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Takemichi.

Esto era cada sueño húmedo que había tenido hecho realidad.

Rindou era tan complaciente que parecía haber nacido para ello.

Estaba en cuatro, de cara al cabecero, con el culo dispuesto delante de mí como un buffet libre. Sería un error por mi parte si no le diera un mordisco.

Mis dientes se hundieron en su carne y aspiró el aire con fuerza, pero no se apartó. Alivié el dolor del mordisco dándole un masaje con la palma de la mano, frotando suavemente la marca que le había dejado. Lamenté el hecho de que la marca se desvanecería en uno o dos días, pero por ahora, era mío.

El lubricante resbalaba por mi pierna. Dioses, este alfa me estaba mojando tanto. Y puesto que mis planes para esta noche eran contrarios a las exigencias de mi cuerpo, tendría que asegurarme de que este líquido resbaladizo tuviera un buen uso. Metí la mano entre mis piernas y deslicé mis dedos a través de las secreciones resbaladizas.

Los alfas no fabricaban su propio lubricante, pero yo ciertamente tenía suficiente de sobra. Separé las nalgas de Rindou y pasé mis dedos húmedos por su agujero fruncido. Por lo que había visto en su lenguaje corporal, probablemente era territorio virgen. Tenía que ser suave.

Apreté solo la punta de mi dedo contra su entrada y el sonido que hizo fue casi suficiente para que me corriera en ese instante. Empujó contra mí y yo retiré el dedo y le di un satisfactorio golpe en el culo.

—¿Dije que podías moverte?

—No, papi —jadeó. Esta provocación lo estaba matando.

Volví a humedecer el dedo en mi lubricante y empecé de nuevo. El insoportablemente lento proceso de relajar el apretado anillo de músculos.

Se las arregló para mantenerse en posición mientras trabajaba con un dedo, pero cuando empecé a introducir el segundo, comenzó un lento movimiento de balanceo.

Esta vez no le regañé. Le dejé conducir a un ritmo con el que se sintiera cómodo. Cuando el ritmo de sus empujones y tirones empezó a aumentar, decidí que era el momento de introducir un tercer dedo. Le di un golpecito en la cadera para que se detuviera, y obedeció al instante. Sabía lo que le esperaba y lo quería todo.

Con un tercer dedo apretó la entrada, pero sabía que solo lo apretaría más cuando me encajara en él. Dejó escapar un grito estrangulado de puro placer y yo me tragué un gemido.

—¿Te gusta esto? —pregunté.

—Sí, papi. Dámelo. ¿No he sido un buen chico? —prácticamente suplicó—. Esto. Esto era lo que necesitaba.

—Te has portado muy bien —acepté moviendo mis dedos lentamente en un movimiento circular, estirando, expandiendo—. ¿Crees que estás listo para mí?

—Sí. —Jadeó—. Sí, por favor.

Saqué mis dedos, dejando su agujero abierto, esperando ser llenado.

Dejó escapar un gemido, y le hice callar suavemente, calmándolo.

—Voy a hacer que todo mejore —le prometí.

Recorrí con la mano mi muslo y mi entrada, recogiendo todo el lubricante que pude, después deslicé la palma de la mano sobre mi pene. Nunca había estado tan empalmado en toda mi vida, era casi doloroso. Me levanté de rodillas detrás de él y me alineé en su entrada, empujando, provocando.

Empujó sus caderas hacia mí, y la cabeza de mi polla se deslizó dentro, haciéndonos gemir a los dos por la anticipación.

Esto era todo, justo aquí. Estábamos al borde del precipicio, esperando a caer y a precipitarnos el uno en el otro.

—Fóllame, papi —suplicó.
Y así lo hice.

Agarré sus caderas, manteniéndolo en su sitio, y me introduje con facilidad. No me detuve hasta que sentí la fricción de mis pelotas contra las suyas. Su musculosa entrada se cerró a mi alrededor como un puño.

Permanecimos así durante un momento, lo suficiente para llenar nuestros pulmones de aire fresco. Entonces empecé a moverme.

Empecé despacio, permitiéndole adaptarse a las nuevas sensaciones, pero pronto estaba sacudiendo sus caderas sobre mi agarre, intentando aumentar el ritmo.

—Tranquilo —le dije—. Queremos que esto dure.

—Pero quiero más —gimoteó e intentó volver a apretarme—. Más rápido. Más fuerte.

Le di un azote en el culo por su desobediencia, pero eso solo pareció excitarlo aún más.

—Sí —siseó—. Otra vez. Me he portado mal, deberías castigarme.

Vi que se llevaba la mano a la polla. Iba a acabar con esto antes de que tuviéramos tiempo de empezar de verdad. Le hice un tsk y aparté su mano, provocando un gemido de decepción. Me acerqué y agarré la corbata que aún colgaba de su cuello, haciéndola girar hasta que pude sujetar el extremo de la misma como si fuera una correa.

—Arriba —insté, dando un tirón a la corbata.

El alfa se resistió un momento, inseguro.

—Prometí que me ocuparía de ti —le recordé. Se levantó de rodillas, con la espalda pegada a mi pecho. Con una mano, sujeté la corbata, manteniéndolo en su sitio, y con la otra, me acerqué y agarré su polla.

𝖽𝖾𝗌𝗁𝖾𝖼𝗁𝗈 ; 𝘁𝗮𝗸𝗲𝗿𝗶𝗻𝗱𝗼𝘂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora