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— Querida, ¿no podrías siquiera reconsiderarlo?
— Lo siento mucho, pero ya lo decidí.

Bonnard ayudaba a la condesa a guardar las maletas en el coche. El castaño buscaba la forma de convencerla de no ir. Se acercó más a ella y tomó con cuidado su brazo para después tomar sus manos.

— Te prometo que cuando acabe la guerra te llevo personalmente a ver a tus padres...

La mujer soltó sus manos y negó lentamente.

— Louis, querido, no insistas más. Iré a verlos, me quedaré allí un mes y regresaré sana y salva.

Siguió metiendo sus cosas en el coche. Su esposo pasó la mano por su frente, sin saber ya que decir.

El rizado observaba todo desde la ventana de su habitación. Se cruzó de brazos mientras veía como el matrimonio discutía sobre ir o no.
Por una parte, le parecía bien que ella se fuera un mes. Su relación con ella no era muy positiva. Siempre buscaba una excusa para no felicitar la gran labor del niñero. Por otro lado, estaba de acuerdo con el conde: viajar ahora era peligroso y, por mucho que sus personalidades chocaran, no le deseaba ningún mal. Al fin y al cabo, era su jefa. Hizo una mueca y siguió observando por la ventana.

 Hizo una mueca y siguió observando por la ventana

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— Señor Harry.

El ojiverde miró hacia la puerta. La hija mayor, Wendy, era la que le había llamado. Se alejó de la ventana.

— ¿Si, Wendy?
— Bruno está llorando en su habitación.
— ¿Qué? ¿Qué ha pasado?
— Él es niño de mamá. Le duele que madre se vaya a ausentar un mes.

El rizado se sintió conmovido. Salió de su habitación para ir a la del hijo menor de los Tomlinson. Tocó con suavidad y abrió lentamente la puerta.

— ¿Bruno? Soy yo, el señor Harry.

El niño le miró con lágrimas rodando por sus mejillas.

— Ay, pequeño...

Se sentó a su lado y pasó su brazo por detrás de la espalda del chico para atraerlo hacia él. Lo abrazó lentamente. El menor le correspondió la muestra de cariño y sollozó.

— M-madre se va un mes.
— Lo sé, cielo.
— N-no quiero que se vaya.
— Nadie lo quiere, pero es su decisión y no podemos hacer mucho.
— ¿Usted tampoco quiere que se vaya?
— Claro que no, porque no me gusta que sufras, pero, ¿sabes? Yo te ayudaré a que no estés triste. ¿Te gustan los pasteles de chocolate?

Al niño se le iluminaron los ojos. Con lágrimas aún, asintió con una sonrisa. El mayor le limpió la carita con mucha delicadeza y le devolvió la sonrisa.

— Te prepararé uno muy especial.
— ¿Me hará un pastel?
— Claro que sí, pequeño.
— ¿Su familia es la que nos trae dulces cada mes?
— Los mismos.
— ¡Suena maravilloso, señor Harry! Me gustaría mucho un pastel de esos.
— Esta tarde avisaré a Bonnard para que me lleve a la ciudad. Te lo prepararé allí.
— ¿Puedo ir con usted?
— Por supuesto.

~ Una niñera para un corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora