Los hijos de nadie.

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La vida en los suburbios no era fácil; si bien las áreas costeras eran extensas, en su mayoría los campos pertenecían a familias adineradas. Los bienes eran heredados de generación en generación y como siempre, las riquezas se acumulaban en los pudientes.

Las zonas aledaneas del partido costero estaban destinadas a las personas de condiciones económicas bajas. Peones de campo, amas de casa, marineros, comerciantes, pero también, ladrones, borrachos y malvivientes. Sin embargo, se respiraba cierta armonía en el lugar, ya que las familias, en su mayoría numerosas, se aliaban como podían para salir adelante.

El camino principal de ese barrio era usado por los comerciantes. En esos puestitos precarios podías encontrar todo tipo de materiales. Ropa de segunda mano, frutas y verduras, dulces caseros, comidas, como torta fritas, empanadas, tortillas de harina, churros y mermeladas a precios bajísimos. Era un ambiente reconfortante, ya que predominaban las mujeres de hogares humildes, que salían a trabajar para mantener a sus hijos. Viudas, madres solteras y jóvenes con ilusiones de ascender socialmente. Todas olvidadas por la sociedad.

Si caminabas unos metros más, entre el barro y casas precarias, encontrabas hombres de oficios. Carpinteros, herreros, cigarreros y barberos. Y un poco más atrás, para completar el panorama, estaban los carniceros.

En una de esas casitas desvensijadas vivía Enzo. Ese domingo tenía el día libre, se había levantado temprano. No porque no estuviera cansado, sino que los llantos de su hermano menor de apenas dos años, lo obligaron a abandonar la cama que compartían con sus otros dos hermanos. Tuvo que hacerle upa y palmearle la espalda hasta que recuperó el sueño y después de eso comenzó con su día.

Abandonó la cama y le dio un vistazo a la cama de sus cuatro hermanas, quienes dormían pacíficamente con su madre en el medio. Las apreció en silencio, acercándose para cederles su manta. Las cubrió, percibiendo como sus cuerpos tensos por el frío se relajaron un poco.

Antes de salir de habitación besó la frente de su madre. Parecía tan tranquila, tan feliz, mientras dormía. El corazón se le encogió.

En el otro ambiente de su casa se encontró con sus dos hermanos mayores preparándose para su trabajo. Uno era pintor y el otro albañil.

Enzo encontró su ropa doblada sobre una silla y se vistió. La puerta principal chilló cuando sus hermanos se marcharon. Entonces, él tomó del perchero su largo abrigo negro y se lo puso. Por último, su boina, y también dejó la casa.

Caminó entre el barro, acercándose a la pequeña casa de enfrente. El puestito ya estaba organizado, una perra de pelaje negro, bastante grande, lo custodiaba, acostada a un lado. Pero movió la cola y mostró la panza cuando vio al niño acercarse con la mano extendida, quien no dudó un segundo al agacharse para acariciarla.

—¡Eh, mirá quién se acordó de lo' pobre'!

Enzo no tuvo que correr la mirada del animal para reconocer esa voz. Negando, se levantó del suelo para encontrarse cara a cara con un joven de unos dieciséis años, de nariz un tanto ancha y una sonrisa ladina. Fumaba un cigarrillo que compartía con otro muchacho de su misma edad. El otro era moreno, de estatura promedio y tenía cara de pocos amigos.

—¿El patrón te dio el día? —Habló éste último. Parecía una pregunta inofensiva, pero el resentimiento era palpable.

—Sí, vine por eso —Aceptó el cigarrillo a medio terminar que le ofrecieron y tras dar una calada, continuó hablando. —El hijo del patrón me invitó a jugá' a la pelota hoy, ¿quieren venir?

Dio otra calada más y aplastó la colilla con la suela del zapato cuando lo tiró al barro.

—Bueno —Aceptó uno.

—Ah, no me diga' que ahora so' de eso' chupamedias. Te gustó la suela del patrón, ¿eh?

—¿Qué? —El más chico alzó la cabeza, entre sorprendido y horrorizado por lo que su amigo le estaba diciendo.

—Que te encanta ser la ma'cotita de esos hijos de puta —Se rió, aunque fue más una mueca de disgusto. —Ya te dije cómo son las cosa'...

—No, no me dijite. A ve', ¿cómo son?

—No sé, pero si a vo' te gusta mezclarte con eso' blancos de mierda para chuparles el culo nomá' porque les hacé' gracia... — Encogió los hombros. —Pero nosotro' conocemos nuestro lugar.

Enzo fue el primero en atacar. Su puño apretado de frente, fue a parar directo en la boca del muchacho. A pesar de la diferencia de altura y contextura, el más grande casi pierde el equilibrio. Pero se recobró rápidamente y contraatacó con un puñetazo en el ojo. Fue entonces cuando la pelea se desorganizó y ambos terminaron en el barro. Los puñetazos iban y venían, al igual que tirones de pelo y demás. La perra ladraba, atenta a los movimientos.

El otro joven estaba perplejo, pero no tardó en correr hacia su casa. -¡Emiliano!¡Emiliano!- Exclamaba. En menos de dos segundos, un hombre salió. Era muy alto, medía casi dos metros, pero era muy joven. Parecía rondar los veinte años. Sus ojos castaños, furiosos, se clavaron en el par que luchaba.

—¡Che! —Vociferó, saliendo para agarrar de la camisa a su primo. La pelea terminó al instante. —Qué hijos de puta, entre hermanos no se pelea.

—Este negro piojoso no es mi hermano.

—Callate, Lautaro —Dijo el más alto, mientras ayudaba al menor a ponerse de pie.

Los dos estaban llenos de barro y de un poco de sangre, también.

—¿Estás bien, Enzito? —Preguntó entonces el tipo, ignorando deliberadamente a su primo menor, limpiándole algunas manchas de barro de la cara. Tenía el labio partido y un pómulo muy rojo, inflamado.

—Sí, estoy bien —Contestó, tajante. Lo cierto es que no lo estaba para nada, de repente sentía unas ganas terribles de llorar.

—Pasá a casa, te voy a lavar la ropa, no quiero molestar a tu mamá —Continuó, regalándole una sonrisa. —Voy a calentar agua para la bañera, así te podés limpiar.

Enzo asintió y entró a la casita, esperó al hombre a unos pasos de la puerta.

El alto se acercó a sus dos primos, apretando los dientes.

—Ustedes dos se quedan acá y atienden a la gente —Señaló al que estaba lleno de barro. —Vos, no te entiendo, son las ocho de la mañana y ya estás peleando. ¡Con Enzito, además!

Y entró a la casa, cerrando la puerta.

•••

Eran ya las doce del mediodía y ni rastros de Enzo. Julián pensó que quizá hubo un error a la hora de ponerse de acuerdo, pero recordaba que fueron muy claros al fijar un horario para el juego de ese día.

Con Enzo estuvieron hablando de eso casi tres semanas. Jugaron a la pelota dos o tres veces entre ellos y después otra vez con sus tres amigos de la escuela, pero ese día sería el partido definitivo, ya que el moreno le había dicho que llevaría a dos amigos suyos.

Esperó junto a sus cuatro amigos una hora más y después decidieron empezar, al menos jugarían entre ellos. Pero la decepción era notable, aún más en los rostros de Julián y Juan. A éste último le había caído muy bien Enzo.

El juego comenzó.

Penas y Alegrías - Enzo x Julián.Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang