I: Elena

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Escuchó los pasos dentro de mi habitación, lo que me advierte que van a ser las siete de la mañana, por lo cual me acabó la copa de champán y quito las gafas de sol.

Ambas las dejó junto a mí en la mesita de cristal donde está mi bata, mi tablet, y mi crema solar.

Suspiró, porque mi hora de sol, ha acabado.

— Buenos días, señora Elena. El desayuno está siendo servido en el comedor ¿Necesita que la ayude a buscar algo en su armario o puedo ayudarla en algo?

Estoy en la terraza, donde si hace buen día, hago deporte o me relajo en la tumbona, depende mi estado de ánimo. Cubro mi traje de baño dorado con mi bata de color blanco semitransparente de la Perla, entro descalza a la habitación.

— Gracias por avisarme, Carla, cielo, no necesito nada por ahora, puedes retirarte.

— Con su permiso.

Asiento para que pueda retirarse de la habitación. Yo me dirijo hacia mi tocador de blanco, junto a la ventana principal, empiezo a quitarme los rulos del cabello uno por uno.

— Cafetería, compras, club, y spa — hago una lista mental de cosas que he realizado hoy.

También me quitó la mascarilla de aguacate. Estoy acabando de poner labial humectante de fresa en mis labios cuando mi teléfono vibra sobre el tocador.

Un mensaje de mi prima, Bella.

— Andiamo a fare yoga nel pomeriggio?

Estaré bastante ocupada, así que lo dejo para mañana. Soy una mujer con una estricta rutina diaria por así decirlo, dedico muchas horas de mi día a mí misma, en ejercicio o mi físico, pero los resultados me gustan.

Hubo una época de mi vida, en dónde no me gustó lo que veía en el espejo, para nada, así que cambié.

Soy hermosa.

Ni siquiera estoy siendo arrogante, no lo pretendo.

Siempre he pensado que todos deberíamos de decir más a menudo las cosas que nos gustan de nosotros, si te gusta algo, dilo, si te sientes hermosa, lista o eres graciosa. Hay que decirlo, porque muchos no lo dirán por nosotros.

Eso es una lección que tuve que descubrir por mi cuenta.

Deslizó la gata blanca a la cama para cambiarla por una de mis batas favoritas de Gilda and Pearl de color rosa, manga larga y con ribete.

Bajo los escalones hasta la primera planta, de las tres que hay, esta mansión era muy diferente cuando me mudé hace seis años.

Antes de convertirme en la señora de la casa.

— Buenos días, mi amore.

Mi voz suena mucho más dulce de lo que soy, sonrió antes de avanzar sin más, beso su mejilla, primero dejando mi marca en él y luego en sus labios.

— Buenos días, cara mia.

Sonrió para él.

Y él me ve de arriba a abajo antes de apartar la silla de su izquierda con el pie.

_ Siéntate.

La caballerosidad no ha muerto.

— ¿No hay buenos días para mí, super mamma?

Intentó no hacer una mueca ante el saludo lleno de burla de parte de la otra persona del comedor.

La cual había ignorado a propósito.

— Leonardo — saludo de forma forzada a la irritante persona delante de mí — ¿Hacía buena noche ayer, no? Ni siquiera te escuché llegar.

Él se ríe de forma sarcástica, no lo soporto.

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