23.- Un despertar perfecto

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Juls

El olor a café me despierta. Huele deliciosamente bien. Al abrir los ojos me quedo un poco parada, porque no es mi dormitorio. Luego me doy cuenta de que sigo en la cama de Riley y se me escapa una sonrisa boba. Sé que estoy jugando a un juego muy peligroso, pero ¿tan horrible es que quiera estar un poquito con mi atractivo marido? Lo necesito, de alguna forma, en el centro del pecho, que me duele cuando me alejo.

Anoche di mil vueltas en la cama, tratando de convencerme de que era mala idea, pero de pronto estaba de pie, buscándole. Y no me arrepiento. No puedo hacerlo. Hundo la cabeza en su lado de la almohada y aspiro su perfume. Tiene un ligero aroma cítrico, como a limón. Debe ser de su champú. Lo esnifo con ganas y luego me estiro y me pongo de pie.

La lógica me dice que vaya a mi dormitorio a darme una ducha y cambiarme, pero necesito verle, saber si esta mañana todo le parece horrible y va a romper lo que sea que iniciamos ayer.

Cuando entro a la cocina le veo agachado junto al Friend. Le está llenando el cuenco de pienso y el perro le da con el hocico para que vaya más rápido. Riley sonríe y le acaricia la cabezota. Los perros crecen demasiado rápido. Y el nuestro va a ser enorme. Ni siquiera creo que tenga raza, solo es un chucho, pero me encanta. Y está claro que a Riley también.

Mi marido falso se levanta entonces y se gira hacia mí. Su sonrisa se hace más grande y yo le devuelvo el gesto, algo intimidada. Si quiere acabar con todo se me va a hacer añicos el corazón. Sé que no es responsabilidad suya, porque lo nuestro es del todo falso, pero, aun así, no estoy preparada para perderlo.

―Buenos días, esposa ―me dice, con una risa, mientras se lava las manos en la pila. Lleva un chándal y tiene el pelo algo pegado a la frente de sudor, ha debido salir a correr con Friend―. ¿Quieres unas tostadas?

―Claro. ―Tengo la boca seca.

Riley vuelve a girarse hacia mí y me prepara un café muy poco cargado después de meter pan en la tostadora. Él muerde una manzana sin ninguna prisa, sin quitar la vista de mí, que me siento en uno de los taburetes y remuevo el café cuando me lo deja delante.

―¿Habéis salido? ―pregunto, por hablar, porque no soporto el silencio y que me mire con esa fijeza.

―Sí.

No dice nada más y yo me revuelvo, algo incómoda. ¿No podría hablarme como siempre? Aunque, ahora que lo pienso, quizá es él el que está extrañado con mi presencia, porque me he pasado casi toda la semana evitándole.

―¿Es demasiado raro para ti? ―pregunto, sin atreverme a mirarle.

―No. ¿Y para ti?

Siento el calor en las mejillas, pero si de algo me he dado cuenta con Riley es que es mucho mejor decirle las cosas directamente que andar con indirectas. Anoche funcionó bastante bien. Me lamo los labios y me parece que él sigue el camino de mi lengua.

―No en plan mal. No me arrepiento de lo que hicimos. De hecho, me gustaría... repetir.

Cierra un segundo los ojos. Las tostadas saltan y él las pone en un plato, pero me dan igual, la verdad, no es de eso de lo que tengo hambre. Rodeo la isla de la cocina y me acerco a él. Necesito verle de cerca, comprobar si todo es una apreciación de mi cerebro hecho papilla o es que fue perfecto.

―¿Tú quieres que...? ―Me aclaro la garganta y Riley tira con suavidad de mi cintura y me coloca entre sus brazos, que apoya en la isla a ambos lados de mí―. ¿Te gustaría repetir?

―Me encantaría, Juls ―susurra, y sus labios rozan los míos con suavidad.

Sus manos se mueven por mi cintura y suben con mi camiseta de pijama. Trago saliva con dificultad, cuando sus dedos cálidos me acarician hacia arriba y arriba y acaba sacándola por mi cabeza, dejándome desnuda de cintura para arriba. Acaricia mi vientre con reverencia y luego roza mi pecho antes de sostenerlo. Su pulgar presiona mi pezón sensible. Se me escapa un jadeo. Se inclina hacia delante y besa donde un segundo antes estaba su dedo. Tengo que apoyar las manos en la encimera para no caerme. Me tiemblan las rodillas. Atrapa mi otro pecho con la mano libre a la vez que su boca toma posesión del primero. Sus dientes rozan el pezón y me da un mordisco suave que se convierte en un gemido entre mis labios.

Si en diez años...Where stories live. Discover now