Mamá

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               No sé porque, pero siempre me sentí atraída por la famosa Casa de los Conejos. Más de una vez les he pedido a mis padres visitarla, pero por nunca me lo permiten. Cuando les preguntaba por la razón se enfadaban o simplemente cambiaban de tema. Sé que durante la época de lo ocurrido estaban relacionados con los militares, pero me parece absurdo que solo por eso sean tan estrictos respecto al tema.

               Hoy es 12 de agosto, como todos los años siento, por algún motivo, una especial necesidad por visitar la casa. Esta vez ya no puedo soportarlo, les digo a mis padres que voy a casa de una amiga para hacer un trabajo del colegio. Cuando llego todo me parece extrañamente familiar, es decir, sí, leí sobre lo que pasó y vi fotos del lugar, pero aún así, no lo sé, es extraño. Veo los carteles en los que se conmemora a las víctimas y siento una profunda tristeza, por ellos, por sus familias y por la niña, aquella bebé a la que sin que supiera porque la separaron de sus padres, la que sin saberlo desconoce su historia, quienes fueron sus padres, incluso su verdadero nombre, Dios, es posible que ni siquiera llegué a saberlo. Al pensar en esto las lagrimas empiezan a recorrer mis mejillas. Decido recorrer la caza para despejarme, finalmente me encuentro con la bañera, aquella que, según se dice utilizó Diana para proteger a la niña cuando empezó el tiroteo. No puedo evitar imaginármela, desesperada, ya sin importarle lo que le pasará, pues sabía que moriría, pero usando sus últimos momentos para proteger a su querida hija mientras rogaba que los militares al menos se apiadaran de ella, que vieran a una pobre criatura inocente y comprendieran que no había razón para matarla y le concedieran la oportunidad de vivir, quizás incluso una buena vida, ¿Cuáles serían sus últimas palabras? Porque de seguro fueron para ella ¿Habría intentado calmarla, le desearía lo mejor? Ya no aguanto más y caigo de rodillas, cubriéndome la cara mientras lloro desconsoladamente, realmente no creí que esto me fuera a afectar tanto.

               Tras unos minutos llorando siento algo cálido en mi pierna, así que me seco las lagrimas para ver de que se trata. Un conejo, uno rubio y con unos ojos de color miel como no había visto nunca. Parece sonreírme, y aunque parezca estúpido, siento como si me hubiera estado esperando. Se acurruca en mis piernas y a pesar de que no dejé de llorar sonrió y lo tomo entre mis brazos, lo abrazo y me corresponde con pequeños besos. Es entonces que lo comprendo y susurro entre sollozos "Mamá".

ReencuentroWhere stories live. Discover now