Sueños y deseos

42 11 0
                                    

Disclaimer: Los personajes y la historia no me pertenecen. La historia es de TouchofPixieDust y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.

24 de marzo

En su cabeza flotaron imágenes de Sango, Miroku, Shippo e Inuyasha. La estaban llamando con las manos extendidas para que se uniera a ellos. Estaban sonriendo y riendo. Uno por uno, desaparecieron en la niebla.

—¿Hola? —llamó—. ¿Inuyasha? ¿Sango? ¿Hola?

Sin respuesta.

—¿Miroku? ¿Shippo? ¿Hay alguien ahí? ¡INUYASHA!

—¿Kagome? —Una voz suave rompió el silencio ensordecedor.

Kagome se giró rápidamente para ver quién había pronunciado su nombre. Apenas podía distinguir una silueta en la distancia.

—¿Kikyo?

—Sí. Debemos de estar soñando otra vez. Extraño... después de todo este tiempo.

Kagome le sonrió a la chica que caminaba hacia ella y corrió para reunirse con ella. Era un gran alivio encontrar a alguien en la niebla. Alguien que no fuera un demonio, o un asesino o una malvada muñeca poseída, como a veces veía en algunas de sus más extrañas pesadillas.

—Sí, ha pasado un tiempo desde que nos vimos en sueños.

Kikyo sonrió cálidamente.

—Encontramos el espejo —le contó Kagome.

La sonrisa de Kikyo desapareció.

—¿Oh? ¿Sí?

—Pero está algo... roto...

—Roto...

Las chicas se miraron fijamente en silencio. La niebla revoloteó a su alrededor mientras permanecían de pie. La niebla se aclaró lentamente. Estaban en una zona boscosa, muy parecida a las zonas donde Kagome y sus amigos acampaban. Pero su cama de mantas rosas y su gran alfombra de margaritas estaban en medio del claro. Era una mezcla de los mundos.

Kikyo se sentó cuidadosamente a los pies de la cama, preparándose para una caída por si acaso era una ilusión. Como Kikyo no cayó, Kagome aprovechó la oportunidad y se sentó en la cabecera de la cama con los pies debajo de ella y encarando a la chica que podría ser su gemela.

—¿Y qué hacemos ahora? —No le hacía necesariamente la pregunta a Kikyo y no esperaba realmente una respuesta.

—Creo... creo que, aunque no estuviera roto... aun así no seríamos capaces de usarlo...

Kagome miró a Kikyo con sorpresa. La chica no la estaba mirando, estaba con la mirada muy fija en la alfombra que tenía delante.

—¿Qué te hace decir eso? —preguntó Kagome.

Kikyo alzó los ojos para sostenerle la mirada a Kagome.

—Creo que la perla de Shikon estaba concediendo mi deseo. Había deseado mucho tener otra vida. Una vida en la que yo no fuera la guardiana de la joya. Una vida en donde pudiera ser una chica normal. Lo siento mucho, Kagome. —Se sorbió la nariz y recostó la cabeza en sus recogidas rodillas—. Es todo culpa mía. Creo que deseé tu vida y ese deseo fue concedido.

Kagome se acercó más a Kikyo y puso un brazo alrededor de su hombro. Suspiró.

—Entonces, también es culpa mía. —Recostó su cabeza en la de Kikyo—. Yo también deseaba una vida diferente. Creo que también pude haber deseado la tuya.

Se quedaron ahí sentadas, juntas. Sin llorar. Sin moverse. Simplemente sentadas, pensando en sus amigos, en sus vidas y en sus futuros. Encontrando consuelo la una en la otra.

—Bueno... ¿qué hacemos ahora? —preguntó Kagome en voz baja.

Kikyo abrió la boca para expresar su confusión, pero no fue su voz lo que hizo eco a través del bosque.

—Tengo las respuestas que buscáis.

Kagome y Kikyo saltaron de la cama rosa para encarar al desconocido de su sueño. El intruso les ponía un poco nerviosas (vale... las asustaba).

—¿Quién eres? —preguntó Kikyo dando un paso adelante.

Una figura apareció desde detrás de las sombras de los árboles. Era una mujer con el pelo largo y negro y oscuros ojos grises.

Kagome estaba impresionada. La mujer parecía una versión más mayor de ella... y de Kikyo. Se preguntó brevemente si la clonación tenía algo que ver, luego apartó ese pensamiento. El mundo de Kikyo era completamente diferente del suyo, así que la clonación era imposible. Empezó a preguntarse si simplemente eran la misma persona, pero en dimensiones diferentes, o a lo mejor en diferentes periodos de tiempo y eran reencarnaciones. Le empezó a doler la cabeza. Había demasiadas posibilidades y ninguna de ellas tenía ningún sentido lógico.

A lo mejor era solo magia.

—Soy Midoriko —se presentó la mujer—. Soy la sacerdotisa que creó la perla de Shikon.

Las dos jóvenes miraron a la sacerdotisa.

—¿Tú la creaste? —preguntaron al unísono.

—Sí. Solo alguien con corazón puro puede usar y proteger la perla. Concederá un deseo al protector. La perla estaba destinada para que la protegiera la sacerdotisa Kikyo. No sé cómo te encontró, miko Kagome. Pero lo hizo. Y te eligió. Concedió los deseos escondidos en ambos corazones. El deseo no puede deshacerse a menos que ambos corazones lo deseen de verdad.

Kagome y Kikyo se miraron.

Kikyo se dio cuenta de que sería injusto para ella continuar viviendo la vida a la que estaba destinada Kagome. Cerró los ojos y pensó en su nueva familia y amigos. Y en Hojo. Pensó en la alegría de la libertad. Sin demonios contra los que luchar, sin hechizos que aprender, sin vidas que dependieran de sus actos. Aunque le tenía pavor a volver a ser la protectora de la perla, sabía que no tenía derecho a hacer sufrir a Kagome. Con gran tristeza, decidió que volvería.

Kagome pensó en su familia. Echaba de menos a su madre y a su abuelo, y sí, incluso a su hermano pequeño. Echaba de menos a sus amigos del instituto. Echaba de menos las películas y los baños de burbujas. Echaba de menos las barritas chocolate y el helado. Echaba de menos los videojuegos y su ordenador. Incluso echaba de menos el instituto. Pero ¿de verdad podría despedirse de sus nuevos amigos? ¿Despedirse de Inuyasha? ¡Habían pasado por muchas cosas juntos!

—¿Estáis preparadas? —preguntó Midoriko.

—¿Qué? —gritaron ambas chicas.

—¿Quieres decir ahora? —chilló Kikyo.

—¿No podemos despedirnos primero? —preguntó Kagome con tristeza.

Midoriko negó tristemente con la cabeza.

—Debemos hacer esto ahora, mientras estáis las dos juntas y puedo encontrar la fuerza. Debéis pedírselo a la perla. Debéis desear recuperar vuestras vidas. Miraos y daos las manos.

Hicieron cautelosamente lo que se les pidió. Ambas miradas reflejaban pesar y miedo.

—Ahora, pedid el deseo.

Kagome y Kikyo cerraron los ojos y pidieron su deseo.

Una luz rosa revoloteó alrededor de sus pies, subiendo serpenteando por sus cuerpos hasta que las envolvió completamente.

ReflejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora