Capítulo 20

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A las diez de la mañana, puntuales como habían acordado vinieron los encargados de la organización. Dimos las instrucciones del lugar en que estarían las flores – Adornarían cada lateral de los bancos en que se sentarían los invitados y formarían arcos colgando en las paredes, atadas de lazos blancos.

Para las 11 ya estaban todas colocadas y con su correspondiente vaporizador de agua para que no se marchitasen. La música también estaba preparada, llegó el encargado de tocar la guitarra acústica que formaría parte de la banda sonora del día más feliz de su existencia. Una hora más tarde comimos y nos pusimos manos a la obra para prepararnos las dos antes de la boda.

En la pequeña habitación coloqué mi silla al lado de la de Bella frente al tocador. Apenas faltaban cinco horas para que mi mejor amiga se convirtiese en la señora Noyes. No sé cómo había conseguido aguantar ella las lágrimas cuando a mí me estaba costando más que el parto de Anthony.

Llegó el temido momento del peinado. Yo dejé mi pelo suelto, planchado y colgando por mis hombros. Pensé en hacerme una trenza, pero habría quedado demasiado informal. Al final decidí que se quedase de aquella manera. Quizá lo colocase en un lateral de mi cuello. Respecto a mi amiga, ese era mi trabajo. Había estado ensayando durante días su peinado. Recogí la parte superior del pelo haciendo uso de mi caja de horquillas, de modo que la su pelo caía en cascada a excepción de varios mechones recogidos por los artilugios de metal negros. Su pelo estaba completamente liso, de modo que cogí el rizador de la maleta que había traído conmigo. Una cascada de tirabuzones caía sobre sus hombros cuando hube terminado y flores blancas adornaban el recogido sin dejar ver las horquillas.

Habíamos estado preparándonos durante semanas el maquillaje para que cada una pudiera pintarse a sí misma de modo que si algo saliera mal no podríamos culpar a la otra. Bella pintó sus ojos de un color dorado y con eyeliner consiguió que desde el lagrimal fuera degradando de dorado a negro hasta el final del ojo. Al contrario de lo que pensábamos, el color dorado era bastante apagado, de modo que no quedaba hortera. El maquillaje era precioso. Pintó sus labios con gloss transparente y me miró buscando aprobación. La acerqué los polvos para el colorete mientras ella asentía, siempre se la olvidaba dar ese ligero tono rosa a sus mejillas. Yo cogí una sombra azul pálido y logré un degradado hacia plateado que resaltaba mi mirada. Cogí eyeliner plateado e hice el mismo efecto que mi amiga, sólo que en vez de a negro mi mirada se iba a un azul eléctrico más fuerte que el de la sombra. Mis labios se adornaron con gloss rosa, que los hacía parecer más carnosos.

Eran las tres y los invitados comenzaban a llegar. El resto de damas de honor querían ayudar a mi amiga con el vestido y yo también necesitaba vestirme. Coloqué el vaporoso tejido sobre mi cuerpo antes de colgar en mi cuello un pequeño corazón que me había regalado Anthony por el día de la madre – evidentemente ayudado por mi padre-. Me subí a los casi diez centímetros de tacón – que seguramente tuviera que cambiarme a mitad de la noche – de color plata, acorde con los adornos del vestido y el resto de complementos. Eran cerrados y con una ligera plataforma y hacía que todas pareciésemos más altas de lo habitual.

Casi todos habían llegado a las cuatro de la tarde y estaban pululando por los alrededores del recinto. Estaba ya preparada cuando Natalie se acercó a mí, también con el vestido de dama de honor, aunque con complementos y zapatos diferentes.

-Estás preciosa. – Sonrió. La devolví la sonrisa.

-Tú también. Bella ha elegido genial los vestidos, no creo que hubiera alguno mejor. – Asintió justo antes de escuchar la risa de Anthony al otro lado de la puerta de la salita. Seguramente hubiera entrado ya para que le diesen el cojín con las alianzas. Abrí ligeramente la puerta para encontrarme con el momento que haría un antes y un después en mi vida.

Mi padre hablaba con Jason mientras este hacía cosquillas a Ant, que estaba en sus brazos retorciéndose. Los dos adultos serenos, el niño intentando darle de su misma medicina a Jay sin conseguirlo. Había visto más veces aquella escena, pero entonces me impactó de una manera increíble. Nat abrió un poco más la puerta para ver también la escena, cuando noté la mirada de los dos hombres y medio sobre mí.

Un segundo. Un segundo y todo cambió. Y la manera en que Jay me miraba, que aparentemente era la misma de siempre se tornó fría al ver salir a Amber de la misma habitación. Verla correr hacia él, hacia Jason y besándole sin importar que él tuviese a mi hijo entre sus brazos, me rompió el corazón. No escuchaba nada. No era capaz. Sólo el latir de mi corazón en la sien. Anthony pasó a los brazos de mi progenitor mientras aquella rubia abrazaba a Jason. Sin embargo, él no la correspondía. Estaba quieto, como una estatua. Sus ojos no pestañeaban y su mirada era mía. Pero mi corazón estaba roto. Había sido una estúpida. Había perdido al único hombre que estuvo conmigo en el peor y mejor de mis momentos aparte de mi padre.

El único motivo por el que no lloré en aquel momento fue porque no pensaba dejar que el día de Bella se estropease. Ya tendría tiempo de desahogarme cuando llegara a casa. Me tragué uno de los nudos que se habían creado en mi garganta por el dolor y me dirigí allí a saludar a Ant y a mi padre.

-Hola – Saludé en apenas un susurro. Jason seguía estático mientras la tiparrona a la que odiábamos todos le seguía abrazando, esta vez desde un lateral para ser capaz de contemplar la escena que había.

-¡Hala mamá qué guapa estás! – Dijo Anthony. Iba vestido con un pantalón negro de vestir (todo lo de vestir que puede comprarse para un niño pequeño), sujetado por unos tirantes del mismo color sobre una camisa azul claro. Una pajarita del color de los pantalones adornaba su cuello.

-Sí que lo está, ¿Verdad Jason? – Corroboró mi padre mientras cogía mi mano y me daba una vuelta para contemplarme de todos los lados.

-Siempre lo está. Pero hoy brilla especialmente – Contestó con apenas un hilo de voz. La rubia de bote le miró con malos ojos y por fin se separó de él.

Los invitados comenzaron a entrar en la iglesia justo antes de que me diera tiempo a hacer mi última pregunta.

-¿Y el novio?

-Ansioso por subir al altar y casarse con la mujer de su vida. Quién no lo estaría.

Nuestras miradas se separaron a la voz de “La novia necesita que le coloques el velo” y la entrada en la sala del párroco. Entré por última vez en la salita para ver a mi amiga casi terminada de preparar. Un colgante en forma de corazón – Supongo que con una foto de Alexander dentro de él – adornaba su cuello. Dos lágrimas doradas caían de sus orejas a modo de pendientes, resaltando su sonrisa. Tan sólo quedaba el último detalle.

Cogí la pequeña tiara de la abuela de Bella de una vieja caja de madera que estaba posada sobre el tocador y la puse el velo de forma que pareciera que era esta la que lo sujetaba. Cogí sus manos mientras la dirigía en frente del espejo. La sala estaba en silencio a pesar del repentino barullo formado dentro de la iglesia, que formaba parte de la emoción del día. Aquel estado se trasladó a los invitados, que parecieron volverse mudos de buenas a primeras. El novio había llegado. 

Find You In The DarkWhere stories live. Discover now