1-Anderson

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Eran las 8:40 a.m, una Amy desorientada se despertó al son del insistente timbre de la casa.

Alguien llamaba a la puerta con urgencia, y sus compañeros de casa ya no estaban; todos habían partido hacia la universidad. Pretender seguir durmiendo no era una opción.

Descendió con su pijama, descalza, irritada por la interrupción de su sueño y, simultáneamente, temerosa de quién podría ser a esa hora.

Abrió la puerta de un tirón y se golpeó la rodilla, un accidente típico en sus momentos de distracción.

—Ah... —murmuró para sí, acariciando la zona afectada, sin percatarse de que el hombre al otro lado de la reja lo observaba todo.

—¿Estás bien? —preguntó él, con una preocupación fingida.

—Sí, no fue nada, con suerte no me saldrá un moretón —respondió ella con una sonrisa, levantando la vista para mirarlo.

—Eso es bueno, yo no tuve tanta suerte —comentó él, señalando su ojo morado—. Una pandilla de mexicanos se metió conmigo por andar de noche, supongo que no les agradó mi apariencia.

—A... —A Amy le resultó extraño; no creía que la gente agrediera sin más —¿Y en qué puedo ayudarte?

—Mi nombre es Kai Anderson, estoy promocionando mi candidatura para el barrio, buscando liberar el caos y lograr un cambio —declaró él, sonriendo con orgullo.

—Bueno, no estoy muy involucrada en política, pero estaré atenta a las noticias y tus propuestas —contestó amablemente, aunque en realidad solo deseaba volver a la cama. Le pareció curioso que ese joven hiciera campaña de puerta en puerta con un brazo roto y magulladuras; probablemente buscaba empatía entre los votantes. La política, pensó, es así de astuta y a veces sucia.

—Muchas gracias, ¿cuál es tu nombre? —preguntó Kai mientras sacaba su celular, esperando anotar la respuesta de la joven. La miró fijamente a los ojos, con una intensidad que solo él sabía usar para presionar.

—Amy White.

—¿Edad?

—22.

—¿Estudiante?

—Sí.

—¿Vives sola?

—No.

—¿Cuántos hombres?

—Dos.

—¿Y mujeres?

—Tres.

—¿Tres incluyéndote?

—Sí.

—¿Son familia?

—No.

—¿Amigos?

—Sí.

—¿Novio?

—No.

—¿Hijos?

—Tampoco.

—Bien —guardó el celular con todo anotado y la miró fijamente—. Muchas gracias por abrir la puerta, pocas personas lo hacen hoy en día, ya sabe, por seguridad, no se debe hablar con desconocidos... nos volveremos a ver —dijo sin esperar respuesta y se marchó.

Amy quedó paralizada por unos segundos en la puerta, sin entender qué había pasado y por qué había revelado tanto a un completo desconocido. Se preguntó si la presión que sintió fue real o imaginaria.

Cerró la puerta y subió las escaleras, reflexionando sobre lo fácil que había sido para él obtener esa información. Si hubiera sido Ted Bundy, pensó, ya estaría muerta.

Con esos pensamientos rondando su mente, se dio cuenta de que no podría volver a dormir, así que decidió alistarse para ir a trabajar.

Después de unas horas, dejó de pensar en Kai. Al fin y al cabo, ¿qué mal podría ocurrir?

 Al fin y al cabo, ¿qué mal podría ocurrir?

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Nuestra Rota Historia (Kai Anderson/ Kyle Spencer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora