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El interior de la casa me causó más curiosidad que el jardinero, y eso era decir mucho

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El interior de la casa me causó más curiosidad que el jardinero, y eso era decir mucho. Cada pared tenía un papel mural diferente, todos cargados de patrones en colores claros y formas retorcidas. Una de las paredes estaba casi completamente tapada por varias repisas en las que descansaban un montón de frascos con hierbas y flores secas, mientras que al otro lado había una pequeña vitrina a la que le faltaba un vidrio con docenas de objetos pequeños exhibidos como si se tratara de un museo. La cocina y su mesita ocupaban la mayor parte del interior, mientras que la cama de Dion estaba relegada a una esquina junto a la ventana, en cuyo alfeizar descansaba un dibujo de su madre hecho a carboncillo. Varios colgantes de vidrios rotos de diferentes colores colgaban sobre el colchón, de seguro la luz que irradiaban cuando los golpeaba el sol era un espectáculo digno de verse.

No me di cuenta de que entonces era yo quien se había quedado callado por más tiempo del que era prudente hasta que Dion tosió. Las puntas de sus orejas volvieron a iluminarse cuando le clavé la mirada, pero un nuevo espasmo lo distrajo y lo salvó de seguir poniéndose en evidencia. Se notaba a leguas que no tenía práctica con socializar, y parecía que todo le daba verguenza. Sin embargo, yo mismo había sentido esa misma timidez más temprano, que quizás me había pegado él mismo, pues era muy impropio de mí no saber qué decir.

—¿Tienes hambre? —me preguntó cuando hubo recuperado su voz.

Había dejado la ollita que traía sobre la mesa y lo tomé como una invitación a hacer lo mismo con mi ofrenda de paz. Asentí más que nada por cortesía, no me daba mucha hambre en las noches, era más que nada alguien que prefería un buen desayuno, pero lo cierto es que no había pensado qué haría si Dion me invitaba a pasar. No tenía un plan, así que decidí dejarme llevar por la corriente. Además, mientras más miraba a mi alrededor, más cosas me mostraba la casa. ¿Sería él igual de interesante o la decoración tendría que ver más con su difunta madre?

—No tanto —advertí cuando vi que me servía un trozo grande de tortilla. Su boca se transformó en una línea apretada. Tenía que ser más suave—. ¿Tú lo hiciste?

Indiqué el dibujo de su madre, pero él ni siquiera levantó la cabeza. Al parecer no necesitaba mirar para saber a qué me refería, porque en seguida contestó.

—Kers me lo dio cuando ella murió —explicó—. Ella y mamá eran muy cercanas. La dibujó un millón de veces, estoy seguro de que ya podía hacerla de memoria.

—Lo siento mucho —dije, sabiéndome un tonto por tocar un tema tan delicado como primer acercamiento.

—También yo —respondió él y guardó silencio mientras terminaba de poner la mesa.

Inquieto como era, me puse a dar vueltas por el lugar, incapaz de quedarme quieto con tanto que ver. Solamente la vitrina ofrecía entretenimiento para varias horas, atiborrada como estaba de objetos que parecían no tener ninguna relación entre ellos.

—¿Y estos?

—Haces muchas preguntas —me expuso, pero sus hombros se habían relajado y su ceño ya no estaba fruncido.

A la Sombra del CastilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora