(Sirius)

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Sirius había cometido muchos errores a o largo de su vida, pero los que más lamentaba eran aquellos que habían causado daño en su pequeña estrella, su hermanito, a quien había prometido proteger desde que eran niños, y sin embargo había lastimado más veces de las que se podía perdona a sí mismo. Afortunadamente el pequeño de los Black era mucho mejor persona que él y perdonó cada una de sus estupideces, logrando así que ahora pudiese formar parte de la vida de su pequeña sobrina, pero esa noche, después de ver al pequeño Harry con su hermana en la cuna de la mayor, no pudo evitar recordar toda su vida junto a su niño adorado.

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Un pequeño Sirius de 5 años bajaba cuidadosamente las escaleras de Grimmauld place mientras buscaba a su hermanito, su madre decía que debía cuidarlo porque era muy chiquito y no podía hacerlo solo. En cuanto puso un pie en el primer piso se percató de que el chiquillo al que buscaba estaba peligrosamente cerca de la chimenea y empezaba a extender su manita, seguramente curioso por aquella sensación y brillante color que emanaba el fuego, el mayor trató de correr tan rápido como pudo pero no llegó a evitar que su hermanito acercara la mano de más y se lastimara, soltando un pequeño gritito y empezando a llorar al instante.

-No llores Reggie, aquí estoy, siempre aquí- cargó al pequeño de apenas 3 años y se sentó en un sillón de la sala- ¡Kreacher!-

-Amo Sirius- dijo el elfo haciendo una reverencia tan pronto como apareció- ¿Qué desea el amo Sirius de Kreacher?-

-Cura a Reggie- pidió al borde de las lágrimas- se quemó con la chimenea- explicó.

Y el elfo obedeció, pero se vio obligado a comunicárselo a la madre los chicos, quien se encontraba regañando al mayor mientras este aún sostenía a su hermano, demasiado asustado como para soltarlo otra vez. Aunque el regaño de su madre por su descuido le molestaba un poco, él no había sido quien metió la mano en la chimenea, pero lo dejó pasar.

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Tenía ya 10 años, y su entrada a Hogwarts estaba a la vuelta de la esquina, pero claro que como sangre pura, su padre no podía permitir que su hijo ingresara siendo algo menos que perfecto, así que desde los 6 recibía educación en todas las cosas básicas como la etiqueta, algunos hechizos sencillos e incluso pociones, algunas no tan sencillas como se pensaría. A estas clases se había unido el pequeño Regulus cuando este mismo cumplió los 6 años, y desde entonces no habían parado las comparaciones, justo como en ese momento.

-¿Cómo es posible que tu hermano pueda realizar esta poción y tú no?- le regañaba Orión- a veces me pregunto si no es él el mayor-

Ese día se ganó un buen castigo que le dejó sin poder sentarse cómodamente, y sin cenar, pero a medianoche tocaron a su puerta y ahí estaba su hermanito, con un plato de galletas y un vaso de leche.

-Le pedí a Kreacher que hiciera esto para mí porque papá no dejaría que te trajera la cena, apúrate a comer para llevarlo y que lo recoja en mi cuarto- dijo el pequeño ingresando a la habitación y dejando la bandeja en su mesa de noche para después acostarse en la cama del mayor.

-No necesito tu lástima Regulus- respondió este, aún algo resentido por las palabras de su padre.

-¿De qué hablas Siri?- volteó a verlo desde la cama- yo no siento lástima por ti, solamente me preocupas- dijo simplemente, sin comprender las hoscas palabras de su hermano- yo te quiero mucho- terminó.

Esa noche Sirius hizo a un lado sus celos y volvió a sonreír junto a su pequeña estrella.

-Tranquilo Reggie, estoy contigo, siempre aquí- susurró al verlo removerse incómodo entre sueños.

Mi estrella fugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora