Tragedia en el siglo XVIII.

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Tomoeda, a pesar de lo modesto de sus dimensiones en comparación a otros feudos, cubría un terreno importante, con la villa, el templo, los terrenos de cultivo y de pastoreo como zonas principales, así como un complejo sistema hidrológico y lacustre, e incluso una pequeña salida al mar con puerto en el punto más distante, lo que lo convertía en un lugar repleto de recursos y riqueza, que se dedicaba a la pesca, la agricultura y la ganadería, e incluso la forja y hasta un poco de minería.

Había tomado toda la mañana hacer el recorrido alrededor de todo el feudo, los últimos puntos habían sido el puesto de control del puerto, el de las fraguas, y finalmente el de la entrada de la villa. Un derrotero kilométrico, agotador aún cuando había sido hecho a caballo.

En ese último lugar, Kurogane e Issa finalmente descendieron de las monturas, dejaron a los animales en el abrevadero, y aprovecharon para lavar sus manos y rostros. Tomaron asiento a un costado del camino, desde donde era apreciable el sendero descendente que se convertía en la calle principal del pueblo.

Un soldado del puesto de control se acercó y sirvió té para ambos hombres, mismos que respondieron con un agradecimiento y sorbieron sus bebidas, en la contemplación del poblado a la distancia. El verano pintaba de colores vivos y verdor inigualable aquella villa, tan modesta y discreta, pero a la vez, repleta de belleza.

—Preferiría que sus hombres sólo se dedicaran a apoyarnos y no a estarnos vigilando, general —comenzó Kurogane, para romper un silencio de varios minutos.

Issa dio un nuevo sorbo a su té. Dejó correr una pausa dramática, y finalmente comenzó a hablar, sin retirar sus ojos del paisaje:

—Siempre he sentido curiosidad por los modos de usted y su familia, sus peticiones siempre han sido raras, y parecen sinsentidos en un principio. Recuerdo que su padre también era un misterio, al menos para mí, nunca pude sacar en claro que había en su mente, y ni hablar de su madre.

Su relación era más de corte diplomático, no podían ser considerados "amigos", aun cuando Kurogane padre e Issa sí lo habían sido durante sus años de servicio al Imperio, periodo en que los Ou ofrecieron sus espadas, y habían estado bajo las órdenes de aquel general en aras de la pacificación de la región.

La diferencia de edades era sin lugar a dudas un factor, Kurogane estaba en sus dieciséis, mientras que Issa estaba a poco de ir por su quinta década, lo que para los estándares de la época, era poco menos que la senectud.

Aquel viejo se había hecho soldado a sus quince, gracias a sus talentos en la lanza y la estrategia, fue ascendiendo rápidamente de rango, y llevaba siendo Rikugunshokan más tiempo del que Kurogane tenía de vida (1).

A su vez, Kurogane Ou padre había sido enviado en su adolescencia a Edo, a servir a los ejércitos del Imperio, fue en ese periodo que militó bajo el mando de Issa, donde forjaron una sólida amistad, con base en el trabajo, la disciplina y la lealtad. El general hizo carrera militar, y estaba a nada del retiro, mientras que Ou volvió a casa como héroe, se enamoró y fundó una familia con la sacerdotisa Sayaka, del templo Tsukimine de Tomoeda.

La actual cabeza del clan Ou, Kurogane Ou hijo, resultado del amor de los antes mencionados, sorprendía por su liderazgo natural. Ya en su niñez era un gran espadachín, también era un ávido devorador de libros, en especial de historia y poesía, y a pesar de su apariencia huraña, introvertida y dominante, en sus capas más profundas era empático, adoraba el romanticismo y le demandaba mucha fuerza de voluntad ocultar su espíritu hedonista. A pesar de la cuna y la posición económica, no tuvo precisamente una infancia sencilla: Sus responsabilidades ya eran aplastantes para cuando cumplió los diez, misma época en que su madre contrajo tuberculosis, la que lenta, pero inevitablemente, iba debilitándola.

Gesta De La Hechicera y el Gaijin (2da ED)Where stories live. Discover now