8-Payasos

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La noche había caído con un manto de silencio sobre la ciudad, y en la penumbra de la biblioteca, Amy se había rendido al sueño, abrazada por montañas de libros y papeles que prometían ser la clave de su tesis. Había prometido a Kyle que estaría en casa para las 21.00, y aunque él solía concederle una hora de margen, dos horas de ausencia eran un abismo demasiado profundo. La preocupación lo consumía, así que decidió salir a su encuentro.

Pedaleando su bicicleta a través de las calles somnolientas, cuatro cuadras más allá del refugio de conocimiento, Kyle avistó una figura desplomada en el asfalto. Un presentimiento helado le recorrió la espina dorsal; su corazón le susurraba que era ella, y su corazón no mentía.

Allí yacía Amy, inconsciente, con un niño de cabellos dorados como centinela, intentando en vano despertarla. Más adelante, un camión se cernía como un presagio oscuro, y alrededor de él, cinco siluetas con máscaras de payaso se agitaban en un frenesí de escape. Uno de ellos, el último en abandonar la escena, se detuvo y, con un gesto, envió el vehículo a la noche, quedándose atrás, solo. En su mano derecha, un cuchillo brillaba con promesas de violencia, pero Amy estaba intacta.

Kyle comprendió entonces que ella había sido testigo de un acto atroz.

Dejó a Amy en el suelo, su corazón latiendo con furia contenida, y se aproximó al payaso de tres caras. El tiempo pareció detenerse mientras sus miradas se entrelazaban en un duelo silencioso, cada uno desafiando al otro con la sola fuerza de sus ojos. Kyle estaba listo para avanzar, pero una voz lo detuvo.

—Kyle? No, es peligroso, han asesinado a los que vivían ahí —la voz de Amy era un susurro dolorido, mientras luchaba por reincorporarse, la cabeza palpitante.

—Sí, y con la sangre dibujaron una cara —agregó el niño, su voz un eco de la oscuridad que los rodeaba.

En el crepúsculo de la confusión, Amy marcaba el número de emergencia, su voz temblorosa rompiendo el silencio

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En el crepúsculo de la confusión, Amy marcaba el número de emergencia, su voz temblorosa rompiendo el silencio. El desconocido, consciente de su acción, huyó hacia la espesura de los matorrales y se esfumó en la oscuridad.

—Listo, ya vienen —anunció el pequeño, ofreciendo su mano a Amy para ayudarla a ponerse de pie, mientras Kyle se aproximaba con paso firme.

La policía llegó minutos después, dispersando a los tres testigos para escuchar sus relatos individuales.

—Dígame, jovencita, ¿qué sucedió exactamente? ¿Dónde estaba usted a las 22.00? —inquirió un policía de cabello plateado, su mirada inquisitiva.

—A esa hora, me encontraba en la universidad. Me quedé dormida en la biblioteca. Al despertar, eran las 22.34; lo sé porque miré mi teléfono. Caminando de regreso, me crucé con Winter, una amiga, y un niño. Estaban cruzando la calle cuando un camión de helados captó mi atención. Llamé a Winter para saludarla, y el pequeño se dirigió a una casa frente a nosotros para mirar por una ventana. Mi amiga le instaba a irse, pero yo los seguí y... y vi a cinco personas con máscaras de payaso. Eran horribles. Degollaron a los habitantes de esa casa. El pequeño corrió cuando uno de ellos lo vio. Me sentí mal, el mundo giraba bajo mis pies. Ver cómo le quitan la vida a alguien... de nuevo, no es algo que se pueda soportar fácilmente.

—¿De nuevo? —el policía frunció el ceño.

—Sí, estuve en un tiroteo hace tiempo. Desde entonces, cualquier acto violento me provoca ataques de pánico —confesó Amy, su voz apenas un hilo.

—Entiendo. Entonces, ¿se desmayó y llegó su amigo Kyle?

—Sí... —Amy se detuvo, una duda naciendo en su mente. El policía solo había hablado con ella desde su llegada. ¿Cómo sabía el nombre de Kyle? ¿Se lo habrían comunicado por radio?

—Disculpe, ¿cómo conoce a mi amigo? ¿Por qué sabe su nombre? —preguntó con firmeza, la paranoia naciendo de la tragedia que acababa de presenciar.

—Estoy a cargo de la investigación. Sé todo de todos —respondió el policía con un tono que no admitía réplica y se alejó.

Dos mujeres llegaron corriendo, buscando al niño con desesperación. Parecían ser sus madres, y Winter les explicaba la situación.

Amy comprendió que su amiga era la niñera del pequeño. Se acercó para hablar con ella.

—Winter, ¿podemos hablar?

—Claro, vamos —respondió Winter, alejándose del caos.

—¿Sabes quiénes eran las víctimas?

—No —respondió Winter con frialdad—. Pero tú, ¿qué hacías aquí? Sales de la universidad a las 21.00. No deberías estar aquí.

—Me quedé dormida, pero eso no es lo importante ahora. Gente ha muerto, asesinada por un grupo de enmascarados. Es terrible, ¿no te parece?

—Sí, ¿estás bien? Ese amigo tuyo... se comportó como un héroe, enfrentándose al payaso. Es guapo, ¿cómo se llama?

—Kyle, es como mi hermano. Seguramente se preocupó al ver que no llegaba a casa —respondió Amy, un destello de orgullo en su voz.

—Kyle, ¿cómo se conocieron? —Winter indagó, buscando información que pudiera calmar a su hermano. Amy no debía estar en ese lugar, y eso era responsabilidad de Winter.

—Nos conocimos en la universidad. Él estudia ingeniería. Un día lo encontré llorando en una banca. Como estudiante de psicología, me preocupé por él. Necesitaba ayuda para dejar su hogar; su madre... no era buena con él. Así que lo apoyé, y se mudó a una habitación. Ahora vive con nosotros, compartimos habitación.

—¿Diferentes camas? —interrumpió Winter.

—Obviamente. Se quedará unos días, hasta que encuentre otro lugar. Aunque, por mí, podría quedarse para siempre. Pero a él le gusta su independencia.

—Eso servirá —murmuró Winter, aunque Amy prefirió ignorar el comentario.

Kyle le hizo señas a Amy, y juntos se dirigieron a casa, dejando atrás a Winter, quien permanecía con la familia del pequeño, envuelta en sus propios pensamientos.

Kyle le hizo señas a Amy, y juntos se dirigieron a casa, dejando atrás a Winter, quien permanecía con la familia del pequeño, envuelta en sus propios pensamientos

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Nuestra Rota Historia (Kai Anderson/ Kyle Spencer)Where stories live. Discover now