¿Me ayudarías?

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El corazón de Enid se había llenado de gratitud.

Merlina le dedicó una sonrisa, aún ruborizada, antes de soltar el abrazo, miró hacia la mano de la omega, tomándola para alzarla frente a su rostro, viendo la piel rojiza y algo hinchada de esta.

—Te quemaste con el ramen —dijo, y Enid pareció avergonzarse.

Merlina la soltó para abrir uno de los cajones de la cocina, dejando ver algunas cajas de medicamentos y otras más pequeñas con algunas cremas, leyó algunas cajas hasta encontrar la que buscaba, cerrando el cajón con el pie al pararse.

—Toma, es para quemaduras —le entregó la cajita.

Tomó ambos tazones de ramen y los llevó a la mesa, agradeció a Enid por la comida, la rubia respondió con una sonrisa mientras se masajeaba la mano con un poco de crema, para que se absorbiera bien.

Comieron en silencio hasta terminar todo lo que tenían servido, Merlina volvió a llenar el cuenco con más comida por lo rico que estaba.

Enid esperó en silencio a que la otra terminara su comida, y se levantó con intención de sacar los platos y lavarlos, pero la mayor la corrió con algo de brusquedad.

—No hagas nada, Enid, con que cocinaras es suficiente —dijo, pasando lo que habían usado al lavamanos de la cocina, abriendo el grifo.

Enid sólo asintió, y volvió a sentarse en la mesa, viendo a Merlina, de espaldas a ella.

A la pelinegra le parecían preocupante la actitud que había adoptado la chica en tan pocos minutos, el cómo se había puesto sensible y había insistido en irse, cuando días antes casi rogaba por quedarse, su loba estaba inquieta en su interior, quien también quería saber por el cambio brusco de la omega.

—Creo que lo mejor será irme en la noche.

Las palabras habían sonado tan distantes, con tan pocas ganas y sentimientos, casi monótonas.

A Merlina se le cayó el cuenco que estaba lavando haciendo un ruido fuerte contra el metal del lavamanos al chocar, y salpicando un poco su ropa.

—¿Merlina? ¿Estás bien?

Merlina no pudo hablar, su vista se nubló un poco, apretando los dientes, se giró, acercándose a Sinclair, inclinándose sobre ella y quedando a pocos centímetros del rostro de la omega.

No.

Su voz había salido de lo más hondo de su pecho, en un tono que hacía mucho tiempo no usaba y creía perdido.

Casi pudo ver a la loba de Enid bajar las orejas con algo de miedo ante su voz de alfa.

Negó, despejando su vista, no era la forma correcta de hacerlo, debía hablar de forma civilizada con Enid.

—Mira, Enid... Sé que vas a irte, pero no tiene que ser hoy —su voz sonaba calmada, lo que relajó un poco a la menor—, tampoco tiene que ser mañana, en serio, sólo... Quédate un poco más, quizás hasta que termine tu celo. Yo... Tampoco quiero que andes como una omega en celo por la calle, abandonada por allí, con ese olor tan lindo que tienes nadie podría resistirse, no quiero imaginar qué harían otros... —sin darse cuenta, había llevado una mano al rostro de la ojiazul, y acariciaba su mejilla con ternura, la omega de inclinó un poco más al tacto y asintió.

—Está bien, Merlina. Me iré cuando mi celo termine.

A la de pecas le dolió un poco el corazón ante eso, pero al menos podría tener a Enid unos días más.

Volvió a terminar de lavar las cosas.

—Y, dime, Enid, ¿cómo son tus celos?

Sabía que generalmente el celo de los omegas duraba un par de días, en la cual su olor se incrementaba considerablemente, sumado a las molestias de sus órganos reproductores; y tendrían una necesidad casi insaciable de sexo, por su instinto de lobo de reproducirse.

delta; wenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora