15- Pink

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La ceremonia de coronación fue una pesadilla.

Hacía mucho tiempo desde la última vez que tuve a tanta gente encima. Varias sirvientas estaban rodeandome y aplicando miles de procedimientos al mismo tiempo. El acto de coronación se haría durante la noche, no comprendo por qué tanta prisa si eran las diez de la mañana.

—Una pregunta —avisé—. ¿Cuántos tratamientos estéticos y cosméticos se supone que van a hacerme?

—Noventa y seis, mi señora —respondió una que aplicaba un ungüento misterioso en mis pies—. Doce cada hora. Empezamos a las nueve, por lo que terminaremos cuatro horas antes de la coronación.

—¿Y se supone que debo estar quieta tanto tiempo?

—Así es como lo especificó la reina Lidia.

¿Quién diría que la madre de Jason sería tan exigente con el higiene de la realeza? Ni en mis días de Spa con la tarjeta de John tuve tantas manos femeninas masajeandome la espalda. Y cuando llegó la noche, comenzaron a prepararme para el acto. Una semana antes comenzaron a hacer mi vestido con una tela más cara que dos pulmones saludables. No pregunten cómo sé cuánto cuestan dos pulmones, solo lo sé y no hace falta dar explicaciones.

Hay cosas que no son vistos de buena manera por la gente adinerada en la nación de cristal. El oro, por ejemplo, no es tan valorado como en la tierra y de hecho llevar joyas de oro es de mala suerte según ellos. En su lugar hay que llevar diamantes, y sí, solo los diamantes tienen el significado de la excelencia, la riqueza y la pura grandeza. Por lo que solo puedo llevar joyas de diamante además del collar de rubí, que por cierto, me costó mucho convencer a la reina para que me dejara usarlo. Dice que los rubíes solo lo usa la gente demasiado temperamental. Así mismo hay colores que mi vestido no podía llevar. Nada de amarillo, nada de azul celeste, nada de rosa pero dejaron pasar mi cabello gracias al corte de pelo que pagó Charles.

Aún no era del todo pública la noticia de una nueva princesa. Solo la directora, la familia real, unos sacerdotes y los que vivían en el castillo sabían esta premisa. La coronación se transmitiría en televisión de principio a fin, en la hora acordada.

—Al fin, terminamos —dijo una sirvienta con satisfacción—. Ya puede levantarse, majestad.

Me puse de pie y fuí directo al espejo. Sentía todo el cuerpo como si un camión me hubiera pasado por encima, pero liviana como una pluma. Casi me asusté al ver mi reflejo, no me reconocí. Tenía la cara de una muñeca de porcelana y el cabello tan suave como el algodón y tan brillante como piedras preciosas.

—Traigan el vestido, por favor —les dije a las tres mujeres que aún se hallaban dentro de la gran habitación.

—Sí, su majestad —respondieron las tres al unísono haciendo una reverencia y saliendo del salón.

Aproveché el tiempo para quitarme la bata que llevaba encima. No era necesario que me duchara porque ya había tomado cinco baños con aguas aromatizantes. Me puse la ropa interior mientras observaba lo pálida que se veía mi piel. El lunar en mi muslo derecho había desaparecido, no sabía que pensar al respecto. Ese lunar lo compartía con Alek, él tenía uno igual en el muslo izquierdo. Ahora me preguntaba en qué momento quitaron el lunar y como hicieron para que no me doliera ni dejara cicatriz.

Tocaron la puerta.

—¿Sí? —dije poniéndome una camiseta enorme encima de la ropa interior.

—Traemos el vestido, mi señora.

—Adelante.

Las tres mujeres entraron rodando el maniquí hecho con las medidas exactas de mi cuerpo. Si ese maniquí blanco tuviera mi cabeza, podría hacerse pasar por mí. La prenda que vestía el maniquí era increíblemente hermosa. Un vestido blanco con las mangas traslúcidas y una falda muy pomposa. Tenía pequeños diamantes alrededor del cuello y a la altura de la cintura, formando un cinturón y un collar muy bonitos. Me puse el vestido con ayuda de las sirvientas que me ayudaron a no destrozarlo y luego venía la parte complicada. Los zapatos.

La nación de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora