Quereme

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En ocasiones, la vida no era tal cual uno la planeaba, y eso era una de las cosas más tristes de todas.

Cuando tenía siente años, Kuroo se enamoró del volley, y siempre soñó con dedicarse a ello, no como profesional, sino más bien como algo importante. Él quería ser algo fundamental para el volley japonés, y haría todo para conseguirlo.

Claro que no todo es un cuento de hadas; no fue lo suficientemente bueno para el trabajo que quería y se tuvo que conformar con uno mediocre en el cual no lo valoraban. Pero aún así se esforzaba, todo para satisfacer a otros, porque tal vez así lo verían y le darían algo mejor, notarían que es apto para cualquier otro trabajo.

Pero nunca lo hicieron.

Su relación con Kenma era, en estos momentos, complicada. Se habían casado cuando cumplieron veinticinco, y ahora, dos años después, la vida no era como la vida de casados de los padres de Kenma. Se parecía cada vez más a la de Kuroo, una en donde la comunicación faltaba y todos eran infelices hasta que uno de los dos no aguantaría más, como su madre lo hizo cuando se fue junto a su hermana, a quien le lavó el cerebro para que pensara lo que ella quisiera de su padre, sin decirle a dónde.

No quería eso para ellos, porque pese a todo el sufrimiento, aún lo amaba como a nadie, y sabía que Kenma lo hacía con él.

Antes, cada que volvía de su nuevo trabajo, uno en el que en ese entonces no sabía lo horrible que después sería, traía un ramo de margaritas para su esposo, sus favoritas. Ahora, cuando regresaba, recogía flores que se caían de los árboles en su camino a casa, pues ya no podía pagar unas nuevas.

Ya no estaban en la mejor situación económica posible. La empresa de Kenma (que recién se estaba formando) estaba en un punto de crisis por los bajos ingresos y había entrado en un pozo se tristeza muy fuerte que habían cambiado su personalidad totalmente. Había dejado su canal de Stream por un tiempo y eso hacía reducido los ingresos todavía más, sumando la mala paga que Kuroo tenía por su trabajo. Debieron vender muchas cosas de la colección de Kenma, básicamente todo, pero aún así la situación no mejoraba.

Día a día Tetsuro se esforzaba para hacer un trabajo impecable, pero seguian si ver su esfuerzo, incluso después de explicar su situación económica a sus jefes. Nunca lo ascendieron, nunca le subieron el sueldo, nunca lo vieron para algo mejor. Incluso le descontaron la mitad de enero. Y Kuroo seguía sin entender el porqué. Quizá su personalidad, tal vez su sexualidad, o posiblemente su destino.

O puede ser porque su trabajo, literalmente, era una mierda. Sus compañeros tampoco eran felices y no tenían mejor sueldo que el suyo, su ambiente laboral era un asco, las ventanas estaban sucias, los pisos rotos y a veces las impresoras se prendían fuego por si solas. No entendía el porqué de todo esto. No entendía el porqué su destino era así.

Pero aún así se queda, porque a lo mejor todo lo raro que sentía por su toque, generado por su inseguridad de no ser suficiente, pueda ser cambiado si hablaba, si con alzar su voz todo pueda ser mejor, pueda cambiar algo en todo eso.

Y cada que volvía a su casa, se sentaba en la silla vieja de madera de la sala, observando los tristes ojos de su esposo, mezclándose de ellos y buscando cualquier para versión de Kenma que antes vió, tratando de despertarla. Pero ya no le encuentra forma y una noche se cansa y le suplica por primera vez en todo ese tiempo.

—Quereme, por favor —suplica y Kenma no entiende qué quiere decir, así que se lo explica—. Te creo que me queres, en serio, y sé que todo es complicado ahora, que la vida no es como era antes. Pero quiero que, hasta que llegue a donde lo planeo, me quieras. Por más que nos cueste, quereme.

Lloraron abrazos esa noche e hicieron el amor que hace meses no lo hacían.

Pero, como había dicho, las cosas no cambiaban de un día para otro.

A veces la vida se sentía como una lotería, una que ellos nunca pudieron ganar. Y se estaba tornando raro seguir en caída para Kuroo, a su vez que continuar planeando cómo subir de una vez, sintiendo que todo lo que hacía era absurdo y hasta autosaboteado.

Cuando su mente trabajaba tratando de buscar una salida, observaba el cielo, parecía estar siempre igual, gris y oscuro, como si los colores de la vida hayan desaparecido hace mucho y que el hermoso amanecer que a veces veía en sus noches de desvelo ya no aparecía más. Y el interminable sacrificio que hacía día a día parecía más difícil y sus esfuerzos se desvanecian con facilidad como si no fueran nada.

Era como retroceder tres pasos y avanzar uno. Se sentía crecer, de verdad, pero que cada vez que lo hacía se desvanecía más rápido. Era inútil, aunque él no lo viera de esa forma, sí que lo era. Él seguía viendo lo que en verdad merecía por todo lo que hacía sin que a nadie le agrade. Seguía sin entender.

Al volver a su hogar, trató de buscar simpatía en los ojos de su amor, pero Kenma no estaba bien, en especial ese día. En lugar de unos ojos ámbar cada vez un poco más cálidos, Kuroo se encontró con esa mirada gélida hacia él. Parecía que había entendido que Tetsuro jamás lograría lo que se proponía, como si hubiera perdido la fe en él. Eso fue lo peor que le pasó.

Al acostarse, Kuroo se mantuvo despierto, reeplanteandose todo lo que había hecho, todo por nada. ¿Qué quería probar en primer lugar? ¿Persevera y triunfarás? ¿La injusticia de la vida? No tenía sentido, tratar de vencer al sistema así no era la solución, pues jamás lo voltearian a ver, nunca lo reconocerían y mucho menos no lo ascenderian.

Kuroo entendió, por fin, con la llegada de un amanecer un poco distinto, que la vida era una horrible arena movediza, y que todos los que la estaban pisado eran prisioneros de ella, que a su merced los hundía a todos hasta que llegase el fin. No tenía piedad y era difícil escapar.

Pero no imposible.

Renunció a su trabajo al día siguiente. Por primera vez le prometieron cosas que nunca le ofrecieron, pero Kuroo ya estaba cansado de la hipocresía de la gente.

Pasaron un par de semanas pero pudo conseguir un empleo, como entrenador de una pequeña escuela en el centro de la ciudad y todo pareció estar mejor. El negocio de Kenma iba mejorando, su psicólogo lo había dado de alta y parecía cada vez más el mismo de antes, el Kenma del que Kuroo se enamoró perdidamente.

Pudo volver a comprarle flores, margaritas, sus favoritas, para regalarle cada que volvía a su casa. Todo estaba bien por fin, pero aún así, en lugar de un saludo, buscó algo mejor que decirle.

—Quereme, por favor —Kenma lo mira extrañado y frunce el ceño. Kuroo ríe porque se ve hermoso—. Te creo, en serio, que me queres, pero quiero que lo sigas haciendo porque gracias a eso llegué a ser alguien mejor que antes. Te suplico que, aunque nos vuelva a costar como antes, me quieras.

Kenma sonrió y asintió, dándole un pequeño beso en los labios.

Todo lo raro que antes sentía dentro suyo, con un tiempo, cambió gracias a que tuvo el valor de hablar para por fin irse del lugar que le hacía mal. Ya no se sentía confundido por el tiempo que pasaba allí, exigiéndose de más hasta que ya no reconocía el sol a lo lejos. Y aunque seguía buscando en los ojos de su esposo por cualquier otra versión de lo que él pudo haber sido, no encuentra nada, porque está bien. Ahora entiende todo.

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⏰ Son güncelleme: Jan 24, 2023 ⏰

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