el jardín secreto

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Cuando creen que él no los oye,
murmuran todos sin parar,
sobre la fealdad de aquella casa,
sobre el sacrílego césped, amarillento y sin cortar.
Hablan sobre el paredón de alrededor,
descascarado e invadido de madreselvas
que lo afean aún más
y llegan hasta los pequeños escalones de piedra que hay más allá.
Hablan sobre los charcos de puro lodo
que se forman al lloviznar;
sobre esa solitaria rosa silvestre que se abre camino,
en un rincón, abandonada,
sin más compañía que la brisa salada que viene del mar.
Y al escuchar esos murmullos
y otros, mucho más crueles de lengua mordaz,
el viejo sólo sonríe
y se encoge de hombros
pues sabe que nunca logrará explicar
lo que verdaderamente pasa en aquel lugar,
cuando todo trasmuta a crepuscular:
los sucios charcos se vuelven cristalinas lagunas,
donde a los Puck y a los Kappa les encanta chapotear,
y las hadas de bosques silvestres
beben néctar de las madreselvas
hasta sentir sus cuerpos embriagar;
y el A Bao A Qu que sufre incorpóreo
en el primer escalón,
va reptando hacia arriba,
estirando con esfuerzo sus patitas,
cada vez más largas,
gracias a los llantos de las jóvenes mandrágoras
que pare el pasto amarillento,
justo después de que una naga y una arpía
danzaran desnudas e hicieran el amor
bajo la cómplice mirada lunar.
Y la rosa del rincón mira todo altiva,
y se cree la más hermosa,
igual que aquella rosa
que un pequeño príncipe amaba cuidar;
y se cerciora de que no haya ninguna otra rosa cerca,
que le quite su corona
ni la mirada enamorada
de aquel solitario viejo
que usa las horas que le quedan
sólo para contemplarla...
y suspirar...

HEREJÍAOnde histórias criam vida. Descubra agora