11- Padres

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La casa de Kai, con su fachada de normalidad, ocultaba un aroma peculiar que se adhería al ambiente como un presagio.

—Ven, sígueme al sótano —dijo Kai, tomando la mano de Amy con una familiaridad que borraba las distancias.

Descendieron por las escaleras hacia un sótano que se extendía como un reino subterráneo, donde la vida parecía haber echado raíces en la penumbra.

—¿Duermes aquí? —preguntó Amy, su voz teñida de sorpresa.

—Sí, es mi refugio. Arriba duermen Winter y mis padres. Siéntate, volveré en un momento —le dejó un beso en la mejilla y desapareció.

Amy se hundió en un sofá café, cuyo confort se debatía entre el pasado y el presente. La habitación era un museo de décadas pasadas, cada objeto un testigo silencioso de los años. Pero fue la mesa redonda, con su lámpara solitaria, la que capturó su atención, evocando imágenes de interrogatorios cinematográficos y juegos secretos entre Kai y Winter.

Imitando a Kai, se sentó y dijo en voz alta:

—¿Cuál es tu sueño?

Su risa se perdió en el eco del sótano, ignorante de la mirada de Kai a través de las cámaras ocultas.

Mientras tanto, la preocupación por Kyle teñía sus pensamientos; su silencio digital era un abismo de incertidumbre. El accidente, la sombra del abuso, y la protección maternal que era más cárcel que refugio, todo se entrelazaba en un nudo en su mente.

Kai regresó, la piel al descubierto, la informalidad de su atuendo un contraste con la gravedad de sus pensamientos.

—Perdón, no encontré qué ponerme —se disculpó, mientras se vestía con una blusa negra.

Amy, respetando su espacio, desvió la mirada, una cortesía que Kai interpretó como un juego de conocimiento mutuo.

—¿Quieres jugar? Esta vez puedes preguntarme lo que quieras —propuso Kai, su pulgar erguido como un desafío.

La curiosidad de Amy se encendió, pero optó por lo elemental: la familia.

—¿Tienes más hermanos además de Winter?

—Sí, un hermano mayor. Es psiquiatra, el único brillante según la familia.

—Pero tú también lo eres —intentó animarlo Amy, buscando en él la luz que otros no veían.

—Mi padre no lo creía así. Me consideraba un vago, y mi madre... ella nunca pudo contradecirlo —Kai reveló, su voz un reflejo de las sombras de su pasado.

Amy percibió la verdad detrás de sus palabras: un padre que vertía su ira y frustración sobre su familia.

—Ven, acompáñame —dijo Kai, guiándola al segundo piso, donde se detuvieron ante una puerta adornada con una flor, el umbral de otro capítulo aún por revelarse.

-Antes de cruzar el umbral, permíteme desvelarte el resto. Un día, mi madre, exhausta de los ultrajes, le disparó. Al ascender, lo hallé exhalando su último aliento, mientras ella, con el cañón en su sien, no dudó. Intenté interceder, mas su dedo fue más ágil que mi súplica. Mi hermano, por su renombre, acordamos dejarlos yacer aquí.

Al abrir la puerta, la joven contempló a la pareja en la cama, reducidos a osamentas, descomponiéndose aún. Comprendió que aquel hedor que impregna la casa emanaba de ese cuarto.

Cualquiera habría huido espantado, pero ella permaneció impávida. Kai había preparado su espíritu, y ella, lejos de horrorizarse, se compadeció de él, entendiendo sus motivos, incluso llegando a considerar justas sus acciones.
Entraron y observó que los restos de la madre vestían la blusa que Winter había adquirido, adornando su eterno descanso.

Kai se recluyó en un rincón del lecho.
—Espero que esto no te distancie de mí —murmuró, la mirada gacha.
Amy, movida por un impulso protector, se aproximó y tomó asiento junto a él.
—Al contrario, agradezco que compartas tu relato y confíes en mí para revelar este secreto; es de gran valor para mí —lo abrazó, pero Kai, en un gesto de separación, posó sus manos sobre su rostro y la besó.
Para Amy, la presencia de los cadáveres era una incomodidad palpable, pero tras unos instantes, su importancia se desvaneció.
Para Kai, aquel era el escenario idóneo, todo marchaba según lo planeado, y la certeza llegó cuando ella correspondió su beso.
—Amy, no me abandones, no puedo concretar mis planes sin ti, te necesito —susurró, rozando apenas sus labios.

—No te dejaré, estaré a tu lado siempre, lo prometo —Amy selló la promesa, ignorante del peso de sus palabras. De ahora en adelante, su voluntad se alinearía con la de Kai, quien gradualmente le revelaría su verdadera esencia, la iniciaría en el culto y, juntos, engendraron a un mesías.

—Te amo, Amy —profesó él.

Y allí, en la penumbra de aquel santuario de secretos y promesas, el silencio se tornó cómplice de un futuro incierto. La brisa nocturna, colándose por la ventana entreabierta, parecía susurrar preguntas sin respuesta, dejando en el aire un final abierto, un destino aún por escribir.

Nuestra Rota Historia (Kai Anderson/ Kyle Spencer)Where stories live. Discover now