(James)

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James Potter nunca se había sentido más estúpido y destrozado que esa noche, preguntándose cómo todo había llegado a ese punto. Todo inició esa mañana.

La familia Potter se encontraba desayunando, James sentado frente a su esposa Lily y el pequeño Harry en brazos de su madre, por alguna razón, había amanecido inquieto y no quería dejar los brazos de esta. En eso estaban cuando llegó una lechuza con una carta que tenía el sello del banco.

Lord Potter:

Por medio de la presente solicitamos su presencia a la brevedad posible, con motivo de su heredero legítimo.

Griphook, gerente general de las cuentas Potter.

Al leerla James se preocupó en demasía al saber que se trataba de su hijo, probablemente no habría sido así sin la maldita profecía de la cual Dumbledore les había hablado y el motivo por el que se encontraban en aquel lugar, escondidos bajo el Fidelio.

-¿Qué sucede James?- preguntó la pelirroja al ver la expresión de su pareja.

-Es sobre Harry- contestó mientras le entregaba la carta a su esposa.

-Deberías ir al terminar tu desayuno- dijo, con el extraño presentimiento de que aquello no se trataba del pequeño en sus brazos.

Y así lo hizo, en cuanto terminó su comida se vistió y emprendió camino al banco, donde se acercó al goblin desocupado más cercano que encontró.

-Buenos días, me mandaron una carta diciendo que me necesitaban- habló tan pronto como llegó.

-¿Nombre?- respondió el goblin.

-James Potter-

-Griphook le espera, Lord Potter- y lo guió hacia una sala, dejándole en la puerta.

El mago tocó la puerta, para abrirla incluso antes de encontrar respuesta, dentro de la sala se encontraba un goblin que él bien conocía.

-Lord Potter, me alegra que pudiera venir- habló Griphook.

-Me preocupó en cuanto mencionaste a mi hijo, ¿está todo bien con Harry?-

-Difícilmente sabría yo más del niño que usted mismo Lord Potter, si lo he citado hoy aquí es por su primogénito- respondió.

-No entiendo, ¿Cómo puede citarme por él y luego no saber nada?- preguntó el castaño, impaciente.

-Verá señor Potter, el día de hoy se nos ha informado de la muerte del Lord Regulus Black, por eso se le ha llamado-

Escuchar aquel nombre fue como un balde de agua fría para el mago. Todos los recuerdos del pequeño Slytherin, de los besos, de los partidos de quidditch improvisados que terminaban con besos tan arriba en el aire como sus escobas y sus (bastante buenas) habilidades les permitían, de prendas verde con plata y rojo con dorado desperdigadas por la sala de los menesteres, de promesas y besos entre gemidos, y de la cara del menor cuando besó a su ahora esposa en el gran comedor frente a todos, las lágrimas del pequeño Black y los gritos del mayor en cuanto entraron al dormitorio que compartían los merodeadores y el porqué este iba tan pocas veces a visitar a su ahijado, esto antes del asunto del Fidelio.

-¿Qué sucede con Regulus Black?- preguntó el mayor- ¿A qué se refiere con que murió?-

-A lo que oyes, Cornamenta, mi hermano murió- contestó otra voz, Sirius Black entraba en la habitación con una niña en brazos.

-¿Sirius? ¿Y esa niña?- preguntó el de lentes.

-Primero lo primero, señor Potter- interrumpió el otro- se le ha citado aquí para la lectura del testamento de Regulus Arcturus Black.

Mi estrella fugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora