Parte I - Capítulo I

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KAWAAKARI

"El río que resplandece en la oscuridad"

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Parte I

Capítulo I

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InuYasha ascendía por la oscura e imponente escalera de piedra que conectaba la planta baja de la enorme casa en la que vivía, con la mazmorra. La luz de las antorchas danzaba con suavidad, creando formas fantasmagóricas en las paredes construidas con el mismo material que la escalera, entregando así una cimentación fuerte. A cada paso que daba el pantalón de tela de lana, finamente hilada, se le ajustaba a la forma del cuerpo y la cintura, sin perder la línea perfecta del planchado a lo largo de la pierna. Era una prenda perfecta, a pesar de las manchas de sangre que le habían salpicado en los muslos y la parte delantera. Probablemente ese pantalón ya no pudiese ser parte de su armario, lo mismo con el chaleco de vestir y la camisa blanca, cuyas mangas presentaban un ligero salpicado de color rojo, a pesar de haberlas recogido sobre su antebrazo. InuYasha se recordó, una vez más, que quizás debía utilizar otra indumentaria para estas labores. Sin embargo, cuando la sangre dentro de él exigía una presa, nada más importaba.

Se sacó un pañuelo del bolsillo del pantalón y el hilo blanco de algodón se fue tiñendo de rojo a medida que él lo pasaba por entre sus dedos y la palma de las manos. Suspiró; el pañuelo tampoco le serviría después.

Dejó de lado su afán por limpiar los restos de sangre y vísceras que tenía en las manos y terminó de recorrer la escalera, para encontrarse con la luz artificial de unas cuántas lámparas de aceite en el pasillo que conectaba el salón con otras partes de la casa. Tomó rumbo a su propia habitación, dando pasos firmes que se amortiguaban sobre la alfombra de color bermellón que se extendía por todo el pasillo. InuYasha se preguntaba, muchas veces, por la necesidad real de occidentalizar todo. Las antiguas casas tradicionales japonesas le parecían igualmente cómodas, aunque quizás algo menos privadas. En una residencia hecha de piedra y madera como las casas occidentales, con apenas unas ventanas al exterior, todo lo que sucedía dentro permanecía al resguardo de quienes la habitaban o eran invitados a ella.

Era útil y también agotador.

En ocasiones InuYasha sentía que todo le sobraba; el espacio que habitaba, la ropa que vestía, incluso la piel que aprisionaba su ser más hondo y horroroso. En ocasiones, InuYasha, deseaba romper con todo y sólo existir en el instinto más básico que conocía de sí mismo. Un rugido le reverberó en el pecho, mucho más intenso de lo que pensó. Dos de las mujeres del servicio, que intentaban pasar por su lado sin llamar la atención, se sobresaltaron y él las miró con los ojos dorados destellando maldiciones. Un instante después empujó con una sola mano la parte central de la puerta de dos hojas que le daba acceso a su habitación, arrancando un trozo de madera a la cerradura que no se había molestado en abrir.

—¡Agua caliente! —gritó, en cuánto estuvo en la primera estancia de su habitación. Sabía que su voz sería oída por cualquiera que estuviese cerca, probablemente las mismas dos mujeres que acababa de encontrar.

Comenzó a quitarse la ropa, creando un interludio entre el furioso momento vivido en la mazmorra y la limpieza que lo esperaba dentro de una bañera estilo industrial que era lo acorde con la decoración de la casa. Cada prenda de ropa fue a dar al suelo, desde el pañuelo que llevaba al cuello, como una corbata, hasta los calzones largos de algodón que vestía bajo el pantalón.

—¿Ya está listo? —preguntó, de pie y desnudo, en el umbral de la puerta.

Las mujeres que preparaban el baño con esmero, mantuvieron la mirada en su labor. Una de ella asintió dos veces, después de regular el calor del agua. A InuYasha no le gustaba demasiado caliente, dado que su propia temperatura corporal era alta, sin embargo necesitaba que el agua tuviese cierta temperatura para sentirse limpio.

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