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Desperté en medio de la noche cubierto en un sudor frío que provenía únicamente de los nervios

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Desperté en medio de la noche cubierto en un sudor frío que provenía únicamente de los nervios. Con la visita del cocinero, había olvidado regar las espinas de rosa alrededor de la casa. Todavía quedaban varias de la última vez que lo había hecho, pero no podía estar seguro de que fueran suficientes, especialmente porque podía sentir la presencia de las hadas y los elfos rondando por la demarcación de mi huerta.

Me abrigué con lo que tenía más a mano y tomé el bastón a regañadientes. Tenía muy fresco en la memoria todavía el momento en que mi pierna había decidido fallar frente a Florián, dejándome como un estúpido que no quería usar el apoyo que tenía a la mano. Me sentía humillado, me habría gustado explicarle que la única razón por la que no quería usar el bastón era porque me quedaba corto, que me hacía caminar encorvado y que me hería la palma y las yemas de los dedos por la fuerza mal ejercida, pero ¿qué iba a importarle eso a él? Ya había hecho demasiado ofreciéndome una comida caliente como disculpas. Y encima de eso, yo, siendo el idiota que soy, había preguntado por el postre. Pensándolo mejor, quizás habría sido buena idea dejar que los seres feéricos vinieran por mí.

Resignado, abrí la puerta con fuerza. Mamá siempre me repetía que no podía mostrar debilidad, aunque mi figura en pijama, apoyado en un bastón y con la visión borrosa no resultara muy amenazante. Divisé a lo lejos un par de manchones plateados y blancos, ocultándose entre los árboles. No era la primera vez que los veía, ni sería la última. De a poco comencé a divisar más y más, al menos una decena de ellos; me había dejado estar, las espinas los habrían mantenido lejos apenas una noche más, no podía seguir descuidándome.

—Ya váyanse —espeté, hastiado de la situación—. No van a lograrlo.

Siempre les decía lo mismo, pero en realidad no estaba tan seguro de qué era exactamente lo que esperaban lograr. Cuando pequeño, lo más probable es que me quisieran de vuelta para darme la forma y el rostro de otro bebé humano, usarme una segunda vez como sustituto, aprovechándose de la bondad de mi madre que no había visto ningún problema en criar a un hijo enfermizo y débil que encima no era suyo. Al crecer, sin embargo... solo me quedaba creer que querrían deshacerse de mí, y honestamente, preferiría caer en manos de la bruja antes que en las garras de las hadas. Camufladas de bondad con sus cuerpos luminosos y ligeros, eran el epítome del vicio y la crueldad. ¿Qué era una maldición que se rompía con un matrimonio comparada con dos vidas robadas desde la infancia? ¿Qué tanto pesaba el miedo a un largo sueño en vistas de crecer como un esclavo, o ser fabricado para perecer en el frío? La princesa Belina me daba lástima, sí. Ella no había hecho nada para merecer la ira de la bruja; no sabía más del mundo cuando recibió su maldición de lo que yo al recibir la mía, pero los reyes sí que habían sido desconsiderados, prejuiciosos y derechamente egoístas no sólo con la bruja, sino con todo el reino. En cambio, ¿qué había hecho mi madre para que las hadas le arruinaran la vida? Si no habían sido ellas quienes la habían enfermado hasta morir, entonces yo era un humano real.

Bufé ante lo tonto de aquel pensamiento y los borrones de luz que eran las hadas sisearon carcomidos por la rabia. Cuando pequeño me había costado plantarles cara, y aún ahora no me consideraba muy valiente, pero al menos ya tenía dentro la costumbre de reír frente a ellas para demostrarles el poco efecto que sus tretas tenían en mí. No pude volver a dormir al entrar a la casa, pero no importaba mucho, siendo que faltaba poco para el amanecer. El cielo todavía no lo delataba, pero sí el canto de los pájaros y el rocío de la mañana que caía todos los días sin falta a la misma hora, de forma algo precipitada en aquella isla apartada del resto del reino. Era como si los reyes incluso se las hubieran arreglado para obtener las bondades de la naturaleza antes que el resto.

A la Sombra del CastilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora