. El vidrio de la puerta es opaco, así que solo ve sombras y algo de color antes de que este todo en silencio de nuevo.

Manuel esta considerando usar sus poderes para soltarse cuando la puerta se abre de golpe, sorprendiéndolo lo suficiente como para que el monitor de su pulso delate su reacción. No es un adolescente, lo sabe, ha estado en este tipo de situaciones antes, pero aún así el miedo se esparce por su estómago a su garganta en ese segundo de espera.

Martín tenía 20 años cuando Manuel lo conoció. Todo el mundo le dijo que su super poder era ser un genio, pero no querían que saliera al campo de batalla, ni que usara su poder sin supervisión. Martín, a sus veinte, era un hombre aparentemente normal, pero aterradoramente impredecible; una energía incontrolable detrás de una cara bonita. 

Cuando comenzaron a trabajar juntos, Manuel estuvo de acuerdo con todos los demás, el poder de Martín era más peligro que ayuda la mayor parte del tiempo.

El Martín que cerró la puerta tenía 15 años, y estaba arrastrando a un hombre inconsciente dentro de la habitación. Manuel no podía ver claramente qué había usado para dejarlo inconsciente, pero se podía imaginar que su compañero de equipo no había cruzado el portal sin traer algún tipo de arma.


— Ahora te alegras de que te haya puesto un  chip, ¿verdad? -dijo Martín, mirándolo satisfecho por unos segundos antes de darse cuenta de su estado— Oh, mierda ¿Qué te pasó? ¿A qué año vinimos?


— Tengo 16 —dijo Manuel con esfuerzo. Su voz sonaba rasposa, y ahora que la había usado por primera vez desde que había despertado, estaba dolorosamente consciente de la sed que tenía.— Mis poderes despertaron en un accidente a esa edad.


— Oh, es verdad —dijo Martin, mirándolo con una mueca— ¿Sabes qué? me lo dijeron antes, cuando recién nos pusieron juntos, pero de verdad que tenés muy mala suerte. Es casi improbable.


Manuel dejó caer su cabeza en la almohada, mandando un golpe de corriente por el piso hasta Martin. Salvar el mundo parecía mejor cuando tenía 25.

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